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Enrique Servín o cuando el gozo se vino al pozo
Víctor Orozco

Ciudad Juárez.- En 2007 dirigía la tesis de Guillermo Cervantes quien había seleccionado la historia de Jiménez, Chihuahua como tema de su disertación doctoral. En busca de información, “peinó” el archivo histórico municipal y entre el cúmulo de documentos que digitalizó, me sorprendió lo que consideré un hallazgo, como pepita de oro.

     Se trataba de un breve diccionario de palabras que supuse eran del idioma concho, con su respectiva traducción al castellano, compuesto en 1857 en Atotonilico, hoy Villa López, pues su autor, Pablo J Caballero, un comisionado por el Jefe Político de Jiménez Francisco Estavillo, para recoger palabras de las lenguas indígenas, mencionaba que lo obtuvo de entrevistas a los pobladores más viejos del poblado, hablantes del antiguo idioma. Por varias conversaciones con Enrique Servín, sabía que esta lengua se había extinguido tal vez en el siglo XVIII y de ella apenas subsistían unas cuantas palabras entre ellas Bachimba y Namiquipa.

     Los especialistas llevaban siglos buscando los rastros del idioma hablado por los antiguos habitantes de la cuenca del rio de las conchas o Conchos e incluso se hablaba de una gramática perdida. Con estos antecedentes, propuse al Consejo Editorial de la entonces llamada Revista de las Fronteras, hoy Cuadernos Fronterizos, publicar el documento acompañado por un estudio histórico a cargo de Guillermo Cervantes y uno lingüístico de la pluma de Enrique Servín.

     De inmediato le escribí y acicateado por el entusiasmo también le llamé por teléfono. Recupero ahora los correos que cruzamos y al final contaré el desenlace del episodio.

     El 22 de octubre de 2007, le envié este correo:

“Estimado Enrique:

Recordarás que hace tiempo me comentabas las dificultades que existen para recuperar el idioma de los conchos, del cual se ignora al parecer casi todo. Pues bien, Guillermo Cervantes, un alumno mío a quien le estoy dirigiendo su tesis de doctorado sobre un tema de historia de Chihuahua, localizó un breve diccionario de 35 palabras y cinco frases, compuesto en 1857. El comité editorial de la Revista de las Fronteras acordó publicar este documento, acompañado de dos estudios, uno linguístico y otro histórico. La idea es sacar el mayor provecho posible al documento, interrogándolo desde diversos puntos de vista. Te escribo para invitarte a redactar el primer trabajo, para lo cual te enviaría un copia del documento, (que en su impresión por cierto está bastante claro y legible). Espero tu respuesta y te mando un cordial saludo, Víctor Orozco.”

     A mi llamada, Enrique me respondió lo siguiente:

“Me dejaste temblando con tu llamada, que para colmo se cortó las dos veces que marcaste! Debido a lo apretado de la agenda del encuentro, así como al hecho de que todo el día hubo una cola en la única computadora del hotel, hasta ahorita (son las dos de la mañana) tengo acceso a internet y me pongo a revisar los mensajes. No sabes la emoción enorme que me da la noticia del diccionario! Es algo verdaderamente increíble, para mí, hasta novelesco! Yo he ido encontrando unas pocas palabras y deduciendo algunas etimologías, que ahora se sabrá si estaban bien o mal, es lo de menos. Te agradezco muchísimo que hayas pensado en mí para una de las dos introducciones y por supuesto que acepto. Tal vez yo no sea la persona idónea para el trabajo, ya que hay lingüistas profesionales, pero te suplico que no cambies de opinión y me dejes participar en el proyecto. Total, que ya vendrán otros (todos los que quieran) a hacerme garras, y con todo el derecho del mundo. Deveras, es una gran noticia, y te vuelvo a agradecer que hayas pensado en mi. Mándenme el documento cuanto antes! (si es copia escaneada o si ya está transcrito y capturado; como sea).

     Recibe un abrazo desde la increíble Morelia, en donde me das esta noticia extraordinaria!

Enrique.”

En este breve texto, se traslucen las contagiosas emociones que le despertaba a Enrique Servín indagar en los arcanos de la historia de las ideas y de las lenguas. Era un genuino expedicionario al que nunca se le consumían las ansias por saber y desentrañar. Saber algo más por fin del habla de los conchos era para él increíble y casi novelesco. Había razones para suponer la valía del hallazgo: la fecha del diccionario, mediados del siglo XIX; el sitio, un pueblo ubicado en el epicentro del país concho y el testimonio del recuperador, quien escribió como encabezado: “Razón que se ha podido adquirir del antiguo idioma que se usó en este pueblo desde antes de la conquista por los españoles hasta principios de este siglo en que se ha ido extinguiendo por las mezclas que se introdujo del castellano”.
Pronto le envié a Enrique la copia del documento y esperé una semana. Me llamó entre desencantado e intrigado. Después de examinar las dicciones, concluyó que procedían del rarámuri y eran muy semejantes y algunas incluso idénticas a las variantes habladas en la sierra Tarahumara. Así, la gran noticia que despertó su excitación intelectual vino a muy poco. Le comenté entonces: “Pues ni modo Enrique, el gozo se nos vino al pozo”. “No te creas, al menos, ya sabemos de cierto que en la zona sur-central del estado había hablantes del rarámuri, ya sea por dos razones: o el idioma concho no existió como una lengua diferenciada del rarámuri o los rarámuri también habitaban la zona del río Conchos”. Años después, me enteré que grupos numerosos de éstos últimos se expandieron a otras regiones fuera de su hábitat original a lo largo de los siglos XVII y XVIII, probablemente en la medida en que los antiguos pobladores fueron expulsados o se extinguieron.

     La colaboración de Enrique ya no tuvo lugar y la parte del misterio que estaba por descubrirse siguió en la bruma. En el número 10, correspondiente al verano de 2008, publicamos el artículo de Guillermo Cervantes, bajo un título interrogante: ¿Conchos o Rarámuris?, anexando copia del original del documento y centrando el análisis en el contexto histórico en el cual se produjo.

* Este texto aparecerá en el dossier de la revista Cuadernos Fronterizos dedicado a Enrique Servín.