Dice mi madre que desde niño me veía deletrear o escribir signos en el aire. Que cuando regresaba de clases, me sentaba en la banqueta, en la calle, y con el dedo índice escribía en el aire.
No sé si eso tenga que ver con el ejercicio de la escritura, pero a través del tiempo, recuerdo que yo lo hacía después para dibujar (porque siempre me ha gustado dibujar). Y entonces así empecé escribiendo en la Normal Básica, durante el movimiento que se generó en la huelga de los alumnos, cuando fue gobernador Alfonso Martínez Domínguez.
A mí me invitaban los líderes del movimiento para escribir consignas en las calles, en los muros; o sea, yo fui de los que escribían consignas políticas, dibujos, pinturas y grafitis. Soy de los primeros en emplear el grafiti político. Entonces eso era penado: dos o tres veces salimos corriendo porque la policía estaba tras nuestros huesos.
Así que empecé dibujando y rayando paredes y haciendo lonas con demandas políticas para luego salir a la calle. Un poco eso, me permitió entender que yo podía escribir con cierta facilidad. De ahí salté a hacer panfletos, hojas sueltas y periodiquitos escolares en la misma Normal.
Diseñé entonces una cosa que se llamaba Los Supermuchos, que obviamente era una réplica de Los Supermachos, de Rius. Logré el récord de cinco números, donde hacía yo caricatura y columna política. Y experimentaba con cierto garabato poético y hasta con historieta. Yo fui historietista adolescente (no tenía más que 18 años; bueno, ya era joven).
Me gustaba mucho hacer historieta de lo que sucedía en la Normal, de tal forma que algunos pasajes o hechos que sucedían en la cafetería, en el aula, yo los consignaba en las historietas que regalaba prácticamente, o que vendía para poder comprarme una hamburguesa o un café.
Creo que eso tiene que ver con la escritura; y el primer libro que me publican lo hace José Eugenio (Sánchez), cuando trabajó con Pablo Candal en el municipio de Guadalupe; y me invitaron a abrir la Colección AbraPalabra, con una serie de crónicas que yo había publicado en el periódico El Norte. Ese libro se tituló «Nostalgia por los marcianos».
2.- ¿Qué sientes cuando escribes?
Es algo orgánico y, además, espiritual. A mí me fortalece como persona, como ciudadano y como escritor. Escribir es un exorcismo y dar fe como testigo de cargo en el mundo al que estás destinado a vivir. Yo no tengo el concepto de que un escritor sea un florero al centro de la mesa, o un cuadro decorativo para una sociedad. Yo pienso que el escritor es la conciencia del tiempo que le toca vivir y debe registrar lo que ve a través del género (literario) que le interese.
Cuando yo escribo hay un placer, una forma de vida diferente, una paz interior, un acto de justicia. Ahora, publicar ya es otro cuento.
3.- ¿Cómo te ves a ti mismo como autor?
Bueno, yo ya me siento viejo, un tanto cansado y desmotivado, pero creo que un escritor debe de escribir, escribir y escribir. No hay por qué amedrentarse cuando no encuentras dignidad en tus publicaciones, o al lector deseado. Porque eso ya son otras circunstancias, lo que provoca el fenómeno de la publicación y la inserción del escritor como “exitista”, o como alguien que ha logrado un éxito editorial.
Eso es complicado y obedece a factores de cobertura histórica o circunstancias que se dan; o a generar conductas en escritores en búsqueda de este éxito; y así tenemos escritores que conocen la ruta del éxito, como es obtener puestos, becas, y desde ahí autogenerarse su carrera, abrir puertas, hacer contactos en otras ciudades, en otros países; promover a los de aquellas ciudades, intercambiar publicaciones, para luego promoverse a sí mismos.
Eso me parece que es muy bueno para quien lo busca y lo consigue, pero no es tan bueno para quienes no podemos hacerlo. Sin embargo, hay que escribir siempre: escribir y corregir. Eso finalmente te va a llevar a una edición con dignidad.
4.- ¿Cómo juzgas la obra escrita por hombres en la actualidad?
