Cautiva su estilo narrativo claro y ameno, gestado en la fragua de una vocación persistente, dispuesta a afrontar las batallas de construir microcosmos inmediatos, palpables y nada superficiales, sobre la fragilidad de la página en blanco: “Ha muerto el día; no tuve valor de afrontar la luz del sol; a fuerza de cerrar los párpados, la noche se hizo eterna, en mis pupilas mi cuerpo giró sobre sí mismo (…). Tal vez mañana me convenza de que no vas a regresar y de que tengo que seguir adelante sin tu presencia” (p. 29).
Son tan minuciosos los trazos de Adriana que uno pensaría que hay resquicios autobiográficos en ellos, pero siento que eso, al final de cuentas, es irrelevante, pues no importan tanto los elementos empleados en su elaboración, sino la obra en sí: “Al final estoy aquí, cerca de la tumba de mis abuelos; hay gente que conozco, veo cómo me despiden y escucho el chirriar de la banda mecánica que baja mi ataúd. No puedo hacer nada, observo cómo voy desintegrándome (…). Mis hijos se quedan ahí un rato, deben irse, continuar con su vida, acostumbrarse a mi ausencia. Arreglar pape¬les, regalar mis cosas, tal vez vender algunos bienes. Lo único que me mantiene sujeta es ver sus rostros amadísimos, la tristeza de sus ojos, sus mejillas húmedas. Se ponen a recordar buenos ratos, se abrazan entre sí, se ríen de mis chistes viejos y brotan carcajadas entre lágri-mas (…) Se hace tarde, me dan la espalda y se alejan juntos, enlazados” (p. 89-90).
*Adriana Concepción Flores Tanguma. «La superficie de las horas y varios cuentos». Santiago, N.L., Ediciones Morgana, 2022. 103 pp.