Saltillo.- Las madres están presas y ellos padecen una invisibilidad que comparten a pesar de su incontrovertible inocencia, son niños, hijos de madres presas. Los centros de prisión en este país son espacios en los que se reproducen las desigualdades basadas en el género, la clase social y el estatus como delincuentes. Ellas son mujeres que mayoritariamente han sufrido opresión en las diferentes etapas de su vida antes de llegar al reclusorio y una vez ahí no reciben de él los elementos básicos necesarios para poder retornar a la libertad con posibilidades reales de reinserción exitosa a una vida digna.
Sobre los Centros de Readaptación Social (CERESO) del sistema de impartición de justicia nacional mexicano, prevalecen estereotipos, suspicacias y prejuicios sobre las ‘malvadas’ personas que ahí habitan: son los supervillanos de nuestra sociedad, sin más. También es fácil concluir que las prisiones no son otra cosa que piezas del mecanismo de opresión y represión, ahí perviven una mezcla de inocentes y culpables que habitan confinados en una realidad dantesca.
En México hay poco más de 200 mil personas (marzo, 2020) entre las que prevalecen los prisioneros acusados de delitos estatales, en general ahí predominan los hombres. Entre las mujeres presas sobresalen en un 26% las que han cometido robo, delitos de mayor potencial; 19.7 homicidas, 15.3% secuestro y otros.
Las mujeres en reclusión requieren especial atención hacia las y los infantes, sus hijos, que las acompañan en la cárcel ya que, al formar parte de la población penitenciaria, sufren afectaciones considerables en su realidad, puesto que los hacen sufrir las deficiencias del sistema penitenciario mexicano, quedando sujetos al control institucional de la autoridad penitenciaria, para quienes sus necesidades no son tomadas en cuenta o de plano son invisibles.
Los infantes están al cuidado de sus madres en los centros penitenciarios mientras llegan a los 3 años, ahí no hay guarderías ni apoyos económicos para la educación de los niños, en Saltillo se estima que al menos 49 infantes de los 6 a los 17 años viven con el apoyo de sus abuelos lo que generalmente los induce a buscar trabajo y dejar la escuela, para ellos lo cotidiano es sufrir, llorar la ausencia de su madre.
Las niñas y niños “invisibles” son los menores de edad cuya existencia y necesidades son desconocidas o pasan desapercibidas para el Estado, por lo que no se les otorgan cuidados o medidas especiales de atención, y se encuentran en desprotección ante situaciones que ponen en peligro su integridad, tales como la violencia, la delincuencia, la privación de su libertad, entre otras; estos niños, en su mayoría, pueden no encontrarse al cuidado de su familia, pueden carecer de documentos de identidad, vivir en la calle y no ser escuchados en la toma de decisiones que les afecten.
Estos infantes invisibles cuentan con derechos inalienables e irrenunciables, por lo que ninguna persona o institución debiera vulnerarlos o desconocerlos, sin embargo, en el contexto de la reclusión, no se otorgan los medios necesarios para su ejercicio.
Las mujeres en prisión arrastrarán para siempre con un estigma que a veces imperceptiblemente o no, se transmite a sus hijos, la expectativa histórica hacia la mujer, en México, es que sea buena y exista en función de los demás; en el contexto penal esta identidad se queda trunca y sólo le queda la capacidad reproductora y la abnegación y socialmente cargará con la discriminación y la “mala fama” para siempre y es muy posible que estos estereotipos se transmitan irremediablemente a sus descendientes.
Así que la invisibilidad de los hijos de las prisioneras es sucesiva, en la infancia es cotidiana, en la adolescencia y juventud se transforma en discriminación y desprecio hasta que llega el olvido o los males mentales.
Es preciso que el problema sea estudiado, visibilizado y remediado para humanizar estás relaciones perversas para esta parte de la humanidad que la padece, son derechos olvidados a los que hay que darles vigencia en sus diversas dimensiones.