Monterrey.- Ante los amagos de Donald Trump, que afectarían a México como a ningún otro país, las opiniones editoriales más frecuentes quieren ser consejos al príncipe (en traducción femenina para nosotros): se requiere estar alerta, ser prudente, realista. Con gesto menos solemne: no ponerse con Sansón a las patadas. O sea: someterse, si es necesario, o sumarse al cipayismo acedo de Marko Cortés y panistas y similares.
No es el de ahora un panismo diferente al de hace 40 años. En 1984 asistió como invitado especial a la convención del Partido Republicano donde Ronald Reagan fue nominado para un segundo periodo. Y es el receptor del documento elaborado por la Heritage Foundation, uno de los centros ideológicos de la derecha más agresivos al servicio de Washington. Se titulaba: Los crecientes problemas de México: un desafío para la política de EU. John Gavin, antecedente de Ken Salazar, realizó actos intervencionistas como aquella famosa reunión en Hermosillo con dirigentes panistas, líderes empresariales y un prelado católico para dar “solución” a nuestros problemas.
Tampoco ha cambiado un ápice la Heritage Foundation ni su papel de diseñadora de las políticas de derecha de Washington. En una larga e imperdible entrevista publicada por Diario Socialista, el teórico William I. Robinson la señala como autora del Proyecto 2025, plasmado en el programa de Trump.
Ante el estancamiento económico planetario y el cuestionamiento popular a la hegemonía del poder capitalista, el “trumpismo surge como respuesta neofascista a la crisis frente al colapso de los mecanismos tradicionales de la hegemonía y autoridad política en EU y en muchas partes del mundo”, afirma Robinson. ¿Hay que revisar las alternativas violentas del poder capitalista a sus crisis históricas de orden económico y político?
Una aproximación al tema en un mensaje de un ciudadano estadunidense de mi familia: “Si se acepta la noción, es mi caso, de que el fascismo no es sino el capitalismo en modo de crisis, podremos entender que el fascismo se halla siempre latente en las economías capitalistas cuyas crisis son cíclicas por naturaleza”.
De ahí que en la actual crisis estructural del capitalismo, Trump amenace con fortificar su versión neoliberal: “privatización radical de los servicios y las actividades del gobierno, una reducción de los impuestos sobre las corporaciones y los ricos y la desregulación radical de la economía” –dice Robinson–, en su territorio; en territorios ajenos, mediante la presencia de las trasnacionales, su clase dominante “ha lanzado una nueva ronda violenta y predadora de expansión, en busca de salidas para la enorme cantidad de excedente acumulado: la expansión extractivista y apropiación de recursos alrededor del mundo junto con la especulación y la procuración de las guerras y los conflictos geopolíticos”.
La cuestión básica es: qué hacer ante el panorama que nos depara el gobierno trumpista. Como lo hace claro Fernando Buen Abad: la mina preparada para explotar el próximo 20 de enero de 2025 nos toma en condiciones de fragilidad a quienes nos oponemos a la opresión, la injusticia, la desigualdad y la manipulación; por el contrario, halla suelo fértil en gobiernos, países y regiones donde su influencia atrapa a gobernantes y partidos.
La derecha ha avanzado en la recuperación del mundo que se niega a morir, y la izquierda no acaba de dejar esa placenta que le impide parir un mundo diferente; tampoco acaba de asimilar que esto sólo es posible a partir de la búsqueda de su unidad sobre alianzas sólidas. Ahí tenemos los tristes ejemplos de Chile, Bolivia y hasta Brasil, y en Europa, el de Italia o el de España, donde apenas se empieza a discutir la disyuntiva monarquía o república bajo un gobierno de izquierda que nada necesita para ser de centro derecha.
¿Qué hacer? La pregunta no alcanzan a planteársela siquiera los partidos engolfados en el carrusel electoral, creyendo que de los triunfos cosecharán la democracia para sus países, a sabiendas de que parte de sus programas los han comprometido de antemano con quienes los patrocinaron en las campañas. No movilizan ni educan políticamente a sus bases, no introducen cambios profundos para superar la desigualdad y se alejan de los trabajadores y sus causas, como ha dicho Bernie Sanders: “No debería sorprendernos que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él”. Pasó con el perredismo en México y el justicialismo en Argentina, y el PSOE en España.
Elon Musk invirtió más de 100 millones de dólares en la campaña de Trump y puso a su servicio la plataforma X. Ambos enemigos de los pueblos, y proclives al golpismo, son una amenaza viva para los países del Sur global. Con mecanismos simplemente clientelares y de propaganda, los partidos y gobiernos de izquierda liberal no serán capaces de evitar la entronización del populismo empresarial en sus gobiernos armados de gruesas fauces.