Para el mundo teatral, LEGOM es sinónimo de la mejor dramaturgia mexicana actual, y Luis Martín es uno de los mejores directores vivos, y quien mejor ha dirigido las obras de LEGOM, corrosivas y sarcásticas, ganchos al hígado del puritanismo, la hipocresía y la corrupción política.
Alguna vez, a instancias de Luis Martín, le marqué a LEGOM para ayudarle con algunos trámites médicos. Previsiblemente me mentó la madre. Su mal humor era legendario. No me importó: a los grandes creadores se les admira por sus obras, no por su carácter.
En otra ocasión, tras publicar un artículo sobre la puesta de una obra suya, me escribió airadamente para reprocharme que había metido en mi texto un par de spoilers de su historia. Reclamo infundado: era totalmente falso. Quise pensar que esa era la forma en que el malhumorado de LEGOM agradecía mi texto laudatorio a su persona.
Imposible extenderme en la larga lista de titulos que parió LEGOM. Su producción fue abundante a pesar de que murió relativamente joven: 54 años. Fue el mejor de su generación. Y de varias generaciones anteriores de dramaturgos.
La primera obra de LEGOM que vi montada por Luis Martín fue “Civilización”, obra escatológica en las dos acepciones de la palabra: trascendencia e inmundicia. Lo superior celestial y lo nauseabundo expuesto.
Ambos significados no son antagónicos: ¿qué existe después de la vida? ¿qué hay detrás de la muerte? En el más allá, la trascendencia del alma. En el más acá, la pudrición del cuerpo. No impera lo uno sin lo otro.
“Civilización” la escribió LEGOM en formato casi minimalista. Se ambienta en un típico municipio urbano de México: es la negociación repugnante entre un empresario cínico y su primo el alcalde, para construir veinte pisos de un edificio de cristal justo en el centro de cantera.
Con este proyecto endeble, sin factibilidad técnica, en total impunidad, ambos pícaros aspiran a la trascendencia: el primero, levantando su edificio sin sacar un solo peso de su bolsa y, de paso, acercándose a Dios (o a lo que él imagina es un ser superior). El segundo, negociando para ser gobernador.
Estos pícaros, nunca mejor definidos como “trepadores”, pretenden consumarse y (sucumbiendo a la tentación), sólo se consumen.
Dos ambiciosos de lo absoluto, dos esperpentos de la inmundicia que muerden, hieren y picotean lo que se pueda y a quien se deje. Almas que quieren ascender (sin saber realmente cómo ni a dónde); cuerpos que acaban por descomponerse. Materia inerte para la degeneración: la herrumbre, el moho y los gusanos.
Otro personaje termina por formar el triángulo escatológico de “Civilización”: un ingeniero idealista, burócrata municipal de tercera categoría, denuncia las irregularidades del proyecto arquitectónico.
Su ambición de trascendencia es de urdimbre distinta a la de los otros dos: quiere exhibir públicamente a los pícaros trepadores, no sustentados en la ambición de trascender, sino en la pudrición que provoca el dinero.
LEGOM deja claro el propósito moral y el pesimismo que destila su obra. Pero pese a la inmundicia moral del empresario y del alcalde, guardo la ilusión de que finalmente prevalecerá la escatología en su sentido metafísico y no en su significado de pudrición.
En el mismo suelo de México, entre lo podrido y lo nauseabundo de nuestros gobiernos y las relaciones mercantilistas de los poderosos, también se esparce el abono para la esperanza, infinitamente verde que nos trasciende, que nos reverdece como civilización.
“Demetrius o la caducidad” es la historia de un pobre vendedor de lavadoras de SEARS. Despliega una vida perdida en el marasmo de la mediocridad: Demetrius nace, vive, se reproduce y muere.Y en ese arco existencial, le ocurren muy pocas cosas.
Se frustran sus sueños de ser chofer de metro, se convierte en vendedor de lavadoras de burbujitas (alternativa novedosa a las lavadoras de aspas), se casa con la más liberal de sus colegas vendedoras, mantiene a un hijo enfermo que (por cierto) es resultado de una infidelidad y lleva a su familia a conocer el mar, en una de las peores playas de México: Guayabitos.
