CORONA08062020

ESQUINA NORESTE
La Batalla de Santa Gertrudis
Octavio Herrera Pérez

Ciudad Victoria.- Porque todo país que se precie de sí mismo, aun en las circunstancias más difíciles por las que atreviese, hacer memoria de los eventos que le dieron cohesión, siempre será un acto necesario. Lo menciono porque este 16 de junio se cumplirá una fecha más de haber acontecido la famosa batalla de Santa Gertrudis, allá en la frontera norte, un suceso que cambió las tornas de la disputa por la nación entre los patriotas republicanos contra los mexicanos imperialistas, apoyados por las bayonetas extranjeras de Francia y sus aliados.

     Y en Tamaulipas, desde 1908, cuando las Hijas de Ciudad Guerrero mandaron edificar el obelisco en el campo de batalla, en Camargo, marcó al más importante sitio de un escenario bélico histórico en nuestra entidad. Recordarlo es un homenaje a aquellos mexicanos que hicieron posible lo que hoy disponemos como país, a pesar de que en este momento, y en esa misma región, haya imperado un manto doloroso de inseguridad, que aunque estimulada por poderosos factores externos, ha enconado a nuestros propios connacionales. Y ante tal paradoja, la memoria histórica de lo más sublime que hemos tenido, el amor a la patria mexicana, es lo único que nos puede hacer salir adelante.

México, Segundo Imperio y resistencia republicana

El año de 1866 fue el punto de inflexión definitivo para la inevitable restauración republicana de México. Diversos procesos, internos y externos determinaron el inexorable destino trágico del Segundo Imperio mexicano. En primer término la fortaleza del presidente Benito Juárez que al encarnar la legitimidad de los poderes de la república, sirvió de referencia y foco aglutinador de los esfuerzos que realizaron numerosos patriotas a lo largo y ancho del país. La resistencia armada en sí misma a la injerencia extranjera francesa fue otro factor interno decisivo, que al sumar victorias fue desmoronando al poder imperialista.

     Por otra parte, para esa fecha Napoleón III ya sufría de las presiones de Estados Unidos, cuyo gobierno de Washington, una vez triunfante de la Guerra Civil contra la Confederación, exigió el retiro de Francia de México. Pero además, el emperador francés ya recelaba del poder que se generaría con la unificación de Alemania, lo que significaba un rediseño en la geopolítica de Europa, de ahí la creciente retirada de los contingentes franceses de las tierras mexicanas; solo las tropas austriacas y belgas permanecerían un tiempo más, por su lealtad con el emperador Maximiliano y la emperatriz Carlota. Fue quedando así solo el emperador y sus huestes conservadoras mexicanas. Pero antes deberían de sufrir cruentas derrotas, como la acontecida en Santa Gertrudis.

La Batalla
Esta acción de guerra fue consecuencia de un intento de las autoridades imperialistas estacionadas en Matamoros, al mando del general Tomás Mejía, de introducir al país un valioso cargamento de mercancías, con lo que se financiaría el esfuerzo bélico que desarrollaban en esta región del país, donde pululaban las fuerzas republicanas. La idea era que un convoy llegara hasta Mier, y que allí arribara una fuerza procedente Monterrey, donde se haría el transbordo de la mercancía.

     Sin embargo, los espías del Ejército del Norte, que comandaba el general Mariano Escobedo, fue alertado de esta operación, por lo que, en 72 horas, se trasladó desde el pie de la Sierra Madre hasta orillas del Bravo con el grueso de sus tropas, en tanto un contingente menor engañaba en Cerralvo a las fuerzas imperialistas salidas de Monterrey, obligándolas a permanecer encerradas en esa población. Mientras tanto, al atardecer del día 15 de junio el convoy salido de Matamoros rumbo a Mier, al mando del general imperialista Feliciano Olvera, avanza por el camino que va por la mesa de Santa Gertrudis, pero percibe la posibilidad de una emboscada y se estaciona.

