Monterrey.- ¿Es el horror cósmico un subgénero que por ser de culto ya es sólo una recreación de aquellas ideas de Lovecraft, o realmente ha logrado actualizarse? ¿Se ha puesto al día o hay nuevos subgéneros que le compiten al grado de poder desplazarlo?
En la novela de Neil Gaiman, American Gods, hay nuevas divinidades ante lo que los humanos contemporáneos rendimos culto: El dinero la tecnología. Totalmente justificable. Así como hace siglos los elementos naturales (agua, fuego, aire) eran temidos e incomprensibles para el ser humano y en esta ceguera de conocimiento se buscaba aminorar la inseguridad con sacrificios y templos, ahora no nos atrevemos a considerar que una casino de juegos es una iglesia (aunque si se acude más que cada domingo a misa) o que cada que leemos en una pantalla electrónica buscamos una verdad o un librarnos del miedos y culpas mientras la Biblia ha quedado en algún rincón, abierta en esa página donde está un versículo festejado hace meses.
¿Realmente hay nuevos dioses, como los dioses americanos? Claro que no. Para que haya nuevas divinidades, hay que tener una fe mística en ellos. Y sabemos que los aparatos electrónicos y el dinero, por más que haya una necesidad hacia ellos, no son un instrumento místico sino de imagen pública, status.
Todavía n los tiempos del escritor H. P. Lovecraft se podía proponer a dioses que no propiamente surgieron de lo místico, sino de los otros dimensionales, del sueño o incluso de otros planetas. Dioses de antes de la humanidad, incluso antes de la creación de nuestro mundo y de nuestro universo que estaban durmiendo o a la espera de que se abriera un portal para acceder a nuestra realidad y causar el caos. Claro que hay un prejuicio en lo que el autor describía como un caos. Para una entidad que tiene milenios de existencia, sembrar el caos muy seguramente era reestablecer el orden de lo primigenio: Volver a un origen de los tiempos donde las criaturas no vivían con las ataduras de lo moral, lo legal y los prejuicios sociales. Los pueblos vencedores en las guerras, los dominantes, nos han querido convencer de que la civilización es una mejora para todos los niveles sociales, pero más tarde que temprano caemos en cuenta que el orden social está planificado y organizado para que los poderosos sean cada día más poderosos, y las clases vulnerables sean más vulnerables.
¿Los derechos ya no humanos sino básicos para toda especie son una simulación moral? Por supuesto. A final de cuentas sólo se trata de una ley de la selva que se legaliza de acuerdo a las conveniencias, usos y costumbres de quienes nacen, viven y mueren en la clase social que tiene el poder. Por eso para este criterio toda reestructuración del orden social o incluso natural es simplemente un caos. Un riesgo que aunque se aproxime lentamente, se puede sentir cerca: Un caos reptante.
Y un caos reptante es toda aquella idiosincrasia que poco a poco busca enmohecer los muros de los palacios donde se administra el poder. Llámenle Comunismo o Reformas sociales o nuevos movimientos culturales. La transgresión desde los hippie, lo punk y lo contracultural, son una inspiración para la agitación social hasta que los consejeros de los poderosos encuentran la estrategia para poder comercializarlos y convertirlos en artículos pop como la música psicodélica, los tenis CONVERSE o los libros de Bukowski.
El horror primigenio no es sólo a presuntos dioses antiguos que las civilizaciones han olvidado, sino ese miedo a un caos relativo. En cambio el horror cósmico daba para más, porque el universo sigue siendo de una extensión inabarcable. De por sí las profundidades de nuestros propios mares no han podido ser exploradas del todo, con más razón se entiende ese temor a lo desconocido ya no sólo en lo profundo, sino en las afueras. Eso podría ser (ya hasta resulta gracioso verlo así) cosmológicamente existencialista, porque ante el tamaño de la otredad del espacio exterior, siempre hay oscuridad para las limitaciones del conocimiento. Todo aquello que no conocemos y por lo tanto no entenderíamos. Recordemos que “El infierno son los otros”, o más bien la otredad de lo desconocido y por lo tanto, lo inabarcable también es incontrolable. Eso definitivamente no le agrada en lo más mínimo a nuestro afán humano por tener el poder.
No podemos controlar, entonces, el horror cósmico que tanto exploraron literariamente Lovecraft y su círculo de amigos. Pero, ¿podremos controlar el horror digital? Todas aquellas posibilidades y leyendas que surgirán a raíz de una tecnología que aunque nosotros mismos hemos desarrollado cada vez es más libre de consumir información y arrojarla masticada. No digo que propiamente la ouija se haya convertido en una tablet, y que no es lo mismo poner los dedos sobre un señalador para invocar al espíritu de la tía que se quedó con las escrituras del rancho (ese rancho que el abuelo le ganó al diablo peleándose a machetazos), sino que los códigos de programación tienen una intención, aunque se ejecute un programa de resultados aleatorios con “random”. A final de cuentas una Inteligencia Artificial sólo tendrá la info que el ser humano haya capturado antes en la red de la que se alimenta el espacio digital.
La cuestión es que si la tecnología se sale de control, ese caos seguirá siendo “caos” sólo porque el ser humano considera que se le ha ido de las manos, pero irónicamente la tecnología siempre sabe lo que hace. Y eso es algo en lo que el mismo ser humano debería tener la capacidad para prever y trabajar.
Y sí, el horror digital existirá para quien no sepa enfrentarlo o tener la mínima idea de dónde rayos salió. Pero los dioses del horror cósmico son otra cosa. A los dioses crueles (si acaso fueran crueles como nosotros lo somos con las hormigas) no los crea el miedo, sino nuestra vulnerabilidad.