Monterrey.- «Ranulfo»* es un hombre del norte de México, muy campirano pero con aspiraciones de filósofo. Habiendo llegado a cierta edad se pregunta el porqué de la vida y, sobre todo, cuestiones referentes a las relaciones con las mujeres: el amor, la lujuria, la pasión, el ayuntamiento carnal: “Ranulfo, (…) atacado (…) por el fantasma de la edad, empezó a cuestionarse qué fue lo que lo había llevado a la decisión de tener una familia. Le gustaba filosofar sobre los amores platónicos, sobre la tendencia varonil de la seducción sobre la mujer, sobre la teoría de lo rosa y la ternura, de la idea de bajar la luna y las estrellas a la mujer” (p. 26-27).
Aunque a su edad no debería tener dudas sobre esos temas, prefiere no arriesgar deliberaciones erróneas y decide preguntar a sus amigos, para confirmar lo aprendido o entender lo ignorado.
El tono coloquial le permite a su autor, Marco Antonio Rivera Pérez (Montemorelos, N.L., 1957), abordar directamente el cuestionamiento sin rodeos ni sutilezas, pero manteniendo siempre una correspondiente dosis de respeto para cada entrevistado.
El resultado es satisfactorio y estimulante: mezcla de sabiduría popular, humor casero y picardía incitante: “para mí, nada más sensual y excitante que tener una cita con una mujer que no use ni bra, ni bragas. Sentir su piel desnuda debajo del vestido – mientras más delgado, mejor; es como una promesa de terminar teniendo sexo, pero con un placer anticipado que es exponencial. Más excitante y prometedor que se quite sus prendas íntimas y te las entregue en tu mano, por debajo de la mesa” («Pedro», p. 24).
Todos los entrevistados aportan su experiencia desinteresadamente y con la convicción de ayudar a Ranulfo a solucionar sus dilemas existenciales.
Pablo, por ejemplo, muy práctico, le habla del trueque en el amor: “la verdad que es un error de todos los hombres -y las mujeres-, esperar algo a cambio de lo que damos. He ahí el principio de todos los males, no consideramos el principio de dar sin esperar recibir; caso contrario, sin más, quisieras que te amen igual: si regalas chocolates, pastelillos, versos de amor, algodones de colores, ya quieres que esa persona, mínimo se acueste contigo, que corresponda a lo que tú “le das” (p. 42).
Juan, por su parte, hace énfasis en la mirada: “Los ojos son el lenguaje más efectivo entre un hombre y una mujer. Si vas por la calle y te encuentras una mujer, el contacto más común son los ojos. No te vas por sus curvas, ni por el contoneo de sus caderas, ni por lo sexy de su vestido ni lo apretado de sus jeans, no, el contacto es visual, aun y cuando ella o nosotros vayamos acompañados, el flashazo se da siempre, es inevitable. ¿Reflejo, condición humana, herencia de genomas?, no sé, pero se da” (p. 50-51).
Entre sus cuestionados, sobresale Karla, quien resulta demasiado franca y explícita: “Para mí el hombre es: criatura salvaje, ciego, tonto, desequilibrado, bruto, torpe, cariñoso, fuego, terco, tímido, sarcástico, adulador, siempre niño, brioso, incansable, detallista, soñador, macho, lindo, elegante, amante por naturaleza, cómplice, protector, preocupón, responsable, siempre con una excusa en los labios, voyeur, territorialista, valemadrista, llorón, rencoroso y feo, ambicioso, inocente e inquieto, curioso, enigmático, aventado, valiente, coqueto, padre, esperma y pene, velludo, manotas, gigoló, culo pronto, yesca, mirón y problemático, volcán, olvidadizo, referente, conquistador y adorable. Toda una belleza” (p. 79).
Cumplida su encuesta, Ranulfo delibera sobre su excelente ejercicio dialéctico que tiene por objeto comprender la mecánica de la convivencia para adaptarse mejor al mundo y sus circunstancias en ese espinoso asunto de la relación con la mujer.
*Marco Antonio Rivera. «Ranulfo: una segunda oportunidad». Columbia, SC, Librerío Editores, 2023. 119pp.