Ciudad Victoria.- José Núñez de Cáceres, un político, jurisconsulto e intelectual fue el “Miguel Hidalgo” de la República Dominicana, y, como nuestro Padre de la Patria, también sucumbió en la turbulencia independentista, aunque en su caso no con la muerte, sino con el exilio permanente. Eso ocurrió en 1821, al querer independizar su país y sumarlo a la Gran Colombia de Simón Bolívar, pero fracasó ante una invasión proveniente de Haití. Hay que recordar que esta isla, a pesar de ser la primera experiencia española en la conquista de América, con el tiempo se desentendió de ella y su mitad occidental quedó en manos de Francia, que hizo florecer allí riquísimas plantaciones de azúcar, con una población de siete a uno respecto al segmento español de la isla (aunque en su mayoría esclavos negros); segmento que a fines del siglo XVII quedó completamente en manos de Francia. Fue en 1808 cuando la parte oriental volvió a la soberanía española, siendo el momento, trece años más tarde, cuando Núñez de Cáceres pretendió su independencia, llamada “Efímera”, por durar cuarenta y nueve días, retornando el dominio español sobre el oriente de la isla. No obstante, dejó sembrada la semilla independentista.
Obligado a salir de Santo Domingo, Núñez de Cáceres pasó a radicar en Venezuela, a donde trajo consigo su imprenta, en la que se imprimieron numerosos textos de una bulliciosa etapa política que la que él mismo no pudo sustraerse. Incluso se apartó de Bolívar, al negarle el apoyo para reconquistar a su país, ya que el libertador tenía nexos previos con los negros jacobinos de Haití. Desalentado, Núñez de Cáceres decide embarcarse rumbo a México, donde llega en 1827. En ese momento, nuestro país vivía una intensa actividad política durante la primera república federal, por lo que Núñez de Cáceres no quiso permanecer en las grandes ciudades mexicanas y, en cambio, aceptó la convocatoria que hizo el gobierno de Tamaulipas para reclutar abogados de carrera que quisieran venir a trabajar en la organización del Supremo Tribunal de Justicia. Y vaya que este personaje tenía un gran currículum, tanto como jurisconsulto y ex rector de la Universidad de Santo Domingo.
A su llegada Núñez de Cáceres se mimetizó inmediatamente con el medio político y oficial tamaulipeco. Se integró a la naciente judicatura local, fue oficial mayor del gobierno y senador de la república por nuestro estado, que lo declaró “Benemérito de Tamaulipas” en 1833, un honor que pocos recibieron en su tiempo y por sus buenos vínculos con el gobernador Francisco Vital Fernández. Y dentro del gobierno, fue autor de muchas leyes y conceptos institucionales y su firme se encuentra en numerosos documentos gubernamentales y judiciales, que se encuentran en los archivos históricos de la entidad. Destacó por su probidad intelectual y política, siendo respetado por tiros y troyanos en esas difíciles etapas de convulsiones y luchas por el poder. Incluso, en 1840, fue aclamado por una junta popular gobernador federalista de Tamaulipas, coadyuvando en la pacificación del noreste en llamas, por una rebelión contra el gobierno central que consumía a la región desde dos años atrás, encabezada por el licenciado Antonio Canales Rosillo, otro de los líderes regionales de Tamaulipas. En 1843, cuando los años comenzaron a pesar en la vida de este prócer, la Asamblea Departamental de Tamaulipas le otorgó una pensión vitalicia, lo que habla del respeto y admiración que siguió gozando con el tiempo. Finalmente, y dolido por la intervención norteamericana al territorio mexicano, murió el 11 de septiembre de 1846 en Ciudad Victoria, en cuyo sepelio Simón de Portes, su secretario y compatriota dominicano, expresó una sentida oración fúnebre. En lo familiar, una herencia tangible del prócer fue su fecundo árbol genealógico, que hizo profundas raíces en nuestra entidad, con frutos elocuentes en las figuras de Estefanía Castañeda y Othón Pompeyo Blanco. Por su parte, su fiel secretario sería el abuelo del presidente Emilio Portes Gil. Es decir, una cimiente dominicana de enorme raigambre en Tamaulipas.
Finalmente cabe reseñar el pasaje de su exhumación, realizada en 1943 por órdenes del entonces dictador de la República Dominicana, el temible Rafael Trujillo, quien para festejar el centenario de su independencia efectiva (1844), llevó sus restos a Santo Domingo, donde reposan en el Panteón Nacional. Como homenaje local, la Calzada Tamatán fue llamada “José Núñez de Cáceres”, pero el nombre duró poco, pues al llegar al gobierno del general Raúl Garate, la hizo denominar a favor de su suegro, Luis Caballero, un político y militar que en el umbral de la gloria revolucionaria prefirió el capricho personal y se perdió en una rebelión de poca monta, que lo hizo desaparecer merecidamente del escenario histórico, solo resucitado por el oficialismo conmemorativo.