Casi nada y casi todo para describir en pinceladas gruesas, la vida de un iluso, que se reproduce por millones en México.
El secreto de esta obra reside en el sarcasmo: el sentido del humor que no opera para divertir, sino para pinchar en la carne de los deseos rotos, la desolación como único plan matrimonial y la angustia aletargada, que sustituye un proyecto de vida realizable.
En Demetrius el tránsito por el mundo es un anticipo de la muerte, aunque la tesis del autor se disfrace de chunga, vaciladas y chacoteo sistemático.
Demetrius no es sólo un personaje; es el arquetipo de buena parte de los mexicanos. Muestra un carácter humano desarticulado y sin reciedumbre.
Seres incompletos, pusilánimes, de mentalidad mutilada, estrangulados por un sistema que les caricaturiza los ideales y les pulveriza cualquier clase de futuro.
Por cierto, el personaje de Demetrius, en la versión de Luis Martin, es interpretado no por uno sino por dos actores, alternadamente. Un acierto indiscutible.
Lo admirable de esta obra reside en la construcción minuciosa de dependencias múltiples. Demetrius es dependiente económico de su jefe de SEARS, dependiente emocional de su esposa, dependiente de sus ventas inestables de lavadoras.
Y, sobre todo, dependiente de sus complejos y traumas inducidos por el sistema, que sintetiza en un llamado a la muerte lo que para él es un eslogan o canto de guerra: “Doce meses sin intereses, campeón”.
Demetrius es la prueba palpable de que en la actual civilización deshumanizada, para la mayoría de los seres humanos, la esperanza tiene fecha de caducidad.
Años después Luis Martín montó otra obra de LEGOM: ”Ultimas noticias del frente o dos días en la plaza”. El teatro de LEGOM es un albur: su sarcasmo es tan punzante que provoca el repudio de las buenas conciencias o nos hace enfrentarnos cara a cara con nuestras propias mezquindades.
Nadie sale indemne. El sarcasmo de LEGOM es un Ángel Exterminador que tarde o temprano tocará la puerta de nuestra propia casa. ¿Lo rehuimos o lo encaramos?
Ahora toca el turno de tragar sapos al militante de izquierda. O más bien, a ciertos militantes del Partido Comunista Mexicano y sus derivaciones, que tomaban la calle, encabezaban marchas y asumían el asalto a la plaza pública como modus vivendi.
Estos gestos se alineaban a la jerga del materialismo histórico, del estalinismo mental que se imponía incluso en sus vidas íntimas, asfixiando las relaciones con sus hijos, su esposa, sus hermanos.
Para ellos, la ideología comunista era levantar una tienda de campaña como refugio (como canta Leonard Cohen), aunque todos los hilos de la urdimbre estuvieran rotos.
El protagonista de “Últimas noticias…” sufre una embolia, y acaso es la vida misma la que se le derrama en su cerebro, imposibilitada para seguir presa en los cartabones ideológicos.
El personaje principal acentúa esa sensibilidad progresista, humanista, que finalmente aflora a pesar de tantas rigideces estalinistas y traiciones a principios que en realidad son simples prejuicios que además ya a nadie importan.
Lo que debe arraigar en México, sugiere LEGOM, es el rechazo al sistema que secuestró a México desde hace muchas décadas y que sigue imperando. En suma, se trata de promover la sensibilidad social como la mejor forma de moral pública.
Algunos comunistas trasnochados creían que por fin, tras la elección presidencial, el determinismo histórico los había puesto en la antesala del poder en México.
Se equivocaron. Una cosa era la ortodoxia de izquierda y otra la sensibilidad progresista; esa que refleja el hijo del comunista al solidarizarse no con una camarada, sino con una pobre muchacha reprimida y secuestrada por las fuerzas antimotines.
LEGOM se plantea la posición social correcta para los tiempos que corren, como formula para regenerar paso a paso una sociedad tan dañada como la mexicana y recuperar nuestro camino a casa.
Descanse en paz Luis Enrique Gutiérrez Ortiz Monasterio, alias LEGOM. Que perdure su legado teatral.