…que en un pueblito de llega y vete ha sucedido.
Marte Hugo Vela
Monterrey.- Durante siglo y medio de vida municipal, iniciada después de 160 años que permaneció como rancho El Puntiagudo, General Treviño, Nuevo León, tuvo una población marcadamente cambiante, la cual –habiéndose iniciado con 100 familias, incluyendo las rancherías colindantes con el río Sosa–, en sus mejores épocas alcanzó poco más de 3 mil habitantes. En las últimas tres décadas hubo recuentos en que la población apenas rebasaba a las mil personas; para 2020, la cifra estimada es de unos mil 800 residentes.
Semejantes condiciones, en cuanto a la evolución demográfica, se observan en los siete municipios más cercanos, donde, si bien persiste la llegada de nuevos vecinos, es mayor la cantidad de familias desplazadas, principalmente hacia Estados Unidos, o en menor medida, a las ciudades más accesibles; de ahí que vale la pena explicar por qué estos lugares han sido calificados como pueblitos de llega y vete.
Si bien hubo tiempos en que resultaba atractivo para residir, gracias a los incipientes planes de modernización rural y la entrada de remesas del vecino país, los recurrentes daños por las crudas condiciones climáticas se agudizaron, debido al acelerado deterioro ambiental. En este aspecto, la historia podrá registrar la continua preocupación de los gobiernos por la modernización del campo, poniendo como ejemplo a las obras para el uso apropiado del agua; pero como prueba del menosprecio hacia esta región, está la aplicación indebida de un protocolo, en materia ecológica, que ha causado serios estragos en las actividades productivas tradicionales directamente relacionadas con el agua.
Para el caso de General Treviño, en las últimas décadas del siglo pasado se vivió la insuficiencia en el suministro de agua potable, frente a un uso cada vez mayor, provocado por la llegada de sanitarios y lavadoras; y a su vez, la práctica de enviar las aguas negras a fosas sépticas, donde era imposible reutilizar dicho recurso.
Fue en la década de 1990 cuando se construyó el drenaje sanitario, con lo cual se propició una mejora en la higiene a nivel rural, y una mayor intensidad en el uso del agua, equiparables al de las zonas más urbanizadas; después, para garantizar el agua requerida, se optó por traer agua desde los límites de Agualeguas y Parás, una situación que hasta la fecha se mantiene sin contratiempos, a pesar de las recurrentes sequías.
La reducción del acervo hidráulico, según algunos observadores, se debe a que los mantos subterráneos comenzaron a ser afectados a partir de la construcción de la Presa El Nogalito (en 1984), cercana a Cerralvo, a 20 kilómetros río arriba; otros lo atribuyen a la perforación indiscriminada de pozos profundos de extracción del agua, aledaños a la cuenca por el mismo rumbo, empleados para regar extensas tierras de agostadero.
Sin dejar de llamar la atención el agotamiento de la fuente para el abasto de agua, lo más preocupante por parte de los vecinos fue, desde un inicio, el efecto ambiental por la contaminación del río Sosa, el cual resultó afectado en toda su cuenca, debido a que en ella se optó por descargar aguas residuales tratadas, quizá de manera primitiva y sin medir consecuencias a futuro. Las sacas de agua, que sirvieron para regadío, ahora están en ruinas y convertidas en estancos opacos que dan cuenta de un ambiente natural insalubre; sin que por lo menos a corto plazo haya posibilidades de cultivar una tierra que en otros tiempos fue símbolo de sana subsistencia.
La racionalidad en el uso del agua, que se fue perdiendo en General Treviño, podría rescatarse y con ello revertir el proceso de deterioro ambiental pero, lamentablemente, el pasado de estos pueblo –cuyos nombres y los de su gente, según vemos, nunca han estado en los libros de historia– dificilmente será tomado en cuenta para el crecimiento económico debidamente organizado.
El título de esta narrativa, contextualizada en la actual crisis del agua, también se inspira en la noticia acerca de los recientes hechos violentos de San José de Gracia, Michoacán, el municipio que fue escenario del libro Pueblo en Vilo (1968), escrito por el historiador Luis González, cuyo contenido ha tomado un alto significado en la opinión periodística ilustrada y buscadora de la verdad. Ahora, después de más de medio siglo de haberse publicado, esta obra nos hace de nuevo revisar, desde una perspectiva original, la historia de tantos lugares remotos dispersos en la geografía nacional.