Monterrey.- Las declaraciones recientes de los especialistas en economía y geopolítica coinciden en una visión poco optimista sobre el estado de cosas en el mundo contemporáneo.
La disputa por el liderazgo global entre China y los Estados Unidos ocupa y preocupa a la atención internacional. No tanto porque los Estados Unidos hayan perdido el poder hegemónico que ejercieron después de la Segunda Guerra Mundial, o porque el sistema de estatismo capitalista en China mantiene su dinámica de crecimiento, sino por los riesgos de que la competencia tecnológico-económica derive hacia una confrontación bélica.
La guerra en Ucrania, motivada por el militarismo expansivo de la OTAN, ya no puede venderse como la lucha del capitalismo de occidente frente al comunismo ruso. Ya no hay tal comunismo. La industria militar de los Estados Unidos y la de los países europeos están aprovechando la guerra para capitalizar inventarios y hacer pruebas de dispositivos y estrategias de combate. Mientras tanto la economía de Europa se estanca.
La urgencia global que representan los riesgos del cambio climático ha perdido atención. Mientras que las previsiones que se han hecho al diseñar estrategias a mediano plazo parecen abrir un espacio de esperanza, la realidad cotidiana demuestra que el proceso de deterioro está más que presente con eventos atmosféricos destructivos.
Las interpretaciones recientes sobre el estilo de desarrollo económico señalan la quiebra del neoliberalismo, con un proceso acelerado de concentración de la riqueza tanto en los países centrales como en los periféricos; una creciente desigualdad social y ampliación de la pobreza, y un proceso de cambio tecnológico que fortalece las economías de escala y por tanto el predominio de las grandes empresas.
Las grandes compañías han ido adquiriendo creciente predominio desde los años 30s del siglo pasado: en manufacturas, minería, servicios, comercio de mayoreo, con tecnologías de producción a gran escala. El caos que caracteriza a los mercados afecta las relaciones entre las empresas. Son las grandes compañías las que incrementan su dominio en la economía. El gobierno de las corporaciones se ha convertido en un amplio campo de investigación.
Se cuestiona cada vez más el limitado papel que el neoliberalismo adjudicó al Estado en el funcionamiento de la economía: la observancia de la ley y el orden; la vigencia de los derechos de propiedad (entre ellos las patentes), la infraestructura monetaria (con el actual desafío de las criptomonedas) y la recolección de impuestos para financiar algunos programas. El economista de la escuela de Chicago, Stigler, advertía que las regulaciones estatales a menudo son producto de decisiones de políticos que actúan en favor de grupos de interés en lugar de promover el bienestar general.
Las grandes compañías que se sustentan en los campos de más rápido cambio tecnológico (como en la actualidad las tecnologías de la computación) adquieren poder monopólico a través de las economías de gran escala. Con un proceso acelerado de innovación en tecnología y productos, las posibilidades de regulación son limitadas. Las compañías actúan en ámbitos de mercado sin limites.
El mejor ejemplo de esta libertad sin límites en la producción y mercadeo, se presenta con la denominada Inteligencia Artificial. Técnicos y ejecutivos que han participado en su desarrollo se han desligado de las empresas para denunciar los altos riesgos para la humanidad que representa esa posibilidad tecnológica. Hay que recordar los intentos frustrados por regular y poner límites en el uso de la información, que se ha planteado a las grandes compañías de servicios digitales.
Las tecnologías digitales son un sistema que consume cantidades desmesuradas de energía y de recursos para la fabricación de ordenadores y servidores.
El riesgo de desarrollar este tipo de tecnologías también se ha planteado con las tecnologías que desde siempre han provocado daños al medio ambiente y a los seres humanos: minería, agricultura extensiva e intensiva, el uso de fertilizantes, las semillas transgénicas, etc.
Se transfiere la parte negativa de los procesos industriales a los países del Sur. Para pensadores como Kohei Saito, la prosperidad de las economías en el hemisferio Norte no se concibe sin el saqueo de los recursos naturales en el Sur y la sobre explotación del trabajo humano. “Los recursos naturales, la energía y los alimentos se le arrebatan al Sur global mediante el intercambio desigual con los países del Norte desarrollado”.
Las explotaciones a gran escala están siendo destructivas. En los propios Estados Unidos la agricultura extensiva y mecanizada ha llevado al límite las posibilidades de los suelos. Las complicaciones de manejar y transportar grandes volúmenes a enormes distancias empiezan a ser incosteables. Se está impulsando la producción de alimentos cerca de las ciudades. La ganadería se ha señalado como actividad de riesgo ecológico.
Los límites al crecimiento global, que se plantearon desde la década de los años setenta del siglo pasado, empiezan a ser reconocidos como un factor real. Los límites estarían definidos por la producción de satisfactores de las necesidades de los seres humanos, y terminar con la producción de mercancías, por el sólo hecho de que tienen demanda en el mercado. Dar fin al estilo de vida consumista. El reto es un sistema económico que no dependa del crecimiento de la producción de mercancías.
Se ha planteado en los últimos años la necesidad de sustraer del mercado bienes indispensables para la vida humana: agua, electricidad, salud y sanidad, educación y vivienda, a los que habría que agregar los alimentos básicos.
Como el problema es global se requiere una instancia de gobernanza global, como se esperaba que actuara la Organización de las Naciones Unidas. Sin embargo, la ONU no tiene capacidad de convocatoria. Son los Estados Unidos y sus aliados, por un lado y los países del BRICS (Brasil, Rusia India, China y Sud África), los que están actuando por su cuenta.