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En busca del corporativismo perdido
Hugo Esteve Díaz

Monterrey.- Hacía muchos años que no presenciábamos un acto de carácter tan apoteótico por parte del sindicalismo mexicano como el que se acaba de celebrar el pasado 17 de febrero en la Arena México de la capital del país, durante el cual el líder de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), Pedro Miguel Haces Barba, rindió pleitesía al presidente de la República a la más vieja usanza del otrora legendario sindicalismo oficial.

     Lo que llama la atención es que el protagonista de esa apoteosis no haya sido la organización que hasta hace poco tradicionalmente encabezaba estos magnos eventos, el conocido todavía como Congreso de Trabajo (o cualquier cosa que sea eso hoy en día).

     Para no quedarse atrás, ocho días después la Confederación de Trabajadores de México (CTM) hizo lo propio en el marco del monumento a la Revolución; un evento que bien podría interpretarse como una respuesta o reacción por parte de quienes pretenden todavía erigirse como protagonistas de una clase trabajadora que cada vez se ve menos representada en los organismos gremiales de carácter corporativo.

     Sin embargo, la señal que ambos eventos nos vienen a insinuar es el intento por hacer resurgir a una agrupación que sea capaz de organizar y representar a quien por muchos años se le denominó como el sector obrero.

     El fenómeno llama la atención, porque se presenta en un momento coyuntural de la vida política nacional, cuya apuesta a mediano plazo es el proceso electoral del año entrante que renovará a la cámara de diputados, y del cual depende en gran medida la continuidad del proyecto encabezado por el gobierno federal. Una coyuntura que hasta ahora se encuentra supeditada a las condiciones en cómo se presente la renovación de la dirigencia nacional del Morena (Movimiento de Regeneración Nacional).

     Un proletariado con cabeza.

     Por antonomasia, la organización más representativa del sindicalismo oficial había sido la CTM, nunca mejor representado por quien fuera el arquetipo del líder obrero: don Fidel Velázquez.

     Quienes hemos estudiado la trayectoria del sindicalismo mexicano, hasta hace poco diferenciábamos tres grandes corrientes: el oficialista, el independiente y el insurgente. En ese contexto, era sabido que la corriente oficialista ostentaba el protagonismo del denominado Pacto Social (así, con mayúsculas) entre el movimiento obrero y el Estado; mismo que, a su vez, se traducía en una serie de prebendas de carácter político y económico a cambio de asegurar la disciplina de los trabajadores, la estabilidad de las relaciones laborales y una buena parte de los votos a favor del partido oficial. Esta relación fue lo que permitió el funcionamiento del sistema de control corporativo que se cohesionaba con la articulación de sus otros dos sectores: el campesino y el popular.

     No obstante, llegó el momento en que los esquemas corporativos se empezaron a agotar a partir del agudizamiento de la crisis de los actores típicos, entre ellos el sindicato y el propio Estado. Pronto se descubrió que tal agotamiento provenía de la caducidad de un modelo de control sociopolítico y, además, obligado por la emergencia de nuevos bríos democráticos que buscaron –hasta conseguirlo, en gran medida– romper con los limitados márgenes autoritarios que se habían impuesto. Un fenómeno que no sería privativo sólo de México.

     A partir de entonces el sector obrero empezó a ver mermada su capacidad de control y, por tanto, de sus factores de poder. Típicamente el sector obrero había sido el principal beneficiario de las cuotas políticas otorgadas por el denominado PRI-gobierno, mismas que se traducían en un importante número de diputados, varios senadores y hasta algún gobernador.

     El origen de ese debilitamiento se debió en gran parte a la incapacidad del sector obrero, y principalmente de la CTM, para aportar el número suficiente de votos que contribuyeran al aseguramiento de la continuidad gubernamental; a tal grado que en localidades, sectores y colonias eminentemente obreras el partido oficial empezó a registrar derrotas considerables en las urnas. Aunado a lo anterior, sobrevino una crisis generacional que derrumbó las bases de una gerontocracia de líderes sindicales que no sólo se volvieron obsoletos, sino además muy viejos, sin haber tenido el cuidado de formar nuevos liderazgos, ya fuera por envidia o por miedo a compartir el poder. El caso más representativo fue el del líder de los telefonistas, Francisco Hernández Juárez, quien es su momento pretendió erigirse como protagonista de un sindicalismo moderno, pero cometiendo el mismo error de sus predecesores al haberse eternizado en el cargo por más de 40 años, conservando el poder hasta nuestros días.

