GOMEZ12102020

Generales Francisco Higuera y Felipe Ángeles
Francisco Ramos Aguirre

Ciudad Victoria.- El 26 de noviembre de 1919, el coronel Francisco Higuera Jiménez, comandante del 21º Regimiento de Caballería en Chihuahua, dirigió en esa entidad el fusilamiento del general Felipe Ángeles. A nadie le habría gustado estar en las botas de aquellos soldados que ejecurtaron la orden, derivada de un polémico Consejo Extraordinario de Guerra, por los generales Gabriel Gavira, Gonzalo Escobar y Miguel Acosta, Fernando Peraldi y Sivino García. Después de todo, este trágico acontecimiento perduró para siempre en los anales de la historia.

Francisco Higuera Jiménez, protagonista del hecho histórico, nació en Ciudad Victoria, Tamaulipas, y falleció en México, D.F. (1891-1971). Hijo de Francisco Higuera Mier, originario de Santander, España y Dolores Jiménez Vivas, nativa de Victoria. En 1913, durante la Revolución Mexicana, se afilió al Ejército Constitucionalista comandado por el general Pablo González. Entonces tenía veintidós años de edad y era estudiante de una Academia Comercial.

En abril de ese año, junto a una docena de rebeldes de Cruillas y San Fernando, se trasladó a la Hacienda El Forlón de Llera, propiedad de la familia Higuera, donde se pusieron a las órdenes de Emiliano P. Nafarrate, quien venía del Estado de México rumbo a la frontera.

Por esas fechas, los revolucionarios atacaron Ciudad Victoria y Güémez. Finalmente se adhirieron a las fuerzas de Lucio Blanco en El Encinal, donde se incorporó también el contingente de Jesús Agustín Castro, comandante la Brigada 21, a quien acompañó a Tampico en 1914. Higuera era un personaje de piel blanca, robusto, baja estatura y descendiente de una familia aristócrata de la capital tamaulipeca. Gracias a sus méritos de campaña, ascendió a teniente, y para 1917 fue nombrado mayor. Ese fue el principio de una larga carrera militar, con más de cincuenta acciones armadas en Tamaulipas, San Luis Potosí, Durango, Puebla, Chihuahua, Oaxaca y Chiapas, donde fue presidente municipal en Tonalá, bajo las órdenes del general Salvador Alvarado.

Respecto a Felipe Ángeles, se han escrito numerosas obras, entre ellas Felipe Ángeles en la Revolución, de Adolfo Gilly; El verdadero Felipe Ángeles, de Jesús Ángeles Contreras; Felipe Ángeles, político y estratega, de Byron L. Jackoson; y otros. Dicho hidalguense, mereció siempre el reconocimiento de amigos y enemigos, por tratarse de un general revolucionario, experto estratega en el arte de la guerra, gracias a sus estudios de artillería en Europa y Estados Unidos. Formado en las filas del ejército federal porfirista, su lealtad a Francisco I. Madero se extendió hasta sus últimos días en la penitenciaría de Lecumberri. Maestro desde sus años estudiantiles y director del Colegio Militar, nombrado por el presidente Francisco I. Madero en 1912.

Obtuvo una especialidad en París, y tenía prestigio por su capacidad en técnicas militares. Carranza pretendió sumarlo a sus filas, pero la envidia de Álvaro Obregón y otros revolucionarios lo obligaron a abrazar la causa de Francisco Villa. Fue un hombre conocedor del arte de la guerra, pero también tuvo algunos rasgos en el arte de la paz. Conciliador, idealista, gran voluntad y pasiones dominadas. Participó en las sangrientas batallas de Zacatecas y Torreón.

En 1919, ante la furia desatada del Centauro del Norte, quien se sentía acorralado por los constitucionalistas, Ángeles se condujo cautelosamente y salvó a muchos enemigos del paredón de fusilamiento. En ese tiempo, cuando la famosa División del Norte estaba en decadencia, decidió separarse en buenos términos con Villa, para radicar temporalmente, dedicándose a la agricultura y ganadería, en un rancho cercano a El Paso, Texas, con su adorada esposa Clara Klaus y sus hijos.

