GOMEZ12102020

Esos alcaldes que no han tomado posesión
Eloy Garza

Monterrey.- El ausente no gobierna. Y si fue electo para gobernar, lo menos que puede hacer un alcalde es estar presente. La ausencia es una imprudencia. Y peor: una indecencia.

Desaparecer no opera como táctica. Desaparecer es no gobernar, no ejercer, no resolver.

Norberto Bobbio decía que el poder es visible o no es poder. La ausencia es sinónimo de no poder.

Vivimos en la era del 24/7. La presencia de un gobernante es vigilada día con día. Nadie se pierde impunemente.

Siempre habrá un testigo con celular, una cámara que te grabe, un post que te delate, un medio que te denuncie.

Falso que un alcalde pueda ser invisible. Las ausencias son tan notorias como las metidas de pata.

El gobernante ausente no sería el hombre invisible de H. G. Wells, sino el hombre mediocre de José Ingenieros.

O ambas: una te lleva a a la otra.

Antes, el alcalde ausente era motivo de mofa. El ingenio popular solía hallar consuelo en la ausencia del susodicho: “mejor que este alcalde ni se aparezca por palacio; hace menos daño estando lejos”.

Pero las redes han acortado las distancias. Reducen los kilómetros. Difícil esconderse en tiempos del Google Earth.

Cierto: las administraciones municipales mal que bien caminan solas.

Sin embargo, tarde o temprano, andarán como pollos descabezados: dan dos o tres pasos antes de caerse.

Los pollos sin cabeza se caen cuando detona una crisis, estalla un conflicto inesperado, o un repentino problema mayúsculo.

Los jinetes sin cabeza son simples leyendas sosas, estilo Johnny Depp.

En Nuevo León tenemos alcaldes muy activos. Nada más el que no juega no se equivoca.

Otros duermen el sueño de los injustos.

Otros brincan de partido, luego reculan, retroceden y se quedan en el limbo.

Las viejas canciones mienten: no hay ausencias que triunfen. Y las suyas no triunfarán.

Aunque después pidan perdón por su tardanza, y como andariegos pidan nuestro perdón y nos ofrezcan su corazón (perdón por la mala rima).

En política los vacíos se llenan, las vacantes se cubren; el que se va a la Villa pierde su silla.

Y todavía hay alcaldes supuestamente en funciones a quienes se les pregunta: ¿y tú, cuándo tomas posesión?