Ciudad Victoria.- La independencia con respecto de México de los colonos angloamericanos asentados en Texas en 1836 se compaginó perfectamente con el crescendo inicial del expansionismo territorial de los Estados Unidos, porque, al final, fue parte de ese mismo proceso de expansión. La posibilidad de una anexión inmediata se frenó ante el riesgo de un aumento del poder de los estados esclavistas en las decisiones políticas del país.
De ahí la supervivencia por una década de la “República de Texas”, una calca incompetente de la institucionalidad estadounidense y de cuyo soporte económico siempre dependió. Pero el modelo para ganar terreno ya se había fraguado –lo que no ocurrió en 1827 con la fracasada “República de Fredonia” en Nacogdoches–, excelente oportunidad para hacer propaganda periodística de la desesperación de los rebeldes federalistas fronterizos mexicanos entre 1839-1840, de pretender crear una supuesta “República del Río Grande”, como lo cacarearon los periódicos de Luisiana y Texas, logrando crear una impronta conceptual del posible interés separatista de los mexicanos del norte del país, a base de exagerar los agravios del gobierno central en la frontera.
Al ocurrir la guerra de invasión americana sobre México y definirse la frontera internacional en el río Bravo, no cesaron los apetitos expansionistas de diversos sectores en los Estados Unidos, cuyo gobierno se comprometió al menos en la forma, a respetar el protocolo del tratado de paz de 1848. Pero eso no impidió que grupos anglos extremistas quisieran llevar a cabo sus deseos por cuenta propia. Comenzaba la cruenta era del filibusterismo, en la cual México se convirtió en una presa codiciada, con el objetivo de arrebatarle otras extensiones de su territorio. La amenaza comenzó a ventilarse en septiembre de 1848, cuando “El Noticioso del Pánuco” refirió que en Nueva Orleans se organizaba una fuerza para invadir México y crear la “República de la Sierra Madre”, y cobrar venganza por la frustrada expedición de 1835 contra el puerto de Tampico. Ante tales noticias, el periódico semioficial “The Union” de Washington, manifestó que el gobierno de los Estados Unidos estaba dispuesto a respetar el Tratado de Guadalupe e impedir cualquier agresión que perturbara las relaciones amistosas con México y observar una estricta neutralidad en sus asuntos políticos internos. Y a fines de ese año, el periódico “Delta” de Nueva Orleans aseguró que Henry Kinney, que se había asentado en la bahía de Corpus Christi desde antes de la guerra, preparaba una invasión al sur del Bravo para concretar ese proyecto, quien se vio forzado a negarlo en las páginas del “American Flag” de Brownsville.
El peligro comenzó a hacerse más tangible en julio de 1849, cuando se divulgó en Matamoros un panfleto titulado “Unánime declaración de los siete Estados Septentrionales de la Sierra Madre de México” (que incluiría a Tamaulipas, Nuevo León, Coahuila, Chihuahua, Sonora, Durango y Zacatecas), atribuido al contraguerrillero mexicano Domínguez y al doctor N.R. Millett, quien tenía en Brownsville una oficina de reclutamiento. Esto cobró mayor sentido porque en Tamaulipas gobernaba Jesús Cárdenas junto a su aliado Antonio Canales Rosillo, los líderes de la rebelión federalista fronteriza de 1838-1840, sin embargo, ellos conocían muy bien de la arrogancia racista de los angloamericanos, manteniéndose leales a las instituciones nacionales. Esto no impidió que el hijo del asesinado ex gobernador Francisco Vital Fernández (a quien aquéllos habían matado en 1850), los acusara de pretender una segregación territorial.
Pero la verdadera amenaza se presentó en 1851, cuando estalló un movimiento armado proclamando la implantación de aranceles bajos para compensar las realidades económicas de la nueva frontera. Así se expuso en el Plan de La Loba, repitiendo el argumento de los agravios del gobierno nacional contra la región del noreste, como la militarización y el excesivo castigo al contrabando. El movimiento fue encabezado por José María Carvajal, oriundo de Béjar, protegido de Esteban Austin, agrimensor en Texas durante el gobierno de Coahuila-Texas, en la rebelión de independencia de Texas de 1835-1836 y partícipe en el movimiento federalista fronterizo de 1838. Carvajal encarnaba una dualidad de pragmatismo político en un espacio fronterizo en formación. Era liberal y opositor al autoritarismo político-militar centralista mexicano, proclive a la iniciativa de acción de la dinámica estadounidense, y en aquel momento con una somera conciencia de ciudadanía mexicana que le hizo imprudentemente levantarse en armas contra las reconstituidas instituciones mexicanas en la frontera que, aunque imperfectas, eran un parapeto real ante una nueva mutilación territorial, y cuyo movimiento fue financiado por los comerciantes de Brownsville, con el objetivo concreto de aprovechar la coyuntura para introducir fuertes cargamentos de contrabando hacia México, de allí que se llamara a este movimiento como “The Merchants War”. Por fortuna, el pueblo, las autoridades y la comandancia militar de Matamoros comprendieron la magnitud de la amenaza y se unieron en bloque, derrotando el embate del ejército filibustero encabezado por Carvajal, que de haber triunfado, hubiera sido la antesala para la creación de la República de la Sierra Madre.