     Para ese momento, las tropas del Ejército del Norte ya están sobre el terreno, pero por un descuido, no puede sorprender a los enemigos. Y luego de pasar la noche en sus posiciones pecho tierra, en silencio, las fuerzas republicanas esperaron el amanecer. Se trataba de cuatro columnas de infantería; en tanto dos columnas de caballería esperaron a la distancia y solo se ubicaron en posición de combate cuando comenzó la acción.

     Al amanecer, los imperialistas se disponen a continuar avanzando con su convoy de mercancías. Disparan unas cargas de artillería ligera y aunque cae entre las tropas republicanas agazapadas, éstas no se mueven; solo lo hacen cuando sus enemigos se encontraban a 150 metros de distancia. Comienza con todo su fragor el combate. El general Mariano Escobedo organiza a sus oficiales, los que responden coordinadamente y justo a tiempo. Entre ellos están Sóstenes Rocha, Alonso Flores, Miguel Palacios, Francisco Naranjo, Joaquín Garza Leal, Higinio Villarreal, Salvador F. de la Cabada, Servando Canales y Jerónimo Treviño. El ataque del Ejército del Norte es frontal, al avanzar la infantería a bayoneta calada, arrollando a los imperialistas, que se parapetan tras el convoy de carros de mercancías.

     Acosados por la infantería republicana, los imperialistas tratan de hacerse fuertes en la eminencia donde se encuentra el convoy. Entonces interviene la caballería del Ejército del Norte, que colapsa toda capacidad de resistencia de sus enemigos. Un batallón de soldados austriacos lucha con ferocidad, quedando muertos en el campo 145 de ellos. El general Olvera y otros oficiales imperialistas huyen hacia Matamoros. Y, para cuando el sol comenzaba a calentar, el campo de batalla estaba en manos de los republicanos, de los que murieron cien hombres.

     Por su parte, quinientos muertos quedaron tendidos en el bando imperialista, así como mil doscientos prisioneros, muchos de ellos extranjeros. También quedó en poder de los republicanos todo el cargamento de mercancías, intacto, que fue confiscado. Y, en un acto de honradez republicana, Escobedo respetó la propiedad de las mercancías, pero solo con el cobro del doble de los impuestos que aplicaba la nación, como multa; de no hacerlo sus dueños, se aplicaría el remate.

Las consecuencias

El impacto de esta batalla fue devastador para el general Mejía, que calculó que muy pronto sería sitiado por Escobedo, siendo ese seguramente su fin. Y en efecto era el paso a seguir por el general mexicano, quien tras la acción librada dio descanso a sus tropas en Camargo en espera de marchar rumbo a Matamoros, además de ponerse a liquidar la incautación hecha del convoy imperialista.

     Sin embargo, como nunca faltan las jugarretas políticas, los caudillos locales Juan José de la Garza y José María Carvajal, desde Brownsville, adelantándose a Escobedo, ofrecieron un salvoconducto a Mejía, para que abandonara Matamoros con la totalidad de sus tropas y armamento –excepto la artillería pesada–, y transportarse a la boca del río Bravo, donde se embarcaron rumbo a Veracruz y así reintegrarse a las fuerzas del imperio. Por su parte, Carvajal se arrogó el título de gobernador de la entidad. Entre las razones de esta actitud de los líderes tamaulipecos fue el estado de sitio en el que se encontraba la entidad desde 1862 –aun antes de la intervención extranjera–, debido a la guerra civil local electoral de Rojos y Crinolinos, por lo que a toda costa deseaban imponer su hegemonía, a contrapelo de las disposiciones del gobierno de Juárez. Naturalmente el presidente desconoció el arreglo hecho con Mejía y Escobedo hizo el berrinche de su vida.

     Entonces fue nombrado el general Santiago Tapia como gobernador y comandante militar de Tamaulipas; pero aun así, surgió otro caudillo local, Servando Canales, quien en agosto de 1866 desconoció a Tapia y se apoderó de Matamoros. Escobedo debió interrumpir su marcha para combatir al imperio para ir a sofocar a este impertinente jefe, Canales, a quien se ha sobrevalorado por su actuación en la batalla de Santa Gertrudis, sobre todo porque más tarde tomaría el poder del estado y haría escribir la historia a su modo, la misma que seguimos repitiendo hasta el presente en las narrativas oficiales y educativas.