Luis Cardoza y Aragón
Culiacán.- Siempre creyó que moriría en combate. Pero nunca detrás de una trinchera blindando su cuerpo del fuego enemigo. Imaginaba el fin de sus días avanzando a descubierto, a la vanguardia de sus compañeros.
Así había muerto el abuelo en los trágicos días de la División del Norte. Era uno de los fieles dorados que aún seguían a Villa en 1919. De los que no le tenían miedo ni al Diablo, había dicho el general. La suerte lo acompañó hasta Baboyonaba, en la sierra de Satevó. Allí lo alcanzó el destino durante la refriega. Tuvo tiempo de poner en manos de un compañero la medallita con la imagen de la virgen de Guadalupe, para que la entregara a su esposa. La viuda recibió aquella reliquia que años atrás le había colgado al marido después de las derrotas del Bajío, cuando Villa marchaba de nuevo al norte para reorganizar sus fuerzas y el abuelo hizo un alto en la sierra de Durango para visitar a la familia.
Aquel dorado entraba al galope por la polvorienta calle que atraviesa el pueblo, marchando junto al pelotón de exploradores carabina en mano y la mirada puesta en cada rincón, cuando una ráfaga de los soldados de Eugenio Martínez lo hirió gravemente. El retinto que montaba también fue tocado por la metralla enemiga, pero mantuvo la carrera a pesar del castigo.
Igual que en Las Trojes, aquel 15 de abril por la tarde, cuando todo estaba perdido ante el empuje de los obregonistas, sangrando del costillar derecho el caballo lo sacó de ese infierno antes que tomara el punto el general Fortunato Maycotte. Alcanzó a llegar hasta el arroyo donde la reserva villista esperaba el desenlace de la batalla. Allí, al pie de un viejo encino, la vida se le escapó por entre las heridas. La emocionada voz de Felipe Ángeles atajó por unos momentos a la impaciente muerte, le dio ánimos y lo consoló diciéndole que sus hijos vivirían en un México mejor. Cuando la luz abandonó sus ojos, el rostro había recuperado la paz.
¿Les gustó? Este párrafo es apenas la probadita de una posible novela. Es una provocación y también un reto. Sí, porque necesito presión de los amigos para concluirla y con ello hago compromiso de continuar la tarea.
Para las generaciones de activistas que estamos presentes, la importancia de rescatar la historia y el valor de las luchas del pasado está fuera de toda duda. Nuestra piel pierde lozanía al alejarse de las acciones que forjaron la utopía de los años setenta y ochenta del siglo pasado y le dieron sentido a nuestra existencia. Debemos estar muy conscientes de que los afanes desplegados desde 1968, las huelgas estudiantiles y obreras, las tomas de tierras en el campo, las invasiones de terrenos urbanos para vivienda popular desplegados en los años de nuestro recordado activismo, contribuyeron a la acumulación de fuerzas y conciencia que en 2018 estalló en un tsunami electoral reclamando el cambio radical en nuestro país. La revolución electoral no fue producto de las inquietudes de los últimos diez o doce años. Fue medio siglo y de ese tiempo a la fecha hay varios granitos de arena en esta sala.
Poco más de 130 millones de compatriotas y las generaciones que nos vienen pisando los talones necesitan escuchar la voz y los silencios de los sobrevivientes de las luchas del siglo pasado. Y cuando hablamos de esto les resulta una gran responsabilidad a los protagonistas de aquellas aventuras junto a los pobres de la ciudad y el campo. ¿Contaremos sólo las victorias? No, porque las derrotas también nos ayudaron a caminar y madurar el pensamiento. Estas fueron tan heroicas como los triunfos, como bien dice el poeta Walt Whitman: “Las batallas se pierden con el mismo espíritu con que son ganadas”. Para estas generaciones de lucha presentes hablar de heridas y de pérdidas en batalla no es novedad, como tampoco lo es el fortalecimiento de la voluntad y la capacidad de combate, coincidiendo no pocos de nosotros con Luis Cardoza y Aragón cuando nos comenta: ¿Por qué no crear una estética de la derrota, basada en Don Quijote?