     A la par, el fortalecimiento de un sindicalismo insurgente y democrático propició el desgaste de los liderazgos oficialistas, logrando conquistar no sólo dirigencias sindicales y titularidades de contratos colectivos, sino también de espacios de representación muy importantes y trascendentes, como sucedió con la propuesta de un capítulo laboral adjunto a la firma del Tratado de Libre Comercio. El intento más tímido e inacabado de renovación se presentaría con el surgimiento de la Unión Nacional de Trabajadores, encabezada por el propio Hernández Juárez.

     En medio de todo ello, el remate vino cuando uno de los sindicatos más poderosos del país, viéndose afectado intentó aliarse al emergente movimiento de oposición que representaba en aquel entonces el Frente Democrático Nacional (FDN), causa directa de lo que eufemísticamente conocemos como el “Quinazo”.

     De entonces a esta fecha, el sindicalismo oficial vino cada vez a menos, perdiendo representatividad y protagonismo, llegando hasta nuestros días al desprestigio de ser expulsada, junto con la legendaria CROM, de la Confederación Sindical Internacional (CSI), perdiendo por ello su asiento en la OIT. Si bien es cierto que de frente a las políticas neoliberales que se implantaron a partir del salinato, lo es también que no sólo el oficialismo, sino las demás corrientes, empezaron a registrar un proceso considerable de reflujo, motivo por el cual algunos de los sindicatos insurgentes optaron por la radicalización, o bien se adaptaron a las nuevas circunstancias.

     En ese contexto parecía cumplirse la sentencia de José Revueltas sobre el advenimiento de un sindicalismo acéfalo, pero no desde la perspectiva marxista planteada por el duranguese, como resultado no sólo de la carencia de un partido de vanguardia que condujera a la clase obrera, sino además, por el agotamiento de éste –y en particular de la clase obrera– como el agente negativo del capitalismo. Es decir, como el sujeto social de la revolución. A contrario sensu, la clase obrera tuvo una cabeza, un partido, el partido oficial.

     El sindicalismo de nuevo tipo.

     No son pocos quienes se empeñan en buscar en las actuales políticas gubernamentales una semejanza con algunas de las prácticas más comunes de los años setenta y principios de los ochenta, principalmente por el dejo populista que éstos asumieron, sobre todo durante el echeverriato. Una etapa durante la cual el sistema de control corporativo registraba una de sus fases de mayor fortalecimiento.

     Una de las características del actual gobierno había sido hasta ahora el poner poca o ninguna atención en las agrupaciones sindicales, principalmente las de carácter oficialista, a las que más bien se encargó de fustigar señalándoles su complicidad con los gobiernos anteriores y, en algunos casos, por su ausencia de democracia interna, e incluso por sus prácticas de corrupción.

     En cierto momento, uno de los acercamientos más notorios fue con la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), y particularmente con la Sección 22 del estado de Oaxaca, a quienes concedió revertir la reforma educativa y reintegrar gran parte de las facultades que había perdido, como la participación en los órganos de administración y el control sobre las plazas de trabajo. Con todo, un importante sector de la CNTE se manifestó insatisfecho con lo alcanzado, provocando incomodidades en la gestión gubernamental.

     En este contexto es que ha llamado mucho la atención el evento organizado por el dirigente de la CATEM, Pedro Miguel Haces Barba; un evento como los que celebraba en otros tiempos el entonces poderoso sector obrero.