Pero de que la amenaza de una mutilación territorial no era solo una cuestión hipotética, los actos concretos del filibusterismo contra México lo demostraron. Así se había visto en la balandronada de William Walker en 1854 al pretender crear la “República de Sonora”, lo que poco más tarde intentó repetir el francés Gastón de Raousset-Boulbon, y en 1857 otro aventurero americano, Henry A. Crabb, quiso posesionarse del norte de aquella entidad, siendo completamente derrotado y ejecutado en el pueblo de Caborca. Era la vía descarnada del Destino Manifiesto, por medio de las empresas privadas de mercenarios filibusteros, de cuyas acciones el gobierno de los Estados Unidos no se hacía responsable, a pesar de que abiertamente se divulgaba en esa misma época del enganche de voluntarios en Nueva Orleans, con miras a avanzar sobre Matamoros, la costa de Tuxpan, Yucatán, la isla de Cuba o Nicaragua.
Y a pesar de que los intentos de los filibusteros no llegaron a repetirse en el noreste con la gravedad de los acontecimientos de 1851, lo cierto fue que durante varios lustros el fantasma de la República de la Sierra Madre campeó en la región. Por otra parte, la acusación de estar involucrados con este proyecto fue habitual entre los líderes tamaulipecos, como se la endilgaron a Eulogio Gautier Valdomar y a Juan José de la Garza. Luego se le atribuyó, muy merecidamente, al cacique nuevoleonés Santiago Vidaurri, quien dio muestras de una desmesurada ambición al anexar en 1856 a Coahuila a Nuevo León y al pretender el control absoluto de las aduanas fronterizas de todo el bajo río Bravo. Por algún tiempo Vidaurri impuso su hegemonía, pero luego los caudillos tamaulipecos le cerraron el paso a los recursos aduanales del norte de Tamaulipas, una entidad que nunca pudo controlar. Más tarde, cuando comenzaban a cambiar las tornas para su mando autárquico y regionalista, en vez de sumarse al esfuerzo de la república amenazada por la intervención extranjera, el caudillo nuevoleonés fue tentado por los confederados americanos para llevar a cabo una segregación autonómica de la nación mexicana, estimulado por los emisarios de los Knights of the Golden Circle, una agrupación de fervientes surianos de propósitos esclavistas e imperialistas, creada en 1854 en Cincinnati por el médico George Bickley, que pronto tuvo sedes locales en Luisiana y Texas (un grupo por cierto inspirador del Ku Klux Klan); y donde en esta última entidad fue bien recibida por el viejo lobo antimexicano Samuel Houston, quien abiertamente proclamaba someter por la fuerza a México y sujetarlo a la condición de un protectorado de los Estados Unidos. Lo increíble del caso fue que en los momentos en que declinaba el poder del imperio de Maximiliano en el noreste a fines de 1866, el periódico oficialista “La Sociedad” afirmaba que entre el “yugo juarista” que los republicanos aplicaban a los pueblos con sus constantes impuestos de guerra, sus habitantes podrían verse tentados a solicitar el apoyo de los Estados Unidos y crear la República de la Sierra Madre, ante lo cual el ahora cortesano imperialista Santiago Vidaurri se aprestaba a acudir para poner orden en la región. Y hasta llegó a decir más tarde el mismo periódico que el separatismo podría provenir de los liberales puros, por su embeleso con las instituciones estadounidenses, al grado de imitar los rifleros de la frontera los uniformes y armamento del ejército invasor de 1847; acusación que hacía resonancia con la complacencia del tratado no ratificado McLane-Ocampo de 1859, que autorizaba la creación de dos corredores terrestres a favor de los Estados Unidos a través del territorio nacional, desde Matamoros a Mazatlán y en el istmo de Tehuantepec.
Todavía en 1876, cuando el país se encontraba convulso por la reelección del presidente Sebastián Lerdo de Tejada, volvió a aparecer el fantasma de la Sierra Madre, lo que debió negar el gobierno. Aun así, se reconoció que durante la administración del presidente Juárez, señaló el periódico “La Patria”, que “el centro no se ocupaba de los estados fronterizos más que para pedirles contingentes de sangre [tropas] y dinero, sin procurarles el menor beneficio”, ante lo cual “sus gobernadores y algunas personas de influencia de cada uno de ellos, celebraron una reunión en Mazatlán con el fin de tratar el asunto”. En dicha reunión se propuso “que se coaligaran todos aquellos estados para resistir las exigencias del gobierno general”. Resultado de esa reunión, “tomó origen la historia de la República de la Sierra Madre”. Por otra parte, el general Ignacio Martínez vinculó los agravios de las restricciones fiscales contra la zona libre en la frontera como una causa posible que pudiera estimular a que “algún jefe infame o ambicioso, no pudiendo lograr en política un alto puesto, proclamara la República de la Sierra Madre, lo que encontraría eco para ello, y sería una revolución difícil de vencer para el gobierno general”. No obstante, los gobernadores norteños y las protestas fronterizas pronto se aplacaron, al asumir plenamente el poder presidencial el general Porfirio Díaz.
Ya en 1879, cuando el régimen de Díaz comenzaba a otorgar las primeras concesiones ferrocarrileras que provendrían de los Estados Unidos, y en particular al autorizarse una vía férrea por el estado de Sonora, el periódico “El Siglo Diez y Nueve” advertía que el gobierno nacional debería establecer las condiciones y candados necesarios, para no dar pie a que una injerencia económica de esa envergadura diera pie a que algunos mexicanos trasnochados soñaran con dar vida a la República de la Sierra Madre. La misma reflexión que podríamos transpolar al presente, ante las ridículas banderías que proclaman una supuesta tendencia para instaurar la República del Río Grande, la República de la Sierra Madre o el engendro recientemente llamado Nortexit.