Junto con mi libro de chiste político, la editorial publicó un libro de chistes étnicos que se agotó; ahora ambos libros tienen mucho éxito entre los lectores online.
Intenté colgarme de ese éxito como analista del humor y le entregué a la editorial un manuscrito que era el insulto final, título igual que una película de Leslie Nielsen (Naked Gun 33 1/3: The Final Insult), el título era: De mujeres, hombres, y otros. Ahí reuní chistes sobre hombres, mujeres, y las, los, les, lis, lus. La editora, sabiendo el éxito que habían tenido los otros libros, se arredró y me dijo que ese libro no podía ir así, que requería ser prologado. Encontré a una psicóloga que aceptó abordar los chistes misóginos, acudí al intelectual queer Carlos Monsiváis, quien aceptó leer el manuscrito, pero nunca respondió a los mensajes posteriores; el gran ironista, al parecer no tenía sentido del humor, como no lo tienen aquellos que se sienten agredidos por el poder destructor del chiste; y aclaro que acepto y abogo por la libertad de escoger.
Sobra decir que el libro no vio la luz y ahora en la era del poshumor, tal vez no pase ni en Amazon. En el dominio del MeeToo, adquiere relevancia y mayor fuerza lo políticamente correcto.
Escribiendo el libro Chistes étnicos, la risa de todos contra todos, encontré que todos encuentran alguien de quién reírse; pero una buena cantidad de los chistes se encuentran en la raya, entre la mofa, el desprecio y abren la puerta a alimentar la discriminación y el odio, que también están en boga.
La derecha ha visto caer el dique que frenaba sus expresiones de odio y se siente con poder para agredir.
He descubierto que hay cierta anuencia al chiste si viene de los tuyos, como si se convirtiera en cuestión casera; un negro puede usar la expresión denigrante nigger a otro negro, pero hay de ti si te atreves a contar un chiste de negros. Me contaba Héctor Domínguez que en un encuentro se manejó la tesis de que los negros no eran caricaturizables, justo por el nivel de ofensa que se levantaría contra el caricaturista; los que lo dudan, sobre el peso y reacción ante el “agravio”, hay que recordar el ataque contra Charlie Hebdo en París, después de publicar caricaturas sobre Mahoma. Un judío mesiánico me dejó de hablar después de contarle un chiste sobre Jesucristo (Yehoshua). María le dice a José: Ya supéralo, solamente fue una vez.
El chiste, según Freud, desnuda y destruye. El chiste encuentra aquellos elementos que molestan –especialmente en la política– y se lanza a destruirlos, pero por eso mismo se pone en la raya entre crítica y discriminación. Aclaremos que los chistes que cuentan mujeres sobre hombres y éstos sobre mujeres, no implican un odio mutuo, se ríen para criticar. “¿Mamá, por qué hombre en inglés es men? Porque son méndigos, mentirosos, mensos, mencabronan, pero mencantan.”
En una charla con el biotecnólogo Enrique Galindo (https://www.youtube.com/watch?v=GWhH5wV6kbA), le pregunté por qué no medían la toxicidad de sus productos en los diputados (y es que ahí sí, todos los cuenta chistes se encuentran a salvo). No encontraremos a alguien que se ofenda si nos burlamos de los políticos, presidentes y toda la fauna que se cierne vorazmente sobre la humanidad; pero hay de aquel que cuente un chiste sobre judíos, gallegos, argentinos, en el lugar y momento inadecuados.
El chiste es catártico, ayuda a mover los humores, estimula los músculos y a su paso deja placer, excepto cuando no lo hace.
Una amiga comentaba una película de Sasha Baron Cohen, que ha mostrado por medio de comedias lo profundo del racismo y la discriminación en Estados Unidos; pero dijo que todo estaba bien hasta que usó a un mexicano como banquito para sentarse; no la molestó al parecer cuando Baron explota los tropos antisemitas. El coro en la mesa fue: claro, todo está bien hasta que te llega cerca.
El chiste no es una agresión personal, a menos que se lo disparen a uno directamente; incide en estereotipos y arquetipos; y al identificarse uno con lo agredido, se convierte en afrenta personal.
Vivimos en una época difícil: domina la posverdad y el poshumor; estamos rodeados de odio e intolerancia, y nos molesta todo aquello que rebasa la línea, aunque sea un poquito, porque a final de cuentas, el qué tanto es tantito, se ha reducido a cero tolerancia.