RODRIGUEZ29112024

Fratelli tutti
Lupita Rodríguez Martínez

Monterrey.- Fratelli tutti (Hermanos todos), es la tercera Encíclica del Papa Francisco, firmada el 3 de octubre del 2020 en la ciudad de Asís, Italia, en víspera del natalicio San Francisco de Asís, donde llama a pueblos y gobiernos a la fraternidad humana y a la amistad social como las vías para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todas y de todos para reafirmar con fuerza el no a la guerra y a la globalización de la indiferencia.

Con una breve introducción y en ocho capítulos, la Encíclica recoge sus reflexiones sobre la fraternidad humana y la amistad social, hechas en un amplio contexto y complementadas por numerosos documentos y cartas que le enviaron infinidad de personas y grupos de todo el mundo a lo largo de los años.

En memoria de sus reflexiones espirituales, mensajes políticos y llamados a la justicia social que hizo durante más de doce años como Pontífice de la Iglesia Católica y que alguno de ellos nos tocó escuchar en su periplo por México (12-18/Feb/2016), compartimos aquí la breve introducción de su Encíclica, legado del Misionero de Paz o de Jorge Mario Bergoglio Sívori, a quien recordaremos como el primer Papa de origen latinoamericano.

“¿Cuáles son los grandes ideales, pero también los caminos concretos a recorrer por quienes quieren construir un mundo más justo y fraterno en sus relaciones cotidianas, en la vida social, en la política y en las instituciones?

Esta es la pregunta que pretendo responder, principalmente, con Fratelli tutti. Una Encíclica que toma su título de las Admoniciones de San Francisco de Asís, quien usó dichas palabras para dirigirse a todos los hermanos y a todas las hermanas para proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio.

Con la Encíclica pretendo promover un motivo inspirador mundial a la fraternidad y a la amistad, a partir de una pertenencia común a la familia humana y del hecho de reconocernos como hermanos y hermanas, porque somos hijos e hijas de un solo Creador, todos y todas en la misma barca y necesitados de tomar conciencia de que en un mundo globalizado e interconectado sólo podemos salvarnos juntos. Fraternidad y amistad deben promoverse no sólo con palabras, sino con hechos. Hechos que se concreten en la mejor política, aquella que no está sujeta a los intereses de las finanzas del sistema neoliberal, sino al servicio del bien común, capaz de poner en el centro la dignidad de cada ser humano y asegurar el trabajo a todos y a todas, para que cada quien pueda desarrollar sus propias potencialidades. Una política que, lejos de los populismos, sepa encontrar solución a lo que atenta contra los derechos humanos fundamentales y que esté dirigida a eliminar definitivamente el hambre y la guerra. Un mundo más justo se logra promoviendo la paz, que no es sólo la ausencia de guerra, sino una verdadera obra artesanal que implica a todos y a todas.

Ligadas a la verdad, la paz y la reconciliación deben ser proactivas, apuntando hacia la justicia a través del diálogo, en nombre del desarrollo recíproco. La guerra es la derrota de la humanidad al negar todos los derechos y ya no es concebible ni siquiera en una hipotética forma «justa», porque las armas nucleares, químicas y biológicas tienen enormes repercusiones en los civiles inocentes. La pena de muerte también es inadmisible, porque siempre será un crimen matar a un ser humano. Mi llamada es al perdón, conectada al concepto de memoria y justicia: perdonar no significa olvidar, ni renunciar a defender los derechos para salvaguardar la propia dignidad, un don de Dios.

Cuando estaba redactando esta carta, irrumpió de manera inesperada la emergencia sanitaria mundial del Covid-19, la cual ha servido para demostrar que nadie se salva solo y que ha llegado el momento de que soñemos como una única humanidad en la que somos todos hermanos y todas hermanas.

Los problemas globales requieren acciones globales, no la cultura de los muros ni las distorsiones contemporáneas, tales como la manipulación y la deformación de conceptos como democracia, libertad o justicia; la pérdida del sentido de lo social y de la historia; el egoísmo y la falta de interés por la justicia social; la prevalencia de una lógica de mercado basada en el lucro y la cultura del descarte; el desempleo, el racismo y la pobreza; la desigualdad de derechos y sus aberraciones como la esclavitud, la trata, el aborto y el tráfico de órganos. La cultura de los muros favorece la proliferación de mafias, alimentadas por el miedo y la soledad. Además, hoy en día, hay un deterioro de la ética a la que contribuyen, en cierto modo, los medios de comunicación de masas que hacen pedazos el respeto por el otro y eliminan todo pudor, creando círculos virtuales aislados y autorreferenciales, en los que la libertad es una ilusión y el diálogo no es constructivo de amor, de caridad, de bondad, de perdón y de paz.”

¡Gloria eterna al Papa Francisco!