CORONADO21052020

ESQUINA NORESTE
José Eustaquio Fernández y la capitalidad de Tamaulipas
Octavio Herrera Pérez

Ciudad Victoria.- Siguiendo el hilo de los personajes prominentes que con su actuación dejaron una huella significativa en la construcción histórica de lo que hoy conocemos como Tamaulipas, va ahora el esbozo biográfico del doctor José Eustaquio Fernández, una figura de intensa y polémica actuación en el ámbito local y nacional, del que injustamente no se ha hecho un reconocimiento a la medida de sus aportaciones, entre las que se encuentra nada menos que haber sido el promotor de que la capital del estado de Las Tamaulipas radicara en las villa de Aguayo y de haber impulsado la permuta del nombre de la provincia del Nuevo Santander por el de nuestras serranías costeras. Nació en Tula en 1780, hijo de un distinguido linaje potosino-tamaulipeco con fuerte arraigo regional, siendo hermano de Francisco Vital Fernández, uno de los hombres más poderosos del escenario público de Tamaulipas, hasta su muerte en 1850. Realizó sus estudios en el seminario de Monterrey, forjando una carrera sacerdotal, para después pasar a la ciudad de México al colegio de San Ildefonso, donde se graduó como doctor en filosofía y teología, en un célebre examen en el que su disertación denominada “La Noche Triste”, mereció el voto unánime y aprobatorio de cincuenta y seis doctores, lo que habla de un individuo con alta conceptualización teórica y argumentativa. Por su capacidad se desempeñó hacia 1811 como catedrático en el colegio de San Pedro y San Pablo y del propio colegio de San Ildefonso, en las asignaturas de gramática, filosofía y teología, cátedras que ganó por oposición, “sin omitir medio para el aprovechamiento de sus discípulos”.

     De vuelta a Monterrey quedó adscrito a la mitra del obispado del Nuevo Reino de León. Y dada su jerarquía en la ciencia del derecho y a sus votos religiosos, fue convocado en 1817 para el levantamiento de la causa sumaria contra el presbítero Servando Teresa de Mier, aprehendido en la villa de Soto la Marina tras la incursión del comandante Joaquín de Arredondo contra el remanente de la expedición de Xavier Mina. Seguramente ante este hecho decidió apoyar la causa del plan de Iguala proclamado por Agustín de Iturbide, acudiendo hasta el pueblo de Tepotzotlán, donde publicó en la prensa insurgente un panfleto en el que criticó la falta de legitimidad de las últimas autoridades coloniales. Aquí seguramente conoció a José Joaquín Fernández de Lizardi –el célebre autor de la novela picaresca “Periquillo Sarniento”–, entregado también al proyecto trigarante, colisionando los egos de ambos personajes, de lo que resultó una polémica expresada en la publicación de libelos en los que se reprochaban mutuamente sus posiciones políticas. Y tal era su talante como polemista, que impugnó públicamente a la propia mitra de Monterrey, al oponerse al método de nombramiento del titular de una canonjía magistral de la iglesia catedral. En 1820 fue nombrado diputado por la provincia de Santander para la diputación de las Provincias Internas de Oriente y al año siguiente se le nombró para acudir a las cortes españolas, a las que no acudió por involucrarse en la consumación de la independencia nacional. Y al convocarse en octubre de 1821 la integración de la junta provisional del imperio mexicano, el doctor Fernández publicó un proyecto para simplificar las bases electorales para las nuevas cortes mexicanas, así como otro texto que proponía nuevas bases para dicha convocatoria, documentos que constituyen un referente en el origen institucional del país.

     Como párroco de la villa de Aguayo en 1823, encabezó su pueblo y ayuntamiento por pronunciarse tempranamente a favor de la creación de la federación mexicana, de que la provincia de Santander se separara del resto de las Provincias Internas de Oriente y que se le denominara como “estado de Las Tamaulipas”. Y ya instalado su primer congreso constituyente, figuró como diputado titular, quien salvó su voto en aplicar el decreto de excepción contra el ex emperador Agustín de Iturbide, aunque tocándole presidir la sesión del congreso que autorizó su ejecución. Luego denostaría al gobernador José Bernardo Gutiérrez de Lara con el demoledor libelo titulado “Levantamiento de un General en Las Tamaulipas contra la república o muerto que se le aparece al Gobierno en aquel Estado”, lo que contribuyó a su renuncia. Despejado el camino, condujo a la legislatura para que la capital pasara de Padilla a Aguayo, llamada desde entonces Ciudad Victoria.

     Versátil como era, el doctor Fernández hizo eco de los proyectos de su hermano el gobernador Francisco Vital, enfrascándose en el trazo de un camino carretero a través de la Sierra Madre y enlazar así a la capital del estado con su terruño natal. Luego se integró como miembro de la curia del arzobispado de México, siendo ésta una de las etapas no documentadas hasta ahora y de lo que solo tenemos vagas noticia. De lo que se sabe fue que en 1830 el coronel Pedro José Lanuza, de la guarnición de la plaza de México, lo acusó de alterar el orden público, algo un tanto contradictorio al reconocimiento que tenía de los tribunales de la república para ejercer el oficio de abogado. Institucionalmente vuelve aparecer como integrante en 1842 como diputado electo por el partido de Tula en la Junta Departamental de Tamaulipas. Se dice que participó de alguna manera en los debates para la redacción de las Bases Constitutivas u Orgánicas, pero lo cierto eran sus constantes estancias en la ciudad de México, donde lo sorprendió la muerte el 4 de abril de 1843, a solo seis días después de haber sido nombrado catedrático en derecho civil, como lo consignó para honrarlo el periódico “El Siglo Diez y Nueve”.

Imagen: Sello de la imprenta del Gobierno de Las Tamaulipas en la villa de Aguayo, la futura capital Ciudad Victoria, 1823.