Comparto con ustedes algunos pincelazos de mis testimonios en la vida pública de México. En 1965 hubo una iniciativa de ensayo democrático al interior del PRI, Carlos Madrazo era su impulsor. Y en Sinaloa Enrique Peña Bátiz se lo tomó en serio (sí, es el mismo que junto al general y candidato a la presidencia Miguel Enríquez Guzmán, denunció como fraudulentas las elecciones de 1952, e intentaron tomar por asalto el Palacio Nacional). Y a la par con Marco César García Salcido armó la Asociación Política Francisco I. Madero, para enfrentar el cacicazgo de Leopoldo Sánchez Celis, gobernador del estado y competir contra sus candidatos. Cómo olvidar aquellas elecciones, pues en estos días, con reforma electoral y con alternancias en el poder, apenas vota alrededor del 50 por ciento del padrón. El proceso electoral de 1965 fue otra cosa: allí se cubrió el 100 por ciento del padrón, cosa nunca vista en el mundo. Y todavía más, como la ley electoral contemplaba un 10 por ciento extra de boletas en cada casilla, también se cubrieron. ¡Esa era democracia!, porque los ciudadanos que habían migrado de Sinaloa no dejaron de cumplir su deber a pesar de estar ausentes y a los muertos, ese día no les valió el argumento de estar descansando en paz y con todo el fardo de sus penas acudieron a votar. ¡Ah!, no olvidemos otra novedad: la vocación de esos electores, a pesar de haber migrado o de abandonar este mundo seguía siendo priísta. Y triunfó el PRI de Sánchez Celis y de Gustavo Díaz Ordaz con el 110 por ciento del padrón electoral. Oponerse a esas democracias siempre trae consecuencias: a los aviones les da por caerse cuando el sistema se ofende y el de Madrazo se desplomó, sin más, antes de llegar a Monterrey. En ese accidente moriría. Mientras tanto, muchos de sus compañeros terminaron en la cárcel o en el panteón. Esta experiencia temprana la viví junto a mi padre.
El paso de nuestra generación por la Universidad Autónoma de Sinaloa es inolvidable. La Federación de Estudiantes Universitarios tenía verdadera convocatoria y sus dirigentes eran los jefes en acción. En sus oficinas había tres elementos, patrimonio estudiantil: un mural vítreo de Fermín Revueltas de homenaje al proletariado mexicano (ahora en el vestíbulo de la Torre Académica de la UAS), un gran cuadro del Che Guevara, que con frecuencia nos robaban los jurados enemigos, sabedores del cariño que le teníamos a esa obra de Arturo Moyers y que luego rescatábamos mediando golpes e invasión de sus guaridas (hoy en resguardo de la Escuela de Artes Plásticas), y un poster de Ángela Davis, la del movimiento de liberación negra. La musa de Nicolás Guillén.