     Y no sólo llama la atención en contraste con el desdén mostrado por el presidente de la república con respecto de las organizaciones sindicales tradicionales; sino particularmente por tratarse de una de las agrupaciones y dirigentes más cuestionados, tanto en su legitimidad como en su dudosa integridad económica. Si en algo coincide Pedro Haces con Napoleón Gómez Urrutia es que ambos –además de amasar una cuantiosa fortuna– carecen de una auténtica trayectoria obrera y que su ascenso a la dirigencia sindical es el resultado de una de las prácticas más nefastas del sindicalismo: el nepotismo.

     La trayectoria de Gómez Urrutia está más que documentada. De todos es conocido que jamás ha pertenecido a la clase trabajadora, vaya, jamás en su vida ha sido obrero. Además del escandaloso caso en el que se vio envuelto por la presunta malversación de recursos del sindicato minero que lo obligó a huir del país y no regresar hasta la resolución dudosa y poco transparente que lo exoneró, converti´pendolo al poco tiempo en senador con el aval nada menos que de Morena. Como sospechosa ha sido, también, la construcción de ese organismo sindical denominado pomposamente Confederación Internacional de Trabajadores (CIT) de la cual el propio presidente ha tenido que desmarcarse.

     En el caso de Pedro Haces la historia es semejante. Sobrino del otrora poderoso líder de los electricistas –y más tarde de la CTM–, Leonardo Rodríguez Alcaine, fue escalando espacios que lo llevaron a creer que tras la muerte de su tío él podría heredar el tan deseado cargo de aquella organización sindical, sin considerar que con ello afectaba los intereses de otros dirigentes que finalmente lograron expulsarlo de sus filas.

     Entonces, más allá del escándalo en el que llegó a verse envuelto con motivo de presuntas actividades criminales –acusado en 1998 de robo de vehículo y portación de arma prohibida–, Haces Barba se dedicó a construir sólidas relaciones políticas que le permitieron consolidar un jugoso negocio de administración de empleados de limpieza –en un esquema muy parecido al outsourcing que hoy se pretende erradicar– para que desde esa posición brincara de empresario a líder sindical.

     Prueba de lo anterior son los millonarios contratos para la limpieza de varios centros de salud, como en el caso del estado de Oaxaca, en donde fincó una estrecha relación con el entonces gobernador del estado José Murat y que ha perdurado hasta ahora con el actual mandatario estatal, Alejandro Murat. Pero eso no es todo, algunas investigaciones han documentado una facturación por arriba de los 700 millones de pesos por la asignación directa de contratos en los estados de Veracruz y Quintana, cuyos gobernadores de entonces terminaron en la cárcel por otros motivos.

     Aun así, lo anterior no fue obstáculo para que Pedro Haces se ganara la confianza del entonces candidato a la presidencia de la república por Morena, quien lo apoyó para que obtuviera la candidatura por ese mismo partido como senador suplente del ex presidente del PAN, Germán Martínez; escaño que desempeñó por el lapso en que éste fungió como director del IMSS, hasta su regreso tras renunciar al cargo.

     Atrás dejó Pedro Haces su militancia en las filas del PRI durante más de 35 años. Pero algo aprendió de esas lides; prueba de ello es el magno evento organizado con pretexto del décimo aniversario de la CATEM y que sirvió de marco para desplegar su fuerza en presencia del presidente de la república. Una fuerza que, por cierto, no le es propia, sino más bien montada, producto de su incapacidad para articular por sí mismo un escenario como el celebrado el 17 de febrero en la Arena México. Por eso ahí estuvieron presentes no sólo las “fuerzas vivas” de Morena, sino además algunos de los representantes más significativos de la cúpula empresarial, como los presidentes de la Concamin, Concanaco y Canacintra, las cámaras industriales que, a su modo, han representado el corporativismo empresarial.

     Por tanto, quienes pretendan ver en las agrupaciones de Pedro Haces o de Napoleón Gómez el modelo de un sindicalismo de nuevo tipo –parafraseando a Nicolás Sartorius– se equivocan. Representan lo más viejo y anacrónico del sindicalismo tradicional, un sindicalismo que repite tanto en sus formas palaciegas como en su estructura vertical, autoritaria y antidemocrática, el modelo de un sindicalismo agotado.

     En busca del corporativismo perdido.

