Ciudad Juárez.- Las figuras históricas de Francisco Villa y Felipe Ángeles se han convertido en inseparables, a pesar de tener orígenes sociales, geográficos, comportamientos, actitudes, personalidades tan distantes. Hay historiadores cuyos trabajos han influido para ello y luego los mitos populares han reafirmado esta simbiosis. Ciertamente, los acontecimientos históricos en los cuales ambos personajes actuaron juntos son los de mayor relevancia en sus vidas. Sin embargo, la revolución mexicana no los reunió sino hasta 1914, cuando los dos habían tenido ya un intenso tránsito por los sucesos iniciados en 1910. Ángeles había regresado de sus estudios en Francia instalado ya el gobierno de Madero, fue director del Colegio Militar –una de sus aspiraciones juveniles–, jefe del ejército federal que combatió el zapatismo, militar leal al mandatario asesinado en 1913, exiliado y de regreso a México en 1914. Francisco Villa de bandido había pasado a revolucionario en 1910, partícipe destacado en la insurrección maderista, en la cual obtuvo los galones de coronel, fue un soldado irregular de la primera División del Norte que combatió al orozquismo bajo el mando del general Victoriano Huerta, dirigió la segunda y famosa División del Norte, caudillo victorioso en varias batallas contra el ejército federal y los colorados. Fue hasta los días previos a las sucesivas confrontaciones armadas de la Laguna, que ambos generales se conocieron en marzo de 1914. De allí en adelante y durante unos meses compartieron victorias estruendosas y derrotas de igual calibre hasta junio de 1915. Luego se reunieron por apenas cinco meses en 1918-1919 en un intento para poner en acto otra gran insurrección armada contra el régimen de Venustiano Carranza. Ángeles fue dicen algunos, el artífice de la ruptura entre Villa y Carranza y su cerebro gris al que deben atribuirse las victorias decisivas de la División del Norte, sobre todo la de Zacatecas. También, se dice que las derrotas villistas en el Bajío, se debieron a que el Centauro desatendió los consejos del militar de carrera. Estas versiones son poco verosímiles como lo ha demostrado Pedro Salmerón, si se tienen en cuenta las varias batallas en las cuales Villa había triunfado sin la concurrencia del hidalguense.
El hecho es que Felipe Ángeles siempre aparece como un “villista” consumado. ¿Es esto cierto? Fue un general subordinado a Francisco Villa, pero dista mucho de ser uno de sus seguidores políticos, según se verá.
En el enjuiciamiento ante el tribunal militar, Ángeles nunca se identificó con, ni apoyó las acciones o los pensamientos de Francisco Villa. Por principio, siguiendo acaso una estrategia jurídica elaborada por sus abogados defensores, negó sistemáticamente haber participado en las acciones armadas de la guerrilla villista, su comparación de Francisco Villa con Genovevo de la O, el destacado general zapatista, es apenas un gesto de tolerancia y comprensión hacia los pobres y desposeídos a quienes las circunstancias conducen de la inconformidad con las injusticias a la rebelión. En repetidas ocasiones afirmó sus críticas a Villa, a quien identifica con un hombre capaz de caer en los peores excesos, como cuando relata las diferencias que tuvieron sobre Madero, momentos en los cuales la devoción rendida por Villa hacia el hombre de Parras había declinado, reprochándole que le habían faltado pantalones para liberarlo cuando estaba preso en la ciudad de México, mientras que Ángeles hacía la defensa del expresidente. En un momento dado, narró que Villa le dijo estas palabras: “...Usted es el único hombre que he permitido que me contradiga y no lo he mandado fusilar”.
En relación con el ataque a Columbus, el general Ángeles no sólo mostró su desacuerdo, por las consecuencias que pudo provocar, tan dañinas para México, sino que lo consideró un acto de barbarie, varias veces se refirió a los atacantes de una manera despectiva: “...esos que ahora me traicionan se levantan son los mismos asaltantes de Columbus, los violadores de muchachitas hasta de trece y catorce años, los que han robado y asesinado...La gestión de ellos entre las tropas revolucionarias es de lo más malo; se enorgullecen y relatan con delectación atroz sus bochornosos hechos en Columbus, a donde fueron a cometer crímenes y violar inocentes...”
