GOMEZ12102020

Escándalos sin consecuencias
Ernesto Hernández Norzagaray

Mazatlán.- Los escándalos políticos generalmente los produce y distribuye el periodismo de investigación; sin embargo, lo que hemos visto en las últimas semanas, es que desde el gobierno federal se ha buscado invertir esa regla, exhibiendo la presunta corrupción de los priistas Alejandro Moreno y Enrique Peña Nieto.

Están cuatro libros escritos por periodistas y académicos que hoy tienen más menos éxito en librerías y plataformas comerciales digitales, como son los casos de Raúl Olmos La Casa Gris, todo lo que revela el mayor escándalo obradorista; el de Jesús Lemus El Fiscal imperial: El eslabón más oscuro de la 4T (Harper Collins); y de Manu Ureste, Zedryk Raziel y Arturo Ángel: El caso Viuda Negra: el asesinato que pone al descubierto la mayor red de lavado de dinero en el peñismo (Grijalbo); y no menos importante el de Nayeli Roldán y Manuel Ureste: La estafa maestra, la historia del desfalco (Planeta); a todos ellos les antecede una gran cantidad de artículos periodísticos que demuestran que el escándalo político llegó para quedarse en la vida pública mexicana.

Y qué bueno. Si consideramos que este tipo de periodismo de fondo se asocia regularmente a la revelación de aquellas conductas contrarias al interés público por individuos que tienen responsabilidades institucionales.

Sea que esas conductas se realicen a través de actos de corrupción, donde funcionarios públicos obtienen beneficios personales, familiares, amistosos, grupales, o que los partidos políticos que alteran las normas vigentes, los sistemas de valores y los códigos morales colectivos.

Y esto solo puede ocurrir en democracia, donde existe, aun con todos sus enemigos, periodistas que ejercen con mayor o menor responsabilidad el derecho a saber.

No es casual que en sistemas abiertamente autoritarios no haya escándalos políticos, o aun ahí, el periodismo libra una batalla, todos los días, en la búsqueda de la verdad, a costa frecuentemente de persecución política y en algunos casos la pérdida de la libertad.

Es por eso que hay que distinguir entre el insumo que favorece el periodismo de investigación y el que proviene de las fuentes de gobierno. Uno revela lo que ocurre en las cañerías del poder, con el fin de provocar reacciones, al menos en la conversación pública; mientras el otro, cuando trata de dar “adelantos” informativos busca venganzas, mandar mensajes o sacudirse a sus adversarios con el objetivo de obtener beneficios políticos generalmente de corto y mediano plazo.

Alejandro “Alito” Moreno, el dirigente nacional del PRI, es un personaje vulgar, impresentable, notoriamente corrupto; es el personaje perfecto en una estrategia para acabar lo que resta del otrora imbatible y poderosísimo PRI; y es curiosamente su ex correligionaria Layda Sansores, la gobernadora de Campeche, su victimaria, cuando exhibe sin pudor alguno gota a gota, audio tras audio, palabra y palabra, hasta desnudar completamente su catadura política.

Aquel solo atina a responder, como una suerte de fuga hacia adelante, que lo que busca el presidente López Obrador y la gobernadora Sansores, es golpear a la coalición PAN-PRI-PRD, distraerlos con la exhibición pública de estos audios y que están editados para perjudicarlo, cuando es claro que sigue la máxima del karate, donde la mejor defensa es el ataque. En un descuido, los ataques terminan haciéndolo candidato presidencial. Ya veremos.

El escándalo de las transferencias millonarias y las empresas ligadas a Peña Nieto se cocina aparte; y al parecer Pablo Gómez, el titular de la UIF, tenía la autorización por su jefe político de mostrar un adelanto de este trabajo de su antecesor en una conferencia mañanera; sin embargo, más allá de la “bomba mediática”, sería el presidente quien controlaría sus efectos y, por alguna razón que ha sido motivo de gran especulación, a las horas decidió dar marcha atrás, diciendo que en su gobierno “no se persigue a nadie”.

La pregunta que está en el aire entonces es, ¿para qué ventilar información que apenas se ha entregado a la fiscalía general de la República? Además, ¿por qué hacerlo luego de varios meses de saberse de esas transferencias en efectivo y los problemas fiscales de unas empresas a las que presuntamente estaría vinculado el hoy ciudadano Peña Nieto? ¿Por qué absolver cuando está en manos de la justicia?

Se ha especulado mucho, en términos políticos, sobre la actuación del presidente López Obrador y me parece que la más certera es aquella de Jorge Zepeda, que el affaire Peña llama a recordar que es una pieza destinada a “romperse en caso de emergencia”; la lectura es doble, el pacto de silencio que existe hasta ahora entre ambos personajes, no es para siempre, pues depende de las circunstancias y los intereses en juego.

Y las circunstancias son que el presidente quiere todo el espacio político para él; mejor frente a las elecciones del próximo año en el estado que es la corona del priismo que prohijó al expresidente. O sea, es un “estate quieto”, tú y el grupo de Atlacomulco.

El escándalo político, recordemos, así lo reflexiona el politólogo John B. Thompson, sirve para dos cosas: una, para disciplinar a los actores políticos mediante la potencial exhibición pública de sus fallos, debilidades, flaquezas y hasta tentaciones privadas, y de esa manera acotar a la potencial oposición, cualquiera que esta sea; y en ese tipo de mensajes, paradójicamente, aquel priismo hizo escuela; y ahora diríamos, coloquialmente, que se le da una de su propio chocolate.

La otra, lamentablemente, no está en la agenda política, viene de su papel virtuoso, el escándalo al exhibir las debilidades del sistema político, sea corrupción o calidad de la política; y los políticos deberían generar mejores instituciones sólidas, de manera que la sociedad pase de la espectacularización a la racionalización institucional de la vida pública.

Es decir, los sucesivos hechos escandalosos, a los que nos tienen acostumbrados los grandes medios de comunicación, han creado una atmósfera contaminada de impudicia y cínicos en la amplia mayoría de casos sin consecuencias; es decir, aun construyendo un escándalo político sólido –como han sido el de la Casa Blanca, la “verdad histórica” de Ayotzinapa, la Estafa Maestra, o la Casa Gris– la constante ha sido la impunidad; y es ahí donde radica el fracaso de la oferta de AMLO en materia de la lucha contra la corrupción y la impunidad. Y es que al menos en percepción, la corrupción ya lo alcanzó a él y a su familia.

Al tiempo.