Ciudad Victoria.- La población de origen extranjero y su permanencia en Matamoros fue una de las principales características experimentadas en esta parte del norte de México a raíz de la independencia nacional. Se tiene noticia de que en las postrimerías coloniales sólo dos europeos peninsulares residían en la Congregación del Refugio (nombre original de Matamoros). Uno de ellos era Felipe Roque de la Portilla, natural de Castilla –quien actuó como alcalde del primer ayuntamiento constitucional en 1814–, y Manuel López, originario de Andalucía, aunque para ese momento eran igualmente españoles como lo eran todos los habitantes de la Nueva España. Pero con la apertura del puerto, se produjo el arribo súbito de numerosos extranjeros, los que antes tenían escasas posibilidades de radicarse en México, y quienes teóricamente debían acatar el decreto del imperio de Agustín de Iturbide, que estipulaba como condición para su residencia en el país la práctica de la religión católica, ser artesanos y traer maquinaria o herramientas propias de su oficio.
Sin embargo, más que fusionarse con la nueva nación mexicana, los extranjeros pretendían sacar ventaja de las oportunidades económicas que brindaba su emancipación política, como era el movimiento mercantil en los puertos, como fue el caso de Matamoros; o como ocurrió en Texas, que la especulación de tierras provocó una avalancha de angloamericanos. Así, para inicios 1823 ya se contaba el arribo a la Congregación del Refugio de un nutrido grupo de extranjeros, para alarma del cabildo local, que pidió instrucciones al gobierno de la provincia sobre las medidas que debía adoptar. Meses después era bastante evidente la presencia de extranjeros dedicados al comercio, quienes aprovechándose de la precaria infraestructura aduanal cometían fraudes escandalosos, pasando por encima de la autoridad municipal. Estos abusos continuaron, como lo notó en 1825 el visitador aduanal Joaquín Quijano, quien pedía al ayuntamiento ayuda para obligar a los extranjeros a pagar la renta de alcabalas, así como regular la descarga de mercancías y su presentación a la aduana, así como exigirles responder los cuestionarios sobre sus movimientos de mercancías.
El arribo de extranjeros a Matamoros durante la primera década del funcionamiento del puerto fue muy activo. Es probable que muchos de ellos no permanecieran en el puerto, bien porque se internaran al país o porque buscaran otro destino. Su llegada hizo inclusive que el cabildo acordara en 1827 no otorgarles los solares que solicitaban, hasta en tanto se consultara con el gobierno estatal sobre la materia. Pero a pesar de esta resistencia, los extranjeros llegaron a consolidar su presencia e incluso a exigir privilegios para sus intereses creados, lo que fue apoyado con sus respectivos cónsules. Esto se observó en una solicitud hecha en 1844 para ser exceptuados de una ley prohibitiva sobre el comercio al menudeo, a lo que el gobierno del estado tuvo que acceder. La procedencia de los extranjeros en esta etapa era de lo más variada, predominando los estadounidenses y los europeos y de éstos, además de franceses y británicos, había germanos, irlandeses, italianos, húngaros, croatas y de otras nacionalidades, como los españoles, expulsados del país en 1829, pero que retornaron más tarde a hacer grandes negocios. También había de otras partes de Hispanoamérica, los que por su condición latina se mezclaban muy bien en la sociedad mexicana.
Los estadounidenses
Los estadounidenses fueron desde un principio los extranjeros más influyentes en Matamoros, en virtud de la cercanía de su país y de los estrechos vínculos mercantiles que pronto se estableció con los puertos de Nueva Orleáns y aquellos situados en la costa atlántica de Estados Unidos. Uno de los primeros en llegar fue Benjamin Godfrey, de Massachusetts, que en 1823 solicitó a nombre de la compañía de William Moore un permiso a las autoridades locales para vender mercancías importadas de Nueva Orleans, y en esa faena de intermediario comercial amasó una fortuna, para finalmente retirarse en 1833 para ir a radicar a Illinois. Otro norteamericano, tal vez el más destacado, fue Charles Stillman, nativo de Connecticut, quien arribó en 1828 para atender una sucursal mexicana del comercio de fletes de su padre, y quien a inicios de los años cuarenta manejaba un capital mercantil de $80 000, muy por encima de la mayoría de los comerciantes de Matamoros en aquel momento. El cónsul Daniel W. Smith, quien originalmente llegó como cónsul destinado al puerto del Refugio en 1826 y en el que permaneció durante años, también se dedicó al comercio, especializándose en desarrollar, como muchos, operaciones de contrabando. Otro americano que dejó huella fue el capitán Henry Austin, quien recibió hacia 1829 una concesión mexicana para introducir la navegación fluvial en el rio Bravo, para lo cual utilizó el vapor “Ariel”, el primero en su tipo en dicha corriente; concesión que compartía con el oficial mexicano, de origen americano, el coronel Juan Davis Bradburn. Esto estimuló el interés de los armadores en Nueva Orleans, como al capitán H. Hodgson, que se mostró dispuesto a construir botes capaces de navegar en aquellas aguas fluviales mexicanas. Sin embargo, Austin abandonó pronto su empresa, para ir hacia Texas atraído por la especulación de tierras que manejaba su tío Esteban Austin. Larga sería la lista de citar otros estadounidenses radicados en Matamoros en esta primera etapa, pero por ahora aquí queda el apunte.