Luego viene un gran desacuerdo con Villa, que según el propio general hidalguense ocasionó su separación. Este desencuentro se produjo a propósito de la posición guardada por cada uno hacia Estados Unidos y el gobierno norteamericano. Francisco Villa había buscado durante sus años de mayor poderío congraciarse con las autoridades de aquel país, nunca tocó las propiedades de sus nacionales y mantuvo una actitud tan discreta que se antojó colaboracionista con el invasor cuando el ejército de Estados Unidos tomó el puerto de Veracruz. Sin embargo, se volvió furiosamente antinorteamericano cuando el gobierno de Wilson reconoció al de Carranza en octubre de 1915. Fusiló entonces a cuanto gringo encontró a su paso y terminó atacando el poblado de Columbus. Ángeles en cambio, nunca abandonó su admiración por la gran nación norteamericana como le llamaba:
“Yo voy a confesar un pecado grande: nosotros los mexicanos somos enemigos de los norteamericanos sencillamente porque no conocemos a los norteamericanos; conocemos a los norteamericanos de la frontera, pero no conocemos a los norteamericanos del norte que son los que hacen progresar a esa gran nación, a ese gran pueblo semejante al pueblo de Roma, cuando su florecimiento. Los Estados Unidos son una gran nación de la que yo quisiera que fuéramos amigos y no podemos ser amigos de los Estados Unidos porque cada uno siente que allí está el peligro para los mexicanos y siente miedo hacia los Estados Unidos. Efectivamente el peligro viene de allí por la grandeza del pueblo norteamericano y por el atraso del pueblo mexicano. El desarrollo de la moral en la sociedad está bastante atrasado... Los norteamericanos nos creen de una raza muy inferior a la suya; y estos hechos, como todos los que figuran en el mundo físico, así como en el mundo social, tienen una explicación que hay que buscar a fin de evitar los peligros, y no obedecer a los impulsos del odio. El amor es mejor mil veces que el odio. Uno de los motivos de mi disgusto con Villa y que motivaron mi separación de él, es su odio contra los norteamericanos. Los hombres rústicos creen que el que no tiene odio no es hombre; esto pudiera estar justificado por su ignorancia, pero no lo está en los de arriba, en los que tienen el poder. El odio del que está arriba es salvaje. Eso fue la causa de que yo me separara de Villa: el no querer hablar contra los norteamericanos. Muchas veces cuando yo traté de corregir los defectos de los mexicanos, y les presenté las virtudes de los norteamericanos, me critican. Uno de nuestros peores defectos es la suciedad, eso se opone a todo principio de amor para sí mismo y para con los demás. Cristo predicó siempre la pureza, su religión se resume en tres palabras: pureza, amor, esperanza. Me referiré ligeramente a la pureza. La pureza consiste en la limpieza de la casa, del vestido, de las calles, de toda la población; pero la limpieza más que todo, más que en lo exterior, debe ser en el alma. El odio es la impureza del corazón que debe desaparecer para que lo llene el amor; entonces serán felices los hombres sobre todo. El odio a los vicios y a los malos hábitos, eso sí debe abrigarse, porque en todo caso se llegará siempre a la misma conclusión: que el odio a esas malas costumbres es el amor a la virtud”
Por otra parte, durante sus preparativos para venir a México a dirigir la insurrección contra Carranza, escribió que, de producirse una intervención norteamericana, no quedaría otra cosa que internarse en México y defenderse de todos: carrancistas, villistas, felicistas. No le faltó ocasión pues al célebre artillero para deslindarse del Centauro del Norte.
Otras diferencias existieron entre las maneras de pensar y de accionar de los generales Villa y Ángeles, que hacen inverosímil el “villismo” del segundo. Una de ellas llama poderosamente la atención. El ex general federal se formó en el seno de la institución militar, siguiendo rígidos cánones impuestos en las escuelas y ordenanzas castrenses de todo el mundo. Se adquiere allí un espíritu de cuerpo y un cierto desdén por “lo civil”, más aún por los llamados ejércitos populares, formados por artesanos, obreros y campesinos, muchedumbres sin disciplina y sin organización. Ángeles expresó esta perspectiva en varias de sus intervenciones en el juicio. Por ejemplo, dijo:
“El ejército que se forma en una revolución, se forma naturalmente, y muy bien, pero no es ejército, es chusma...el Ejército Constitucional, está formado en su mayor parte por voluntarios, y como ya lo dije, un ejército de voluntarios no sirve para nada. Es necesario construir en el país un ejército verdadero, que se eduque, que se compenetre de su misión; un ejército de hombres jóvenes y fuertes, un ejército formado por todos los hombres de las distintas clases sociales es lo mejor; así podrá servir a la patria en el momento oportuno, porque esos son hombres libres que jamás se someten a un tirano”.