     Uno tendría que cuestionarse el porqué del acercamiento del presidente de la república con las agrupaciones antes referidas. La respuesta podría encontrarse en la necesidad de construir un conducto de intermediación con la clase trabajadora, algo que parecía asignado de manera directa a la Secretaría del Trabajo, sin necesidad de recurrir a la intervención de las dirigencias sindicales, como lo hizo con el gremio petrolero.

     Habría que considerar que en la coyuntura política de corto plazo la renovación de la cámara de diputados se encuentra a la puerta. Es preciso insistir en el hecho de que esta elección resultará vital tanto para la continuidad de los proyectos gubernamentales, como para el sostenimiento de lo ya avanzado. Perder la mayoría en ese órgano legislativo significaría una derrota, pero aún más un retroceso. De modo que quien tendría la responsabilidad de asegurar políticamente el éxito de esa campaña debería ser Morena, como partido en el gobierno. Sin embargo, sabemos que al interior de ese instituto político las cosas no se encuentran en su mejor momento; sobre todo ante el riesgo de una fractura que al parecer habría sido superada con la ratificación de Alfonso Ramírez Cuéllar como presidente interino por parte del máximo tribunal electoral, con lo que, de paso, las ambiciones políticas de Yeidckol Polevnsky quedarían al menos aplazadas y con la amenaza de una auditoria sobre su gestión,

     En esas condiciones Morena empezó a dar muestras de acarrear los mismos vicios que se cuestionaban antes respecto del PRD. Desde luego que ello vino a representar una seria amenaza para el aseguramiento de un triunfo mayoritario en las elecciones del 2021, al grado de que el propio presidente marcó distancia del partido y puso sobre la mesa la posibilidad de deslindarse e impulsar un nuevo –o al menos diferente– movimiento.

     Es en esa coyuntura en la que puede interpretarse el reciente acercamiento del primer mandatario de la nación con la agrupación sindical que encabeza Pedro Haces, un hombre al que bien conoce y que podría resultar confiable para la construcción de una nueva instancia de articulación política-electoral.

     Esto no significa, desde luego, que la CATEM se vaya a convertir en un nuevo partido político, los tiempos y las formas al menos por ahora no se lo permiten. En todo caso lo que podría considerarse es la construcción de un frente político que amalgamara no sólo a Morena, sino además al resto de los partidos que lo han apoyado, como el del Trabajo, Encuentro Social y el Verde, además de aquellos a los que próximamente se les otorgue el registro y que simpatizan con la actual política gubernamental.

     Es en esa amalgama en la que aparece no sólo la agrupación de Pedro Haces, sino también la de Napoleón Gómez, aunque con una muy menor y poco significativa representación. Y ¿por qué no? En donde cabría incluso la propia CTM, o al menos un sector mayoritario de esta confederación.

     Para tales efectos existe el antecedente sobre los estrechos vínculos entre la CATEM y un sector desprendido de la propia CTM, el encabezado por José del Olmo, nada menos que el sobrino del senador Carlos Aceves del Olmo, secretario general del gremio cetemista. Un vínculo en el que se adicionan los dirigentes de los ferrocarrileros, Víctor Flores –quien ha mostrado abiertamente su simpatía por el presidente– y el de la Confederación de Trabajadores y Campesinos (CTC), encabezado por Abel Domínguez y con una considerable fuerza en el Valle y estado de México.

     No se pretende, claro está, convertir a la CATEM o a cualquiera de estas organizaciones sindicales en el sector obrero de Morena, al más viejo estilo corporativo de los mejores años del PRI. La apuesta sería –de resultar cierta la presente hipótesis– conformar un frente político-electoral que no dependa exclusivamente del llamado Partido de la Esperanza; sino que en todo caso que estas agrupaciones sirvan de semillero de nuevas candidaturas, pero sobre todo, de probables electores en los cuales apuntalar la estrategia que permita el aseguramiento de la mayoría en la cámara de diputados para la nueva legislatura que se inaugurará el próximo año.

     En conclusión, no se trata de crear un nuevo corporativismo sindical, sino algo que se le parezca.