A mediados del año 1973, en medio de la efervescencia y surgimientos de grupos radicales insurrectos de diferentes tendencias de la izquierda en México, alimentados de las luchas sociales y movimientos estudiantiles, nos relacionamos con un núcleo de compañeros que habían participado en el Frente Estudiantil Revolucionario (FER) de la ciudad de Guadalajara, Jalisco; todos ellos originarios del sur de Sonora, quienes tenían enlace con el núcleo dirigente del FRAP. Hasta lo hoy conocido sabemos que no hubo intentos o gérmenes de conformación de alguna otra célula ligada a la militancia del FRAP en otro lugar de Sinaloa. Entendimos en ese entonces que el proyecto de una célula de acción en Sinaloa correspondía a la visión de extender las operaciones del FRAP desde Guadalajara a otros lugares del país, y quizá por las medidas de seguridad que se guardaba, sólo algún miembro de la dirección del FRAP conocía la opción de formar cuadros en este lugar.
De nuestra parte, apenas tres compañeros de mucha confianza, originarios del Valle del Yaqui, que nos trasladamos en 1971 a la ciudad de Culiacán, para emprender estudios en la Escuela Superior de Agricultura de la Universidad Autónoma de Sinaloa; desde un inicio, sólo uno de nosotros era el enlace de lo que era la célula de Sonora del FRAP. Nos habíamos conocido cuando estudiábamos preparatoria en el Instituto Tecnológico de Sonora, identificados plenamente con nuestro activismo en el movimiento estudiantil sinaloense, también por participar en las luchas de los campesinos por la tierra y con jornaleros agrícolas, con la confianza de la amistad, haber coincidido con la visión que los jóvenes de aquellos años teníamos de las condiciones de opresión y cerrazón del sistema político imperante. Influidos indudablemente por la inconformidad de los obreros con sus sindicatos charros, las luchas magisteriales, de los jornaleros agrícolas y de los campesinos por la tierra; estaba fresca aún la sangre derramada en el movimiento estudiantil de 1968 y del 10 de junio de 1971; además, en el plano internacional, en el contexto de la guerra fría, las luchas de liberación anticolonial de los pueblos, el triunfo de la Revolución Cubana, el surgimiento de grupos guerrilleros que retomaron el estandarte del Che Guevara, con su consigna de “de crear dos, tres... muchos Vietnam”, como acuerdo de la Tricontinental en el combate contra el imperialismo norteamericano, los golpes de Estado en el cono sur de América. Todo esto alimentaba el fervor por contribuir a generar un cambio en las condiciones de vida del pueblo mexicano. De nuestra parte, teníamos claro que era necesario organizarnos para contribuir en una revolución y que solo podría triunfar con la destrucción del Estado que generaba las condiciones de desigualdad e injusticias; y en ese entonces concebíamos (no podría ser de otro modo) más que mediante un movimiento armado en estrecha acción con los movimientos sociales reivindicativos de la clase trabajadora. Ya lo había intentado el grupo de Arturo Gámiz en Chihuahua, con el asalto al cuartel de Madera, el 23 de septiembre de 1965. Y en la palestra cotidiana estaba la lucha emprendida por Genaro Vázquez y Lucio Cabañas desde la Sierra de Guerrero.
Entre una mezcla de orgullo, de ser parte protagonista de esa historia, y aún con escepticismo conscientes de la carencia de una organización política que posibilitara las condiciones materiales para emprender acciones que llegaran a nutrir un verdadero ejército popular que disputara el poder a la burguesía, iniciamos un proceso de entrenamiento de manejo de técnicas militares, y en la medida que fuéramos acumulando experiencia, adquirir equipamiento podríamos ir creciendo con la incorporación de nuevos integrantes, con cuadros bien formados en la teoría y la práctica revolucionaria. Todo inició como es obvio de manera muy cerrada, sin hacer aspavientos, eran las medidas de seguridad necesarias para poder sobrevivir y crecer. Nuestro deber pues, era formar una organización político militar. Algunos concebían que la estrategia era de una guerra popular prolongada, para otros era generar un proceso insurreccional, temas que formaban parte de un debate amplio y desconocíamos una línea clara y fundamentos para el desarrollo de la construcción de este Frente armado.
Fue de todos conocido, y noticia internacional, la acción que realizó un comando del FRAP en el mes de mayo de 1973, con el secuestro del cónsul estadounidense Terrence George Leonhardy, que permitió la liberación de 30 presos políticos que se encontraban en distintas cárceles del país y habían participado en diferentes organizaciones armadas; y se logró que fueran trasladados a Cuba. Entre ellos: Héctor Guillermo Robles Garnica, Alfredo y Carlos Campaña López, fundadores del FRAP a fines de 1971 e inicio de 1972. Tres meses más tarde de ese acontecimiento fue nuestro contacto formal con el Comando Sonora de esta organización, en las estribaciones de la sierra, donde se realizaba entrenamiento en el uso de armas; se tomaron acuerdos mínimos para ir construyendo un frente en el noroeste del país. En esa ocasión nos tocó recibir instrucciones de un exmilitar, a quien llamábamos amigablemente “El Viejo”; posteriormente supimos que su nombre era Pablo Reichel Bauman, quien fue secuestrado en Esperanza, Sonora, y asesinado cobardemente por miembros del ejército mexicano el 19 de marzo de 1974. Este comando guerrillero en Sonora había sido organizado desde 1972 por Juan Manuel Rodríguez Moreno (El Clark), fallecido accidentalmente en una práctica militar cerca de Guadalajara.
