Monterrey.- Decía una manta a la entrada de la ciudad: “Saltillo no es la hacienda de los López”. Los obreros del complejo Cinsa-Cifunsa, propiedad de la familia López del Bosque, se habían lanzado a huelga en la primavera de 1974. El movimiento mantuvo en vilo a la capital de Coahuila durante semanas. En su desarrollo, los obreros dieron muestras de unidad, legalidad, disciplina y una gran creatividad.
La mayor parte del tiempo del paro, la ninfa que remata la fuente central en la Plaza de Armas lució tocada con una prenda en rojo y negro, el diseño universal de la huelga.
Dos semanas después de estallada la huelga tuvo lugar el desfile del Día del Trabajo. Nunca un contingente de trabajadores había sido más vitoreado el 1º de mayo, que el que cerraba el desfile conmemorativo de los obreros masacrados por las fuerzas estatales del capital en Chicago: el de los obreros en huelga. Habían logrado despertar la conciencia y la solidaridad de otras organizaciones de trabajadores de la ciudad y del campo, y también de amplios sectores sociales. Las bases de los sindicatos charros obligaron a sus dirigentes a manifestarse en apoyo a los huelguistas y todos, los protagonistas y el público asistente, coreaban su consigna: “Sólo el pueblo salva al pueblo”.
La Plaza de Armas fue tomada por los obreros durante las seis semanas de la huelga. Se acercaba la celebración del 5 de mayo. El alcalde les requirió el espacio para la tradicional ceremonia. Ellos le condicionaron su uso a dos horas, y en calidad de renta. El municipio les cubrió 5 mil pesos.
Pronto se dieron cuenta de que los espiaban; entre otras medidas tenían intervenidos los teléfonos de sus dirigentes y activistas. Daban pistas falsas para confundirlos en torno a los lugares donde se reunían.
Lilia Cárdenas es hoy la presidenta de la Casa Coahuila. Entonces estudiaba derecho y a la vez era la subdirectora de Extensión Cultural de la Universidad Autónoma de Coahuila. Día a día escribió la crónica del movimiento (la publicaba en la página “Aquí Universidad” el periódico que hacía honor a su nombre: El Independiente). Debía presentar su examen profesional sobre derecho laboral. Cientos de obreros se presentaron en la Escuela de Jurisprudencia en señal de solidaridad con ella.
Esa huelga sucedió hace 50 años. Ningún otro movimiento social había puesto a la ciudad de Saltillo en el interés de la atención nacional tras dos de las marchas más resonantes en la conciencia social del país: la de los mineros de Nueva Rosita (1951), tratados como bestias por el gobierno “de izquierda dentro de la Constitución”, y la de las mujeres de San Pedro de las Colonias (1963), que demandaban condiciones más humanas de vida para los campesinos de esa región.
La política de sustitución de importaciones, cuando surgen industrias como Cinsa y Cifunsa, tuvo por mancuerna el control y represión de los sindicatos obreros que pretendían ejercitar sus derechos laborales conforme a la Constitución.
Esa política propició la configuración de cacicazgos protagonizados por empresarios de todo pelo. Los López del Bosque no fueron la excepción. Tanto dentro de sus empresas como hacia el exterior, su conducta le dio a esta familia una legitimidad social incontestable. A ello contribuyeron los sindicatos blancos –privados y bajo el control del Estado–; señaladamente, la CTM. El movimiento develó su verdadera naturaleza.
Proverbial era la manipulación y el desprecio de los dueños de Cinsa-Cifunsa hacia su fuerza de trabajo. Garantías laborales escamoteadas en abierta violación a la ley, salarios disminuidos y precarias condiciones de seguridad sostenían el mundo al que estaban destinados los obreros de sus fábricas.
Durante el movimiento previo a la huelga y en su curso, los patrones se portaron, justamente, como hacendados urbanos: soberbios y prepotentes, jamás aceptaron el diálogo, hasta que el Estado les creó las condiciones –como siempre, ventajosas, abusivas e ilegales– para llegar a la firma del contrato colectivo de trabajo favorable a sus intereses. Las autoridades excluyeron a los abogados de los obreros (Arturo Alcalde Justiniani y Antonio Villalba, adscritos al FAT).
El espíritu del movimiento democrático de los estudiantes en 1968 se manifestó levemente en la sociedad saltillense; sin embargo, fue reasumido por los universitarios que lucharon, cinco años más tarde, por la autonomía de la universidad pública de Coahuila. La consiguieron y sus expresiones culturales coincidieron con el movimiento obrero de Cinsa-Cifunsa.
Mientras en el exterior se mantenía el movimiento de los obreros, en el paraninfo del Ateneo Fuente se representaba la Cantata de Santa María de Iquique, cuyo tema rememora la masacre de los trabajadores chilenos del salitre en huelga, a principios del siglo XX. La realidad y su doble; el teatro y su doble, diría sorprendido Antonin Artaud.
Ese episodio heroico de la clase obrera exige, en tiempos de la globalización contraria a su humanidad, una conclusión básica: “Luchad, que algo queda”. En principio, la memoria. La Facultad de Economía de la Universidad Autónoma de Coahuila prepara una edición con testimonios de algunos participantes en el proceso de la huelga. De ellos he tomado varias importantes referencias.