Retornó a Chihuahua con el propósito de reorganizar el ejército villista, y a finales octubre del año en mención, una mañana fresca se despidió de Villa sin imaginar que era para siempre. Antes de separarse, El Centauro advirtió que desconfiara, porque el ambiente era peligroso y podían matarlo. Precisamente en cierto paraje donde Villa le dijo que tomara toda clase de precauciones Félix Salas, un acompañante, lo delató por seis mil pesos. El 10 de noviembre de 1919, según reporte de Gabino Sandoval, expedicionario villista de Columbus y jefe de la Defensa Social del Valle Los Olivos, el general Ángeles fue tomado prisionero en las faldas de El Cerro de las Moras, junto a Néstor Enciso de Arce y Antonio E. Trillo. Fue recluido en Parral, donde recibió la visita de Elisa Greinsen, defensora durante la Expedición Punitiva. Después lo trasladaron a la capital Chihuahua, bajo custodia del coronel Francisco Higuera Jiménez, Jefe del 21º Regimiento de Caballería.

Ante el beneplácito del general Álvaro Obregón, protestas de la Cámara de Diputados y defensa moral de numerosos simpatizantes nacionales y extranjeros, quienes intentaron evitar su muerte, rápidamente se integró un Consejo Extraordinario de Guerra. Luego de varios días de encarcelamiento y defensa legal, fue sentenciado a muerte el 25 de noviembre.

Al juicio concurrieron más de tres mil asistentes, quienes al conocer el veredicto, se resistieron creerlo. Higuera estaba ahí, a las órdenes del general Manuel Diéguez Lara, como cualquier soldado de su tiempo, incapaz de insubordinarse al manco sonorense. Sabía que una acción de tal naturaleza se pagaba irremediablemente con la muerte, como sucedió años más tarde a numerosos generales durante la Rebelión Delahuertista y masacre de Huitzilac, Morelos. La mañana de aquel día, el victorense se dirigió a la celda del general Ángeles, para trasladarlo con los reos –Arce y Antonio Trillo– al Teatro de Los Héroes, donde sería juzgado aquel patriota, casi héroe.

Años más tarde recordaría Higuera: “Después de la pena de muerte, a las doce de la noche, lo llevé nuevamente al cuartel y lo tenía recluido en las habitaciones de la Comandancia del Regimiento, proporcionándole toda clase de facilidades para que él arreglara algunos asuntos o cartas para sus familiares.”

Poco antes de ser fusilado, Ángeles declaró a The Paso Morning Times: “Ya no tengo fuerzas para luchar por mi vida. Mi vida está en manos de Venustiano Carranza.” Pero Carranza no olvida ni perdona. Difícil trance debieron pasar aquellos hombres para enfrentar la realidad. Imaginemos la emoción del victorense, ante uno de los emblemáticos jefes revolucionarios. Minutos antes de morir, el sentenciado dirigió a Higuera unas palabras: “Que este abrazo, señores, sea para todos ustedes.” Después le anotó en una libreta: “No tengo el alma fuerte, libre e independiente de Sócrates, porque está llena de ternura y necesita apoyo de otros para fortalecerse.”

A las 6:30 de la mañana fue colocado ante el pelotón de fusilamiento y tras la descarga, terminó su vida. Ángeles militar, García Lorca poeta; dos almas paralelas en la memoria colectiva por su trágico e injusto final. Almas inspiradoras de teatro, poesía, historia, cine y corridos.

Después de ese episodio, la vida de Francisco Higuera no fue la misma. Continuó prestando servicios militares en varias comandancias del país. En 1939, durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, fue presidente de la Comisión Pro Veteranos de la Revolución. En mayo de 1940, encabezó una planilla como precandidato al gobierno de Tamaulipas, por el Partido de la Revolución Mexicana. Magdaleno Aguilar ganó las elecciones internas, mientras los Higueristas reconocieron su derrota en un manifiesto.

En 1965, ascendió a General de División y recibió condecoraciones de la Secretaría de la Defensa Nacional. Falleció en 1971 en la capital del país, donde radicaba con su esposa Dolores Carbonell y sus hijos.