La FEUS promovió la democratización de la Universidad, el derecho de maestros y estudiantes a participar en el nombramiento de las autoridades universitarias. Fue una larga lucha de poco más de 2 años. Protagonistas de ese accidentado movimiento lo fueron Camilo Valenzuela y Liberato Terán, entre muchos otros. Algunas de las consecuencias para ellos fue la expulsión como alumnos y la cárcel en más de una ocasión. Hay una foto histórica donde aparecen nuestros personajes en los pasillos del penal de Aguaruto junto a Francisco Gil Leyva, su director. El movimiento triunfó, pero con la pérdida de la vida de los preparatorianos María Isabel Landeros Avilés y Juan de Dios Quiñones Esquivel. La entrega al movimiento por Camilo y Liberato era total. Vivieron para el movimiento. Proteger el Edificio Central de la UAS era de vida o muerte y en las guardias nocturnas no podían faltar esos dirigentes. La policía y los porros del rector Gonzalo Armienta asaltaban de sorpresa nuestros puestos. Todos hacíamos el duermevela sin quitarnos los zapatos, en prevención de las tomas del Edificio Central por asalto. Menos Camilo. La alta presión no era su problema, siempre se despojó de su calzado para dormir a pierna suelta. Y también a la hora de las urgencias, cuando el enemigo rompía nuestras defensas, mientras todos corríamos buscando una salida, Camilo nos pedía que lo esperáramos a ponerse los zapatos; ¿quién tendría esas agallas de esperarlo con el enemigo encima? Nadie. Por su parte, Liberato vivía en cuerpo y alma el movimiento, en todo su pensamiento estaba la lucha contra Armienta Calderón. Una noche lo acompañamos a llevarle serenata a Santa, su novia. Y luego de dos o tres canciones le pedimos al “Chuco” que le dijera unas palabras a su amada enfermera. Todos esperábamos escuchar algunas frases románticas de Liberato. Lo único que se le ocurrió decirle fue: Santa, ¡Muera Armienta y su administración corrupta!
Para los jóvenes de hoy –los cristos nuevos– dice mi madre, difícilmente se encuentra una explicación sobre el fenómeno de la desaparición forzada, a pesar de ser las víctimas principales y de que el fenómeno ya rebasó la terrible cifra de los 100 mil desaparecidos. “La memoria es un trozo del infinito”, dice Mario Benedetti. Y ese segmento que compone la parte desconocida de la historia de las desapariciones lo debe aportar esta generación reunida aquí y ahora. ¿Quién vivió esa experiencia que sigue a las masacres del 2 de octubre y del 10 de junio? Buena parte de la juventud en lucha vio cerradas las posibilidades de participación abierta y masiva para el movimiento después de esas fechas, confirmadas dolorosamente el 7 de abril de 1972. ¿Quién militó en las fuerzas que se radicalizaron junto a los campesinos que invadieron tierras, migrantes del campo que tomaron terrenos urbanos para vivir y demandaron trabajo, escuelas y atención a su salud? ¿Quiénes formaron la guerrilla? ¿Quiénes vieron caer en la lucha a compañeros? ¿Quiénes son testigos de la desaparición de camaradas de lucha? Estos testimonios no pueden quedarse en los recuerdos de cada quien. Enzo Traverso tiene mucha razón cuando nos revela que “el legado del pasado dejó de interpretarse como una serie de experiencias de lucha y pasó a ser un fuerte sentido del deber en defensa de los derechos humanos.” El silencio es la nota musical más transparente, pero en el rescate de la memoria histórica no aporta más que un punto y seguido. Nadie tiene derecho a callar. Nosotros hemos registrado que en el mes de mayo de 1975 desapareció Lourdes Martínez Huerta, maestra de enfermería en estado de embarazo. No tenemos preciso el día y la hora. Y sus compañeros de célula en la Liga Comunista 23 de Septiembre no han aportado más datos. Sabemos que la desaparición forzada fue toda una política de Estado, diseñada bajo la dirección de instancias norteamericanas como la CIA y el Comando Sur. No fuimos los únicos en padecerla, allí están los tristes saldos de Brasil, Argentina y Chile, entre otros países. Pero para documentar las tres etapas en que se ha desarrollado este fenómeno demandamos la participación de todos los que tienen que aportar algún dato. Y que esa luz esté en manos de los familiares que hoy buscan desesperadamente a sus familiares desaparecidos.
