GOMEZ12102020

Evolución del Puntiagudo
(Segunda y última parte)
Víctor Vela

Monterrey.- Cabe indicar que los primeros pobladores del Puntiagudo, según lo confirma la genealogía conocida hasta ahora, fueron migrantes provenientes de Cerralvo y Monterrey, que iban con rumbo a Ciudad Mier, o al valle del Río Bravo. Después resultó atractivo para realizar actividades de agricultura y ganadería; que debieron tener sus altibajos a consecuencia del extremoso ambiente climático y, probablemente, la turbulencia política colonial en aquel entonces.

Se deduce que cuando el Puntiagudo pasó de la categoría de paraje a ser congregación de Agualeguas, fue ya pasada la segunda mitad del siglo XVIII, una vez fortalecida la misión franciscana asignada a esa población; y declarada villa en 1772, por encomienda del gobernador Francisco de Echegaray.

Aunque de oficio no se tenía la figura política de valle (conjunto de rancherías representadas por un delegado), sí lo era de hecho, ya que por ejemplo, la crónica local dice que: “[en 1818] don Pablo Chapa, originario de este lugar, [tomó la iniciativa de construir] una saca de agua tomada del río Sosa y Mesillas [para regar] aproximadamente como ocho caballerías de tierra”. La toma está en un punto conocido como Los Madrigales, y llegó a tener capacidad para regar más de 200 hectáreas de labor, al lado poniente del Río Sosa.

El aumento de población de la región a mediados del siglo XIX, natural y por migración neta, más la expansión normal, al abrirse nuevas tierras para trabajar, hicieron que la rivera del Río Sosa, en un tramo aproximado de 10 kilómetros, apareciera una serie de pequeñas rancherías teniendo como centro de gravedad al Puntiagudo, sin que hasta el momento se pueda saber su orden de aparición. En los archivos municipales están registrados, en sus primeros informes: al sur, Los Madrigales (Los Serna); y al norte, El Herradero, San Javier, Las Burras, Rancho Nuevo, Las Lajitas, Paso Hondo y Puente de Piedra.

Esta región, originalmente formaba parte de la llamada “comunidad de Chapa”. Fue durante la gestión de Bernardino Meneses (el Conde de Penalva, como gobernador de Nuevo Reino de León, en años posteriores a 1730), cuando se traslapó por el rumbo noreste aquella gran franja, la cual cruzó (según versiones) desde la costa, por el lado norte, los estados de Tamaulipas Nuevo León y Coahuila.

Esa gran extensión, que se presume pudo ser un corredor de trasporte entre el litoral y la zona continental menos escabrosa, fue posiblemente seccionada en grandes porciones, y cedida a familias poderosas para financiar a los gobiernos de esa época; o bien por reclamos de los herederos de las mercedes concedidas a fines del siglo anterior. Bajo estos antecedentes, el señor Ignacio Vela Chapa pagó a los dueños de la porción número 42 –un terreno equivalente aproximado al 10 por ciento de la comunidad original– donde estableció formalmente, en 1863, la ya mencionada hacienda de San Javier, seis kilómetros río abajo del Puntiagudo.

Actualmente, es ésta la única jurisdicción con la cual cuenta General Treviño.
Tiene en su mayor parte un sistema de pequeña propiedad territorial. Inicialmente, cuando su explotación tuvo carácter comunitario, la zona habitada se ubicó al margen del Río Sosa, donde duró hasta 1948, cuando una atípica creciente acabó con el poblado, por lo cual fue necesario el traslado de sus habitantes a partes más altas, primero; finalmente, casi en su totalidad, hacia la orilla de la actual carretera a Ciudad Miguel Alemán, antes el camino a Roma, Texas.

A modo de conclusión, estas anotaciones constituyen algunos elementos de análisis a considerar en la historia integral de la conquista y colonización de la Nueva España. Queda entendido que al estudiar esta región, con relación a la forma como que se vivió este marcado episodio de nuestra historia, existen diferencias respecto al resto del territorio invadido, que se debieron a las condiciones naturales y el precario ambiente cultural. No obstante, se añaden razones históricas para recordar los agravios sufridos, a los que se refiere el gobierno mexicano, al conmemorar este año cinco siglos de la caída de Tenochtitlan.