Es verdad que López Obrador jugó muchas de sus fichas al decidir no asistir a la Cumbre de las Américas, pero el mensaje político de esta decisión ha permitido discutir el error de excluir a otros países de las soluciones que se puedan tomar, más allá de la evaluación que Estados Unidos hace unilateralmente de cada sistema democrático. Esta poderosa ausencia también ayudará a reforzar la necesidad de señalar que la desigualdad regional es producto de decisiones políticas del más alto nivel que incluyen a Estados Unidos y no sólo a las élites tropicales de cada país. Si algo nos enseñó la pandemia es que la concentración de la riqueza es una consecuencia del modelo mismo del capitalismo y no una casualidad que la muerte asediando en cada casa les brindó a los grandes inversionistas concentrados en monopolios trasnacionales. Sin esta discusión y en su momento decisiones concretas para minimizar los impactos reales de la crisis económica que atraviesa el continente la Cumbre será, como lo señaló también el Canciller mexicano, un encuentro que repite lo que se dijo hace 10 años en Cartagena donde, por cierto, Raúl Castro de Cuba se dio la mano con Barak Obama, entonces presidente de Estados Unidos. Esa foto traída a la memoria lo único que demuestra es que los anfitriones de cada Cumbre pueden decidir entre la generosidad de ofrecer su territorio sin exclusiones o de plano, disculparse porque hay lugares que no ofrecen condiciones para la diversidad de ideologías.
Un tema que se supone que es central de esta Cumbre es discutir cómo afrontar lo migratorio. El problema es que este proceso social de gran alcance tiene que abordarse como un asunto regional y no únicamente como discusión bilateral donde Estados Unidos impone criterios y define rutas que cada país acata de una y mil formas.
No obstante, sin incluir las voces de todos los países que son parte de la mayor movilidad migratoria, como Cuba, Venezuela y Nicaragua ausentes de este debate, no es posible generar marcos de acción efectiva. A pesar de que esas voces no estén presentes y su voz no cuente para pensar cómo amortiguar el costo humano de los flujos migratorios en la región, hay márgenes de acción que se pueden dar, incluso sin acuerdos emanados de la Cumbre. Uno de ellos es revisar las prácticas que se mantienen completamente contrarias a la fraternidad, la solidaridad y, sobre todo, a la falta de respeto irrestricto de los derechos humanos que debería ser piedra angular de la relación entre nuestros países más allá de lo que Estados Unidos dicte y mande. Que, en los países de la región, como por ejemplo México –y muchos otros–, se sigan repitiendo prácticas discrecionales y corruptas de parte de la policía migratoria que se han denunciado desde hace años y que aun así, ni siquiera en el caso mexicano con un anunciado cambio de régimen se hayan dado cambios de tajo y contundentes, es una muestra de que no solo basta pararse con dignidad y dar la cara por los gobiernos excluidos de la región, sino que también es necesario voltear a lo que más importa al respetar a todos y cada uno de los ciudadanos de las naciones hermanas del continente, que por su solo origen nacional, color de piel o condición económica, pueden ser humillados –detenidos, aislados, incomunicados e incluso deportados– por quien ostenta el poder como autoridad migratoria en nuestros propios países. Con Cumbre o sin Cumbre estas cosas tendrían que ser el primer acuerdo de lo que es insostenible para todo país de la región que se considere hermano y aliado.
* Profesora Investigadora del Instituto Mora.