Ciudad Victoria.- Hace 150 años, un día como hoy, 5 de enero, tuvo lugar en la margen mexicana de la desembocadura del río Bravo uno de los acontecimientos más brutales de que se tenga memoria en Tamaulipas, que si bien quiso ser arropado por una justificación política, sus resultados echaron por la borda la legitimidad que amparaba este acto, que acabó siendo pura y simplemente una acción de piratería, cuya responsabilidad recaía en las autoridades militares de dos países, México y los Estados Unidos, aún a pesar de que el afectado era una entidad política no reconocida por ambos, como lo era el segundo imperio mexicano, ya que el asalto y saqueo al puerto de Bagdad arrolló los más elementales preceptos del derecho de gentes.
El norte de Tamaulipas en 1864
Luego del dominio naval del litoral del Golfo de México por la marina francesa desde 1863, en el verano del siguiente año ocurriría la ocupación de los puntos vitales del noreste del país, incluidos los puertos de Tampico y Matamoros, así como Monterrey, donde el gobernador de Nuevo León Santiago Vidaurri, antes un liberal a ultranza pero ultramontano, acabó por defeccionar a favor del imperio de Maximiliano. En Tamaulipas nadie opuso resistencia, al encontrarse la entidad bajo un estado de sitio impuesto por el gobierno de Benito Juárez, ante la guerra civil que enfrentó a los grupos políticos locales en 1862 por motivos electorales. De ahí que Charles Dupin se paseara por Ciudad Victoria, se erigiera en gobernador de Tamaulipas y de paso quemara los archivos del poder ejecutivo y legislativo, como un mensaje de que nacía un nuevo régimen político.
Y en Matamoros, estaba acorralado, el auto-gobernador Juan Nepomuceno Cortina, quien había derrocado al mandatario juarista Manuel Ruiz, pero que contentó a Juárez con 20 mil pesos, tan requerido como estaba en su camino a Paso del Norte; entonces, como viejo zorro, aceptó someterse al imperio, entregando la plaza, pero escondiendo sus mejores armas, las que recuperó en abril del siguiente año, con las que volvió a enarbolar la bandera de la república, y como caprichoso que era, volvió a autonombrarse gobernador de Tamaulipas.
Fue así que uno de los principales generales imperialistas, Tomás Mejía, se abastionó en Matamoros en septiembre de 1864. A él correspondió dar el diseño final al sistema de fortificaciones que rodeaban la ciudad y culminó la construcción de la casamata. En ese momento en el sur de Texas se experimentaba la culminación del gran comercio algodonero de la Confederación, por lo que el dinero circulaba a raudales y el trasiego de pacas de algodón se enfilaba hacia el puerto de Bagdad, desde donde salía al mercado internacional, sin que la marina de la Unión se atreviera a suprimir este comercio, ya que la flota francesa garantizaba su continuidad.
Mariano Escobedo toma la iniciativa
Para la primavera de 1865 comenzaron a dar vuelta a las tornas a favor del bando republicano. En el contexto internacional dos fueron los sucesos claves que perfilaron este nuevo rumbo. Uno fue que Napoleón III, presionado por el crescendo de Prusia que le disputaba la hegemonía en Europa, decidió el retiro escalonado de México; otro que en Estados Unidos los estados norteños derrotaron a los confederados, implicando el retorno de la doctrina Monroe. En la escena interna, las guerrillas juaristas se convirtieron en verdaderos ejércitos de línea, como el cuerpo del ejército del norte, organizado en el noreste por el general Mariano Arista, que comenzó a operar con el mando supremo en la región. Sin embargo, fracasa en su asalto ante las inexpugnables fortificaciones de Matamoros en octubre de ese año, como antes le había ocurrido al general Miguel Negrete.
Una decisión desastrosa
Ante el fracaso por ocupar Matamoros frontalmente, Escobedo ideó estrangular la plaza, invadiendo su única ruta de abastecimiento, el puerto de Bagdad, donde todavía las casas comerciales allí instaladas estaban pletóricas de mercancías, con las que se pretendía seguir sosteniendo el esfuerzo bélico para apuntalar al imperio. El problema fue que en ese momento carecía de la suficiente fuerza para apoderarse del puerto. Por tanto negoció en Brownsville con el general Weitzel, comandante en jefe unionista del distrito del Río Grande, organizar un contingente de tropas estadounidenses en licencia, que ingresaría a México bajo los estatutos y ordenanzas del ejército republicano.
Todo estaba listo para que la operación fuera un éxito, sin embargo, adelantándose a los acuerdos pactados, el general Samuel W. Crawford, reclutó a un contingente de ochenta soldados negros, vestidos con sus uniformes azules y una banda en sus gorras con el lema “Cortina”, con los que se dirigió a la boca del Bravo; y en la mañana del día 5 de enero, en franca actitud de filibusterismo, cruzaron el río para reducir a la guarnición imperialista, en tanto el vapor “Antonia” levó anclas y se dirigió a Matamoros, mientras una lancha dio aviso al barco francés “Tisiphone” situado en mar abierto. Liberado de la prisión local el americano Foster, enardeció a la tropa e incitó al pillaje, a la que se unieron las clases bajas locales y una partida de bandidos que apareció en el lugar. Pronto reinó la anarquía, el desorden, el crimen y la violación de mujeres.
Escobedo llegó a Bagdad el día 6 con una fuerza de soldados americanos, que para colmo se sumó a saquear los almacenes comerciales, que se encontraban aún repletos de mercancías; e incluso el jefe mexicano estuvo a punto de ser asesinado. Aun así, y ya con la presencia de algunas tropas mexicanas reclutadas por Adolfo Garza, Escobedo trató de controlar esta inaudita situación. Y para agravar el problema, el día 7 el buque francés realizó un bombardeo sobre Bagdad y despachó unas lanchas cañoneras que intentaron desembarcar, siendo rechazadas. Escobedo volvió a entrevistarse con Weitzel, quien le proporcionó otro contingente de soldados americanos y lograr finalmente restablecer el orden en el puerto.
Contrariado por estos hechos, Escobedo se retiró rumbo a Reynosa, nombrando antes al coronel Enrique Mejía como comandante militar en Bagdad, donde continuaban los robos de gente proveniente de la margen americana. Y por si no fueran pocas las dificultades, llegó el general Cortina y exigió la entrega de la plaza, aseverando que solamente él tenía autoridad en Tamaulipas. Imposibilitado a soportar la presión de Cortina, Mejía dejó la plaza a cargo del coronel Garza y marchó a Texas en espera de lo que resolviera Escobedo. Para entonces era obvio que el proyecto de ocupar Matamoros había fracasado estrepitosamente, por lo que Escobedo no intentó atacar nuevamente aquella ciudad fortificada.
Por último, el día 25 de enero un contingente imperialista salido de Matamoros, al mando del teniente coronel austriaco Kodolich, entró en el devastado puerto de Bagdad. Como era natural, este episodio impactó las cancillerías de Washington, París, la imperialista de la ciudad de México y la republicana situada en Chihuahua. Juárez hizo mutis, por el involucramiento de Escobedo en este traspié, y prefirió proteger a su valioso jefe militar. Maximiliano se quedó plantado con la humillación. En tanto, William H. Seward, el secretario de Estado norteamericano, minimizó estos eventos, a pesar del disgusto e impotencia que se experimentó en la corte de Napoleón III. Pero iniciaba 1866, el año de inflexión definitiva para el fin del segundo imperio mexicano.
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