Recordemos que siglos atrás, la mayoría de los escritores eran hombres. Durante siglos, el hombre ejerció un poder como escritor y dueño de las grandes ediciones. Por lo tanto, la mujer inicia, no hace mucho, su carrera como escritora; pero cuidado, cuidado con la mujer que ahora escribe. Yo creo que ahora está empatado el marcador y la mujer, más que nunca, ha ascendido y está en igualdad de condiciones para publicar. Yo soy admirador del escritor y de la escritora.
5.- ¿Y la escrita por mujeres?
Es una obligación del escritor leer todo, independientemente del género, pero en particular, sí hay que leer a las mujeres, porque ofrecen otro organismo, otra génesis, otra mirada cuando escriben; por ello es importante leerlas, pues si no tienes esa lectura, se te nota como escritor. Tal vez en mi agenda de lecturas tenga pendiente leer a escritoras actuales.
6.- ¿Qué problemas sociales o morales has enfrentado como escritor?
En mi calidad de escritor, como soy profesor y formado como normalista, cuando comencé a escribir yo tenía la idea de que debes dejar un mensaje, que cada texto debía tener un esqueleto moral, algo que fundamentara el discurso literario, como si fuera una fábula.
Pronto entendí que escribir no es un asunto moral, que tú no eres el personaje y que no tienes que ser el protagonista de la historia, aunque lo que escribas tenga bases reales o esté enclavado o apoyado con tus experiencias personales, sociales o políticas. No es un asunto moral lo que te debe afectar, sino que hay que desposeerse, alejarse de las posturas moralistas y usar el lenguaje, no inmoral, pero sí un lenguaje amoral; es decir, que se le dé libertad total al personaje y al escritor.
Hay escritores que, en forma inmoral (sin ánimos de coartar la libertad de escritura), no conocen el código de la escritura, lo básico y, a golpes de diestra y siniestra, escriben de determinada forma. Y qué bueno, pero con el tiempo tienen que saber que la literatura tiene un origen, un código universal; y antes de romper estos esquemas, tienen que aprender lo básico.
7.- ¿Te han censurado alguna vez?
No recuerdo que me hayan censurado. Empecé a publicar en “El Volantín”, suplemento cultural del Diario de Monterrey, que dirigía Luis Martín. Cuando leyó mi primer cuento, que le propuso Carlitos Arredondo, inmediatamente Luis lo publicó. Se llamaba “El jardín azul”, y trata de un niño que descubre en la casa de una vecina una planta con ojos humanos. Es una ficción muy extraña y de ninguna forma se me censuró. Al contrario, fue muy bien recibida y bien ilustrada.
Caso diferente cuando estuve trabajando para la Secretaría de Educación Pública. Estaba a punto de publicar un librito que se llama «Didácticos y pedagógicos». Entonces mi jefa inmediata tomó el libro a escondidas y subrayó todas las palabras “groseras” que encontró y todos los conceptos que ella relacionaba con comunismo y tonterías así. El libro se lo llevó al Secretario de Educación (de apellido Cervantes) y éste lo hizo llegar al jefe de Comunicación. Esta persona, lectora, leyó el libro y le gustó. Me mandó hablar a la oficina y me lo entregó. Vi que tenía flechas y comentarios, señalando todos los probables errores y “groserías” que decía el libro, en color rojo.
Guardo el libro como una cosa muy simpática. La chava que me estaba censurando jugaba con dos personalidades: a mí me felicitaba y elogiaba el libro, pero después iba y me balconeaba por otro lado. Pero el libro se publicó y el director de difusión cultural me felicitó y nos hicimos amigos, hasta la fecha.
8.- ¿Te han menospreciado como autor?
No me han menospreciado. Uno se menosprecia, uno comete el error de sentirse menor escritor que otros, porque hay un canibalismo y una competencia natural en los gremios. Algunas veces, cuando yo era más joven y le mostraba a otros autores algo de lo que escribía, recibía señalamientos y críticas severas, pero censura no creo.
Eso sí, hay escritores que son radicales y te dicen: “Eso de ninguna forma es poesía o cuento”; pero con el tiempo adviertes que esos autores tenían menos talento que tú y que no alcanzaban a ver que se estaba gestando ahí un buen texto. Pero eso es parte de tu formación y de vivir en la selva (entre escritores).