En Culiacán, siendo estudiantes teníamos nuestra base en la Unidad Habitacional de la Escuela de Agricultura; ahí mismo había presencia e influencia significativa de compañeros de la Liga Comunista 23 de Septiembre. Entre ellos y nosotros había desconfianzas mutuas, surgidas por un lado de los debates internos mal orientados o interpretados sobre la concepción contenida en la tesis de la “universidad fábrica”, que no compartíamos los integrantes del comité de lucha de esa escuela. Por otra parte, para la fecha a que hago referencia (agosto de 1973), a través del enlace con el núcleo del FRAP de Sonora, se nos informaba que no había acuerdos de unidad orgánica ni de acciones coordinadas con la LC23S, toda vez que el FRAP en Guadalajara había iniciado tareas trascendentales sin participar a la Liga y estaba en el orden del día una lucha ideológica entre los dirigentes del FRAP con los de esa organización. Además, a nivel local nuestra valoración de la Liga era que esa organización recién surgida podría ser infiltrada con facilidad, si es que no estuviera ya, por la inteligencia de la contrainsurgencia gubernamental. Y a su vez, algunos de sus activistas nos catalogaban de demócratas, e incluso nos acusaban de informantes de la policía; éramos hostigados y percibíamos amenazas de ajusticiamientos.
Trascurría la segunda mitad del año de 1973, el diagnóstico que hacíamos era que para crecer y poder tener fuerza, primero era hacernos de equipo de movilidad, casas de seguridad, dinero y armas apropiadas; por consecuencia se requería realizar expropiaciones. Así llega noviembre, el compañero enlace local de Culiacán se trasladó a una reunión a Guadalajara, para posteriormente tener encuentro con algunos miembros del FRAP en la ciudad de México, que derivó en el acuerdo de participar en una acción de expropiación, conformando un comando de siete miembros (Andrés Meza, Daniel Meza, Ramón Gil Olivo, Oscar Astorga, Mario Rivas, Jesús Morales Hernández y Francisco Galaz Silva), tanto de Guadalajara, del DF, como de la célula de Sonora, evento que desafortunadamente derivó de un fuerte enfrentamiento armado con elementos policiacos en Ciudad Satélite. Todos los participantes (excepto Andrés Meza, quien fue aprendido posteriormente) fueron cercados, detenidos, torturados y encarcelados en la prisión de Barrientos, en Tlanepantla, estado de México. Con ello fue desarticulado y aislado este núcleo que germinaba en Culiacán y que pretendía formar parte integral de una red de células en el noroeste del país, coordinado por el Comando Sonora del FRAP. Se agregó a este hecho para permanecer más en nuestro ostracismo los acontecimientos en Culiacán, un mes y medio mas tarde, el 16 de enero de 1974, con el ensayo insurreccional en donde cayeron muertos y presos algunos compañeros miembros de la LC23S. Sin embargo, de nuestra parte en los meses y años siguientes, continuamos activos principalmente en el movimiento campesino y en la militancia en diferentes agrupaciones.
Pasó más de un año para que los compañeros presos en la cárcel de Barrientos salieran liberados de prisión, poco a poco, con mucha discreción, como parte de las negociaciones con el gobierno de Echeverría, por motivo del secuestro, en agosto de 1974, de José Guadalupe Zuno Hernández, suegro del entonces presidente Echeverría; pero antes, por este hecho, los presos fueron sacados ilegalmente de prisión, trasladados a Guadalajara y torturados, para obtener confesiones sobre los responsables del secuestro. La liberación posterior naturalmente no se hizo pública, pues la consigna del gobierno era “no negociar con delincuentes”. Pero por una parte salían unos y, por otra, entraban a prisión muchos más militantes acusados del secuestro de Zuno. Quienes salieron de prisión, ya no era fácil su incorporación a la militancia en esa línea armada, por motivos de seguridad y por diversas situaciones particulares. A partir de estos acontecimientos y que algunos de los principales dirigentes del FRAP se encontraban en las cárceles y en el exilio, la organización se blindó con un mayor clandestinaje, e inició un proceso de estancamiento en el crecimiento de creación de células clandestinas, hasta prácticamente su desaparición, en el año 1977.
Las fuerzas represivas del estado burgués, a través de la Dirección Federal de Seguridad, fueron despiadadas e implacables aplicando la doctrina de Seguridad Nacional, de la lucha contra el comunismo dictada desde la CIA; implementaron métodos para minar el espíritu de lucha y destruir la fortaleza de los militantes, con tratos inhumanos y asesinatos en los penales. Las detenciones, desapariciones y torturas a los compañeros fueron incrementándose. Los errores se iban repitiendo en el resto de las organizaciones, las pugnas internas, la desconfianza, el ambiente enrarecido, la falta de análisis objetivos de la realidad nacional. Habíamos magnificado las condiciones subjetivas y la disponibilidad de integración decidida de los obreros y campesinos a la lucha. Los compañeros en las cárceles, y quienes tuvimos la suerte de no caer en ella, nos dimos tiempo para estudiar, reflexionar y replantear las tácticas y estrategias que tendría que seguir el movimiento revolucionario, para impulsar la lucha social de masas y por la democracia.
Así emergimos a la lucha legal en el llamado proceso de rectificación.
* Culiacán, Sinaloa, 18 de junio de 2022.
** Fotografía: Rogelio (Foko) Ojeda.