Cuando me planto frente para escribir sobre algún tema de coyuntura, busco despojarme en la medida de lo posible de cualquier valoración a priori para hacerlo en libertad aun, y quién no, con riesgo de equivocarme en mis juicios.
Hay críticas de buena fe, que buscan mejorar la visión de quien escribe y se agradecen, sobre todo aquellas inteligentes.
Hay críticas también desde la ideología que también se agradecen, especialmente de aquellos con las que compartiste en algún momento una visión del mundo, pero que la vida los ha llevado a caminos diferentes.
Hay críticas también provenientes de la ignorancia y cierta dosis de fanatismo, que frecuentemente son producto del extravío que se agradecen, pero ya no tanto.
Hay críticas también de mala fe, que buscan lastimar al que escribe con reproches y agresiones. Son ese tipo de personas que, con pago o sin él, militan en una corriente y van tras del que critica a su tótem encarnado y la fe supina.
Hay bots y trollers en las redes sociales, que ni en cuenta.
A todos ellos quiero decir en qué creo. En dónde están mis lealtades. Mis devociones. No temo equivocarme, creo en el equívoco. Es parte de la vida diaria. Asumo la vida como un aprendizaje para decidir a cada momento. Y más en una materia tan engañosa y falsa como frecuentemente es la política partidaria.
Milite en las ideas de la izquierda ideológica. Afortunadamente en una corriente antiestalinista y eso, aun con del centralismo democrático, tenía un aire de libertad con sus corrientes. Me sedujo la utopía revolucionaria con sus iconos redentores. Admire a los jóvenes ideológicos que estaban dispuestos a entregar su vida por la sola idea de contribuir al cambio.
Pero la edad, lecturas y reflexiones terminaron por atemperar mi lado político. Me volví un reformista. Y es que cuando vino la derrota del comunismo volví la mirada hacia la socialdemocracia. Un socialismo con cara humana y anclada a la realidad cotidiana.
La estancia de estudio en la universidad pública española y la convivencia con académicos, estudiantes y personas de la calle modularon mis percepciones de la vida y a valorar las instituciones y libertades.
Unos valores que frecuentemente no valora y que llega a despreciar la izquierda populista. Aquellos que siguen pensando en el asalto al Palacio de Invierno. Viendo el país en clave binaria. Liberales y conservadores, ricos y pobres, mestizos e indígenas, ladrones y honestos. Cuatroteístas y el resto.
No conciben a la sociedad mexicana como unidad de lo diverso. Ven la historia nacional binariamente de buenos y malos. Asumen que esa dialéctica solo puede cambiar por la existencia de un partido maoístamente hablando “anclado en las masas” o, por la existencia de un líder providencial, que vendrá algún día a desterrar todos los males.
No les dice mucho la globalización y su tendencia a homologarlo todo. Es más, frecuentemente, lo ven como un dato externo ajeno a la realidad que hay que quitarlos del camino para que suceda la redención largamente esperada.
Sin embargo, la realidad se resiste es más compleja y más estrechos los márgenes de actuación de los gobernantes. No es casual que en América latina donde hay varios gobernantes redentores se les complica para cumplir sus ofertas sociales de campaña y en algunos casos, más razonables, como es el caso del chileno Gabriel Boric, vira hacia la socialdemocracia, alejándose de las tendencias populistas en la región.
Incluso, el propio Nicolás Maduro, busca hoy un puente para alejarse de la narrativa anticapitalista y congraciarse con Estados Unidos y Europa. Este fin de semana reanudan en México las negociaciones entre los representantes del gobierno y la oposición que encabeza Juan Guaidó en perspectiva de las elecciones presidenciales que se celebraran en 2024.
En fin, creo en el valor de la política, entendida como negociación y acuerdo sobre bases éticas, trato de no ver el mundo en forma binaria, blanco o negro, liberales y conservadores y menos en clave de lucha de clases que ya sabemos los costos que ha tenido para muchos pueblos a los que se les ofreció la redención y un mundo mejor a través de la violencia.
Por eso, escribo para militar en el terreno de las ideas y desasosegar conciencia.