En 1973, estaba en plena efervescencia el movimiento popular universitario; al mismo tiempo, los dirigentes de la Federación de Estudiantes de la Universidad Autónoma de Sinaloa estaban participando activamente en el proceso político para llegar a conformar una gran organización político-militar de carácter nacional el que culminó el día 15 de marzo en la ciudad de Guadalajara con el nacimiento de la LC23S.
En ese marco de discusión política se tomó el acuerdo de crear diferentes frentes guerrilleros rurales en las montañas de México. En el noroeste se pensó inmediatamente que el lugar ideal para desarrollar este proyecto, sin duda sería la confluencia geográfica de los estados de Sinaloa, Durango, Sonora y Chihuahua: en la Sierra Madre Occidental, región a la que se denominó Cuadrilátero de Oro. Así es como en cumplimiento del acuerdo nacional se dieron instrucciones para que compañeros de la FEUS se incorporaran a este proyecto apuntalando y fortaleciendo los trabajos para establecer los primeros campamentos guerrilleros.
El propósito de destinar personal para fortalecer nuestras fuerzas guerrilleras, decían los dirigentes; era ir formando el ejército y a los generales que iban a dirigir la revolución socialista en México, lo cual solo podría ocurrir en las montañas y zonas rurales.
En las montañas del sur de Sonora, ya se contaba con una base social muy confiable entre los habitantes del Ejido El Frijol, municipio del Quiriego, a donde llegaron de la FEUS como primer avanzada entre otros, Antonio de León Mendivil, más conocido como El Blaky o El Negro, y Jorge Velarde, a quien apodaban El Mazatlán: ambos estudiantes de la escuela de Economía de la UAS.
El Frijol se consideraba como una estación de paso. De aquí subiría la gente hasta la zona de Chínipas, la parte más alta de la Tarahumara. Pero ocurrió un hecho que cambió los planes. En agosto, estando concentrada la gente en este lugar, en el ir y venir del poblado al primer campamento, pocos kilómetros montaña adentro, son sorprendidos por una partida militar y un contingente de Policía Judicial del Estado. En el encontronazo inesperado se aventaron algunos tiros y en la confusión que siguió hubo quienes se separaron del grupo, perdiéndose en el monte sin poder ser contactados de nuevo para su reincorporación, o tomaron la decisión de ya no continuar con el plan de incorporarse a la guerrilla.
El grupo se rehace y continuó su marcha hacia lo más intrincado de la montaña, logrando ponerse a salvo. Como dato anecdótico, esta huída fue interpretada por Juan Manuel Gámez Rascón (Julio), que en su carácter de Coordinador del Noreste en su informe a la Coordinadora Nacional la describió como Retirada Estratégica. Cuando se supo esto en el campamento, los compañeros indígenas que eran parte del grupo a los que no se les escapaba nada, se quedaron mirándose entre sí y solo comentaron: “lo que nosotros vimos fue una corretiza”.
Este contratiempo provocó que algunos compañeros se dispersaran o se perdieran. Como el caso de El Mazatlán, que ya no se reincorporó al núcleo guerrillero de la sierra. De acuerdo con información que proporcionó el compañero Jesús Manuel Cadena (El Teporaca), El Mazatlán se regresó a Culiacán, participó en el Asalto al Cielo el 16 de enero, luego fue preso político y al salir se fue a la ciudad de México; luego se supo que falleció años después de leucemia.
Para liderar al núcleo de Urique fue designado el compañero Negro. Fue una buena selección. Después de los hechos de El Frijol del mes de agosto, se organizó el grupo que se instalaría en Urique. De origen campesino del ejido Compuertas, municipio de Ahome al norte del estado. Formado en las tareas del campo que le ayudaron a tener una condición física apropiada para desarrollar el trabajo en la montaña. Correoso y fuerte. Aquí todos deben conocerlo. Tuvo la encomienda de comandar este grupo. Pero algo que nunca logró hacer fue caminar con huaraches de tres puntadas que los tarahumaras usan tan bien, que hasta corren entre las grandes rocas de la montaña.
También adelanto que sin la valiosa participación de Don Arturo Borboa, el trabajo hubiese resultado más difícil. Don Arturo era rarámuri, todos le decían “El Tío” y también lo conocían como “El León de la Sierra”. Su lengua materna era el tarahumara; también se comunicaba perfectamente en español, aprendido en sus largas correrías por la sierra y los valles Mayo el Fuerte y el Yaqui, donde llegó a vivir un tiempo.
Los tres grupos mantenían comunicación a través de experimentados corredores, mensajeros tarahumaras y barogios. Esta última etnia habita la zona del Quiriego y Álamos, Sonora.
La impresión que guardo de este grupo es que era muy unido, se apreciaba en su trato que existía entre ellos gran identidad, se preocupaban por todos, prevalecía la entrega al trabajo, y sacrificio total por la revolución. Las tareas se llevaban a cabo siempre con entusiasmo y buen ánimo.
Siempre había tiempo para el chascarrillo y el albur. Se decían que mientras en el centro del país estaba el Buro Político, acá en la sierra era el Alburó Político.
En el compañero Negro ocurrió una verdadera transformación: adaptación al medio agreste serrano, al clima y el sacrificio requerido fue muestra de su sentido de responsabilidad, convirtiéndolo en un buen líder del grupo. Todos los demás le reconocían su liderazgo. La montaña fue una etapa de conocimiento del terreno, adaptación y fogueo. La principal actividad de agitación y propaganda se llevó a cabo con dificultades propias del entorno social y geográfico. Los recorridos eran constantes. Se logró tener una gran movilidad para contactar amigos y simpatizantes. Se establecieron relaciones con obreros del ferrocarril, de las minas y aserraderos. Principalmente las bases de apoyo se configuraron con los campesinos: ejidatarios y algunos pequeños propietarios casi todos indígenas.