Los americanos de color
Otros estadounidenses serían los negros u “hombres de color”, especialmente aquellos libres de la esclavitud, los que aborrecían el sistema opresor imperante en su país, y los que encontraron en Matamoros un lugar de oportunidades para ganarse la vida, como granjeros, carpinteros, yeseros, fabricantes de ladrillos y operarios de botes de vapor; muchos de ellos llegaron en esta etapa de las primeras décadas de la vida independiente, antes de la invasión americana. Pero igualmente había negros prominentes y educados, como Henry Powell, de Luisiana, Henry White, de Philadelphia, Jeff Hamlin, o el mulato Nicholas. Del mismo modo se radicó aquí el estadounidense Gilman Smith, venido de Vermont, que profesaba un pensamiento anti-esclavista, poseedor de una colección de periódicos de la costa atlántica americana, como el “Vermont Chronicle” y el “New York Observer”.
Los ingleses
Los británicos radicados en Matamoros fueron igualmente muy numerosos, a pesar de que el grueso del comercio entre la Gran Bretaña y México se canalizaba a través de los puertos de Veracruz y Tampico. Tan sólo en 1836 y de acuerdo con fuentes diplomáticas, 41 súbditos de Inglaterra solicitaron al consulado británico en Matamoros la protección de su gobierno ante los disturbios políticos que se temía a raíz de los sucesos de Texas y el acantonamiento del ejército mexicano en esta ciudad. Entre ellos varios destacaban los dedicados al comercio, figurando una lista de aquellos que obtenían ganancias anuales importantes, como Thomas & Hugh Devine, Thomas Hale (llegado en 1824), William Elliot, Nicholas W. Pendergast, Lamb & Co., Geo. Parker, Richad. D. Blossman, , Michael McMahon, William Carroll & Co., Peter Hale, James Grant, Walter Henry, James Belden y P. Henry. Además, destacaba un importante número de británicos dedicados a las más diversas actividades y oficios, como contadores, taberneros, impresores, granjeros, artesanos, carpinteros, arrendatarios, herreros, vinateros, y cajeros, algunos de los cuales adoptaron la opción de la nacionalidad mexicana. Otro británico destacado de este período fue William Neale, quien llegó a México como miembro de un barco al servicio de la armada mexicana que participó en 1825 en la rendición del catillo de San Juan de Ulúa. Más tarde emigró a Estados Unidos y finalmente se estableció en Matamoros en 1834, donde se dedicó al negocio del transporte de carros entre el frontón de Santa Isabel y la boca del río con la ciudad; después de la guerra de invasión americana se radicó en Brownsville, donde fue varias veces alcalde y falleció allí en 1896. Y ni qué decir del nefasto Adolphus Glavecke, que especuló con las tierras al norte del Bravo después de 1848, convirtiéndose en acérrimo enemigo de Juan Nepomuceo Cortina.
Los franceses
Los comerciantes extranjeros procedentes de Francia fue igualmente un grupo representativo de la colonia de extranjeros asentados en Matamoros en su etapa portuaria inicial, algunos de ellos con raíces en Nueva Orleans. Y entre los primeros de ellos en llegar estuvo Ramón Lafón, personaje nacido en la Aquitania francesa, emigrado a Estados Unidos, arribando a Nueva Orleans en 1823 y enseguida al puerto del Refugio. Operaba un variado número de goletas para mercadear productos del país y plata, siendo sorprendido en varias ocasiones por las autoridades aduanales mexicanas por realizar operaciones de contrabando, que siempre pudo sortear. Fue asesinado en 1832 y sepultado en la cripta del Sagrado Corazón de la parroquia de Matamoros. Otros individuos de origen francés que llegaron a establecer casas de comercio en Matamoros fueron Benjamín Dansac y Hermanos, Emilio Manauton, Luis Arnan, Reinaldo Lafauvire, Pedro Pargin, Enrique Macguen y Margarita Macguen. También destacó el arquitecto Seuzenau, constructor de la obra del parián de la ciudad.
Los alemanes
Otra nacionalidad extranjera fue la de origen alemán, representada por una oficina consular correspondiente al reino de Prusia. Entre sus miembros destacó de manera singular J. O. Schatzell, tal vez el comerciante más adinerado en la primera etapa mercantil que se experimentó en Matamoros, y quien por estar naturalizado como estadounidense, fungió un tiempo como cónsul de Estados Unidos. Otro comerciante alemán con importantes recursos en capital y lazos mercantiles fue Karl (o Charles) Uhde, quien se estableció aquí hacia 1825, asociado con después con Johan Eschenberg; fue cónsul prusiano en 1837 en ausencia del titular, el señor Berolt, como también fue vice-cónsul de la Gran Bretaña, debido a que ostentaba la nacionalidad británica, por haber nacido en Inglaterra.
Imagen: Dibujo de la plaza del mercado o parían de Matamoros, hacia mediados del siglo XIX, en el que se aprecian varios caracteres de la sociedad local de la época.