Hay una jornada en especial que no termina por conocerse plenamente y que justo ahora sería oportuno desvelar paso a paso. Esa narrativa de la que sólo tenemos ligeras probaditas se nos presenta en estos momentos como un rico platillo que debe ser degustado completamente para asimilar el sabor de esa lucha y el valor histórico que tiene en la vida pública del último medio siglo mexicano. ¿Qué nos tienen qué decir los hermanos Martínez Huerta, Feliciano Castro, Guadalupe Llanes Ocaña, José Luis López Duarte, Jaime Alvarado Aldrete, Rigoberto Rodríguez Benítez y muchos otros? El día 28 de septiembre de 1973 algunos de ellos agitaron en el Campo Victoria, otros el día 24 de octubre hicieron presencia como activistas en los campos El Porvenir, La Florisa y Campo Carrillo; y otros más el día 16 de enero de 1974, fueron dirección y alma de una huelga de 10 mil jornaleros agrícolas en los campos El Chaparral, Alonso, Nogalitos, el 44, Perras Pintas, Argentina, Patricia y Cinco y Medio. Sabemos que allí murieron cuatro activistas, ¿cómo enterarnos de sus últimas acciones, sin el testimonio de sus compañeros de combate? Yo he imaginado un momento de esa jornada así: “La maldita escuadra se entrampó al momento de cubrir la retirada de sus compañeros brigadistas. La vida lo puso a escoger entre la libertad de sus camaradas o la suya. Su conciencia pautó la conducta frente al dilema y los brigadistas pudieron salvar el pellejo. Habían llegado hasta los surcos del campo Victoria, donde los jornaleros recolectaban tomate y pepinos. La brigada entregaría un volante a los trabajadores llamándolos a la huelga general. Sin haber concluido la jornada, se vieron rodeados de policías y guardias blancas de los patrones. Todo iba bien hasta que se entrampó la pistola. Él era el responsable de la brigada, no podía fallar. La libertad de los compañeros por la suya. Así lo decidió”. Es otro párrafo de la novela que no termina por salir.
De una dilatada lista de miembros de la guerrilla, nuestra flaca memoria retiene los nombres de Elmer Gutiérrez Rodríguez, Macario Vizcarra García, Sergio Castro López, Esteban García Espinoza, José de Jesús Zambrano Grijalva (sí, el mismo que hoy hace alianzas desde el PRD con la derecha), Víctor Joel Armenta Osuna, Eduardo Esquivel Revilla, José Domínguez, Joel Hernández Niño, entre muchos otros. ¿Qué historia contar de ellos? Hay compañeros de afanes de Elmer que cuentan de su lealtad al movimiento y su solidaridad con los camaradas de acción. Y aún relatan que su precisión de tiro en combate rebasaba los 60 metros. No sólo ellos, la parte acusadora en su expediente penal así lo hace constar. ¿Y de los otros, donde hay poetas y periodistas? Que hablen. Lo necesitamos.
Involucrado desde siempre en la lucha por la presentación de los desaparecidos, no puedo dejar de evocar aquellas marchas hasta la Ciudad de México, el plantón de familiares donde sería el Informe del presidente López Portillo en 1978, y la represión que siguió a nuestro evento de protesta. Fue difícil salir entre la nube de gases lacrimógenos del brazo de doña Chuyita Caldera de Barrón, cuya humanidad no le permitía correr. Heroica su actitud en ese y en muchos otros momentos. Las anécdotas siempre salpicaron aquellas luchas. Les compartimos una. Mientras caminábamos penosamente junto a doña Chuyita, Manuel Gutiérrez, nuestro fotógrafo oficial, nos rebasó por un costado a toda velocidad poniendo tierra de por medio entre él y los granaderos. “¿A dónde vas? –le grité–. ¿Cómo vamos a denunciar que nos reprimieron si no tenemos fotos?” Se paró en seco y su cámara empezó a trabajar. No se quedaría con la espina clavada. Pasado el zafarrancho se acercó y me dijo: “Quiero que sepas que no iba huyendo, sólo buscaba un lugar estratégico para tomar fotos”.
Muchas gracias.
* Culiacán, Sinaloa, 18 de junio de 2022.