Es importante saber que los tres núcleos armados de la Liga componían el Comité Político-Militar Arturo Gamiz. El del Quiriego, comandado por Gabriel Domínguez; el de Chínipas, por Juan Rojo (con el alias de Heraclio); y el de Urique, por el Negro. En un principio los tres estaban coordinados por Salvador Gaytán Aguirre (Don Chuy), sobreviviente del asalto al cuartel de ciudad Madera, Chihuahua.
Hablaré un poco de la presencia de Los Macías en Sinaloa.
Algunos grupos que formaron la Liga, ya contaban con una incipiente experiencia guerrillera. Como fue el caso de quienes procedíamos de una vertiente del Movimiento Espartaquista Revolucionario. Cuando se incorporaron a la Liga, el primero de abril de 1973, quince días después de su fundación, fueron rebautizados como Los Macías. Antes de esta fecha este nombre no existía: podríamos decir que eran una Guerrilla Sin Nombre.
Del grupo de Los Macías se ubicaron en Sinaloa los hermanos Salvador y Luis Miguel Corral García, Andrés Ayala (alias El Rayito) y también el estudiante de Derecho de esta misma universidad, de nombre Fermín, conocido como El Insurrecto Errante. Mientras que en el sur de Sonora estaban Anselmo Herrera, ingeniero agrónomo originario de ciudad Mante, Tamaulipas; el profesor José de Jesús Corral García, hermano de Luis Miguel y Salvador, junto con otros maestros procedentes del centro de México, quienes habían participado en el movimiento del 68 y se vieron obligados por su seguridad a desplazarse a otros estados.
Salvador Corral, integrante de la Coordinadora Nacional, tenía la responsabilidad de coordinar lo que tuviera que ver con acciones militares en Sinaloa. Y tubo como base esta ciudad. El fue detenido en Villas Unión, junto con Ignacio Olivares Torres; los trasladaron a México, les tomaron declaración bajo la dirección de Luis de la Barreda, que era el director de la Dirección Federal de Seguridad. A dos días del interrogatorio, aparecen asesinados, uno en Monterrey y el otro en Guadalajara. Obviamente fue un crimen de estado.
Yo llegué primeramente al sur de Sonora, en octubre de 1973. Me puse en contacto con un compañero que procedía del MAR, Estanislao Hernández, a quien le decíamos Manuel (o Gerardo). Había sido entrenado militarmente en Corea del Norte y era el responsable de apoyar el trabajo para la conformación de los núcleos guerrilleros de la sierra. Mi tarea consistió en instructor militar: entrenamiento, manejo de armas, ejercicios de tiro, etcétera. De Sonora me desplazaba a Culiacán con los mismos objetivos. Mi experiencia en esta ciudad fue muy rica. Tuve trato con los diferentes comités: universitario, obrero, del campo y un inicial comité militar que formamos en diciembre del 73, desde donde preparamos la movilización del 16 de enero: “El Asalto al Cielo”.
Una tarea que, aunque muy difícil, y dura fue la que desempeñé como enlace o correo con el grupo guerrillero ubicado en Urique, y que lideraba el compañero Negro. Este enlace era muy importante para mantener un canal de comunicación. Servía para compartir información, llevar y traer noticias de lo más importante que acontecía, noticias publicadas en los medios además de mensajes internos de la organización. También por encargo del grupo se les llevaba medicamentos y algún otro material de curación, así mismo si necesitaban algún instrumental quirúrgico.
El enlace con los otros núcleos de la sierra se hacía a partir de ciudad Obregón y el Valle del Yaqui con otro responsable. De hecho, ese enlace se hacía con la intervención de varios compañeros. Se tenía, además, el respaldo de los corredores indígenas que alguna vez me ayudaron como guías. Destacaba la ayuda del compañero tarahumara, llamado Ramón Rodríguez, a quien por su habilidad para desplazarse por la sierra le decíamos “Huarache Veloz”.
A casi cincuenta años de ese intento, nada más de pensar lo que fuimos capaces de hacer, hoy nos parece toda una hazaña, una odisea. Yo la disfruté grandemente, a pesar de todas las dificultades que enfrentamos, del riesgo de cada viaje. Dejé de subir, debido a que el ejército empezó a cerrar el círculo cada vez más en la región, incrementó vigilancia en trenes y autobuses, estableció retenes en caminos, carreteras y emboscadas en las barrancas y cañones de la montaña. No terminaría de platicar por todas las veces que tuve que recurrir al ingenio y sangre fría para escapar de situaciones de gran peligro.
Mi último viaje fue el 10 de mayo de 1974. El mes de abril y otra vez en junio del siguiente año, subimos a buscar al grupo. No sabíamos que ya no estaban. No los encontramos. Estos dos viajes no estuvieron exentos de peligro, pero las condiciones ya eran totalmente distintas a como estaban un año antes. Ayudó mucho que hayamos subido una pareja, logramos así desviar cualquier sospecha, aun frente a la mirada de los militares escoltas del tren CH-P.
* Culiacán, Sinaloa, 18 de junio de 2022.
** Fotografía: Rogelio (Foko) Ojeda.