Monterrey.- Al igual que Diego Golombek, científico y divulgador de la ciencia, a mí también me es imposible leer a Borges sin ir corriendo enseguida a la biblioteca, si es que no estoy en ella, pues ahí paso gran parte del día. No se puede leer a Borges sin contemplar el horizonte en busca de “bifurcaciones” que se “jardinean”. En busca de la biblioteca que tenga todos los textos producidos por el ser humano atesorados en forma impresa o en repositorios digitales. Ahora poseo dos bibliotecas, una con textos impresos que se encuentra en mi casa y otra donde atesoro mis libros en la nube. Como somos algo distraídos algunos amigos me decían: estás en la nube, y ¡Oh, cosas del destino!, Ahora también pasamos gran parte del tiempo en un espacio que compramos en la nube, y desde esos dos lugares salimos a desarrollar nuestra humilde labor como maestros de física.
Tuvimos y aún tenemos la fortuna de convivir con grandes físicos teóricos, divulgadores reconocidos y maestros excelentes. Hemos leído a genios del mundo de la física a nivel internacional: Bernabé Luis Rodríguez Buenrostro, Simón Mochón Cohen, y mi añorado amigo José Luis Comprarán Elizondo, son físicos del primer grupo. Albert Einstein, Richard Feynman, Edwin Schrödinger y Walter Lewin son científicos del segundo grupo. Algunos de ellos críticos de sistemas políticos corruptos, otros, reservados en sus ideas políticas, muchos gustadores de ritmos de samba y jazz, otros admiradores de Wagner, Mozart y Beethoven. Algunos más, gustadores de la música atonal, o incluso, de la polka y corridos norteños. Algunos se recrean escuchando Los Beatles, The Rolling Stone, Elton John, Kenny Rogers y Dire Straits. Sin embargo todos ellos, físicos convencidos de que hay que asomar la cabeza por fuera del laboratorio y contar las maravillas de la ciencia, así como la miseria de aquellos que la controlan para explotar al ser humano, usufructuando con el conocimiento científico que debe estar al servicio del hombre.
Estos grandes científicos, y muchos más, parecen seguir al Dios de Spinoza cuando dice: A“¡Deja ya de estar rezando y dándote golpes en el pecho! Lo que quiero que hagas es que salgas al mundo a disfrutar de la vida. Quiero que goces, que cantes, que te diviertas y que disfrutes de todo lo que he creado para ti. ¡Deja ya de ir a esos templos lúgubres, obscuros y fríos que tú mismo construiste y que dices que son mi casa! Mi casa está en las montañas, en los bosques, los ríos, los lagos, las playas. Ahí es en donde vivo y ahí expreso mi amor por ti. Deja ya de culparme de tu vida miserable; yo nunca te dije que había nada mal en ti o que eras un pecador, o que tu sexualidad fuera algo malo. El sexo es un regalo que te he dado y con el que puedes expresar tu amor, tu éxtasis, tu alegría. Así que no me culpes a mí por todo lo que te han hecho creer. Deja ya de estar leyendo supuestas escrituras sagradas que nada tienen que ver conmigo. Si no puedes leerme en un amanecer, en un paisaje, en la mirada de tus amigos, en los ojos de tu hijito… ¡No me encontrarás en ningún libro! Confía en mí y deja de pedirme. ¿Me vas a decir a mí como hacer mi trabajo? Deja de tenerme tanto miedo. Yo no te juzgo, ni te crítico, ni me enojo, ni me molesto, ni castigo. Yo soy puro amor”.
De estos grandes hombres hemos aprendido a ser congruentes con la investigación científica y con la enseñanza y divulgación de la ciencia, combatir la nociva anti ciencia, compartir el saber científico, porque se trata de eso, de compartirlo ya que si continúa encerrado y conocido por unos pocos, se vuelve inútil.
Termino este escrito citando de nuevo a Diego Golombek: Ciencia que ladra… no muerde, solo da señales de que cabalga.