¿Podría Villa aceptar estas ideas? De hecho, contradecían toda su experiencia, primero para convocar a la “chusma”, luego para organizarla y finalmente para encabezar su lucha contra un ejército profesional, que fue derrotado. Cuando hablamos de revoluciones victoriosas, no pueden olvidarse en la historia moderna a los sucesivos ejércitos populares formados en Francia durante 1789-1792 capaces de imponerse sobre cada uno de los ejércitos profesionales lanzados contra la revolución. Desde luego, los sucesos de nuestra propia historia son de mayor relevancia. ¿No estuvieron a punto de ganar la guerra esas muchedumbres hambrientas y caóticas encabezadas por el cura Hidalgo en 1811? Y, ¿acaso el ejército liberal, integrado por rancheros, gambusinos, preceptores, arrieros, abogados, triunfante en la guerra de reforma, no se construyó en el curso mismo de los combates contra el ejército profesional? Por ultimo, la misma revolución mexicana en 1910-1911 y luego en 1913-1914, revela también la capacidad, la energía, la iniciativa y el espíritu de sacrificio de estas chusmas como les llama el general Ángeles para salir victoriosos en el terreno de las armas, frente a los soldados de línea.
Ahora bien, en la historia universal, se encuentran, como se puede suponer y constatar con facilidad, ejemplos para todos las hipótesis y gustos. Esto es, existen otras experiencias en las cuales ejércitos populares fueron vencidos y doblegados por un ejército profesional y allí tendrían todo el valor las razones del general hidalguense. Salta a la vista en el siglo XX, el ejemplo de la guerra civil española, en la cual la batalla entre “Un pueblo contra un ejército”, (como apreció sus inicios el embajador norteamericano en Madrid), fue perdida por el primero. La conclusión es que afirmaciones tajantes como las del general Ángeles, en uno u otro sentido, no tienen asidero firme y menos aún en presencia de los ejércitos populares de la revolución mexicana.
Otro elemento de disconformidad que hace incompatible el pensamiento de Ángeles con el de Villa, es el referente a los caudillos. El primero, no se cansó de expresar su rechazo a la preeminencia de estos hombres fuertes, arbitrarios, despóticos, muchas ocasiones criminales, enemigos de la democracia y de la ley. “El caudillaje es otro de los peligros y males que han reducido a nuestro pueblo al estado en que hoy nos hallamos; todo mundo sigue a un caudillo y lo apoya; no a los principios”, declaró. Y, si hay algún exponente clásico de caudillismo en la revolución, es el de Francisco Villa. Ya lo dijo él mismo con todas sus letras, al mismo Ángeles: quien lo contradice se muere. Villa fue un hombre de guerra, cuando tuvo oportunidad de dirigir el gobierno de Chihuahua, lo hizo de la misma manera como mandaba en la División del Norte, con poder absoluto, sin límites. Ángeles, por su parte abominaba de esta clase de gobiernos, quería un estado de leyes, de instituciones, de orden, algo de lo que tanto admiraba en Estados Unidos.
Los cinco meses que duraron juntos en 1918-19, revelaron con meridiana claridad las diferencias de personalidades entre estos dos notables hombres. Villa conocía al pueblo quizá como ninguno. Nunca se hacía ilusiones sobre la bondad de los individuos, a fuer de vivir rodeado de violencia, de traiciones y asechanzas, jamás nadie mereció su confianza absoluta, ni concedió tampoco el beneficio de la duda a persona alguna, obrando siempre de acuerdo con esta mentalidad. Ángeles, en cambio, habló en su enjuiciamiento del amor que sentía por todos, amigos y enemigos, por la naturaleza, por los animales. Estaba esperanzado en la bondad innata de las personas, quería convencer a los encarnizados defensas sociales que combatían a las guerrillas villistas con bellas palabras de altruismo y altos propósitos. Tal actitud le merecía a Villa una sonrisa y la total desaprobación. Estas dos formas de ser determinaron que el Centauro nunca pudo ser sorprendido mientras estuvo sobre las armas. Ángeles, por su parte, sucumbió a su ingenuidad, cumpliéndose el vaticinio de Villa cuando se apartaron: los carrancistas lo colgarán.