9.- ¿Consideras que la crítica literaria es más benévola con los hombres que con las mujeres, o es pareja?
Creo que la crítica, como tal, tiene como función ser un mediador entre el autor y el lector. Considero que el crítico debe ser un extraordinario lector y entonces acercar el texto al lector; o al revés, a través de ciertas estrategias de difusión y divulgación. Casi siempre los críticos promocionan la lectura mediante diferentes instancias que ellos tienen a modo. Me gusta mucho la crítica, las personas que se atreven a analizar textos ajenos. Creo que son muy necesarios y que no están valorados.
10.- ¿Qué autores y qué escritoras en general, te han impactado más?
¿Mis autores universales? Bueno, pues bastaría decir Dostoievski. Leo La Biblia, a Sor Juana, a Quevedo, todo lo que me cae de literatura clásica y actual, los contemporáneos y a todos los autores que surgen en los movimientos políticos y sociales en los países.
Pongo atención especial en los noveles, porque para mí es igual de importante leer a un escritor joven que está haciendo sus primeros tiros, sus primeras líneas, que a un escritor ya hecho. Aprendo de los dos.
También me esfuerzo por leer diferentes tipos de géneros: poesía, ensayo, biografía. Leo de todo: desde los panorámicos, columnas políticas, hasta los instructivos del café o la letra pequeña de las envolturas de los cigarrillos.
11.- ¿Has publicado libros (y cuáles son)?
Yo empecé a publicar hace treinta años o más, y publiqué primero «Nostalgia por los marcianos» (1992). Luego publiqué «Didácticos y pedagógicos» (1995), que es poesía dedicada para mis maestros o compañeros de generación. Más tarde, en Contrafuerte Ediciones, saqué un librito azul que compila cuentos muy breves, titulado «El zorro, Miss Mundo y un vecino que no dijo su nombre» (1996). Después salieron cuatro o cinco libros; en total, creo, que son diez, todos de creación; y he publicado para la Secretaría de Educación Pública tres o cuatro antologías y dos compilaciones para alumnos y maestros.
13.- ¿Cuál consideras que es tu mejor libro o texto (poema, cuento, novela, etcétera)?
Yo publiqué hace tres años un libro que me gusta mucho que se titula «Elefantes ciegos», son cuentos. Pero se lo di a un amigo que abría un editorial fugaz llamada Rayuela, confiando en su ojo de editor, pero ¡nada!, que hizo garras la edición: cambió títulos, agregó finales… el libro, como edición, resultó una catástrofe, porque trae errores, desde la caja movida, la numeración de las páginas equivocada, muchos errores de transcripción.
Aún así, yo conservo esa caja que no circuló, a excepción de algunos diez libros que se vendieron en la presentación. Los demás yo los guardo con recelo, porque quiero corregirlo. Estoy segurísimo que es un libro bien escrito. Habría que hacer una edición corregida y aumentada. «Elefantes ciegos», creo que es mi mejor libro.
14.- ¿Premios, becas o reconocimientos que hayas recibido?
Fui becario del Centro de Escritores hace treinta años, allá por los noventa. Mi coordinador fue Héctor Alvarado, de quien aprendí mucho. Más tarde obtuve dos premios nacionales de cuento, premios modestos. Fui becado por Conarte, allá por el dos mil. También obtuve un primer lugar por ensayo político, por el IFE, hace unos diez años. Y hasta allí… Pienso participar en concursos si sigo vivo.
15.- ¿Proyectos en puerta?
Tengo en imprenta un libro que se titula “Artefactos”. Se trata de poemas breves o textos sencillos que he tomado de aquí y de allá, basados en instructivos de artículos de alacena, en publicidad, en canciones, en panorámicos y cosas que he visto o inventado. Son textos bastante simpáticos; y espero que en quince días el libro esté circulando en una edición muy modesta.
Hay que escribir siempre, si dejas de escribir, nunca fuiste escritor. Se trata de eso: de escribir hasta el final.