PEREZ17102022

Industria editorial mexicana en riesgo (parte 3)
David Ricardo

Cuando la innovación tecnológica se convierte en un factor de biblioclastia tecnificada

Monterrey.- Respaldado por un consejo consultivo de titulados en informática, a comienzos del siglo XXI el desaparecido Steve Jobs advirtió a los dirigentes de la industria discográfica que ninguna tecnología protegería de la piratería a los contenidos digitales de acceso por Internet, medio al que llamó “asombroso y eficaz sistema de distribución de propiedad robada”, lo que todavía hoy impide frenar el saqueo de la propiedad intelectual por lo costoso de mantener y actualizar candados para proteger activos digitales, y por lo económico que siempre ha sido romper mecanismos de seguridad digital, que solamente han demostrado ser muy eficaces contra el usuario legítimo, al grado de causarle incomodidades.

Con suma frecuencia las autoridades también ponen en riesgo a las industrias culturales, por omisión o por no estar debidamente asesoradas de los estragos causados por una fiebre informatizadora que data de la década de 1980, que aún ocasiona que las nuevas tecnologías se implanten sin criterio, sin atender las necesidades reales de los usuarios y sin evaluar sus efectos sobre la economía de las industrias culturales, sobre el sistema educativo y la salud mental de los educandos.

Las iniciativas para consulta gratuita en Internet de libros con derechos de autor vigentes parecen buenas, pero se basan en un impulso solucionista y resultadista de la información que despilfarra enormes recursos financieros en una clase de servicio que hasta hoy no ha demostrado suficientemente sus ventajas en la cultura; por ética y misión profesional elementales, los administradores de bibliotecas deberían cuidar los derechos de autor y la correcta conservación de patrimonio cultural e intelectual, no rendir culto a paradigmas tecnológicos novedosos.

Como ha documentado Nicholson Baker, durante la fiebre microfilmadora de libros de finales del siglo XX se propagaron cifras alarmistas y falsas sobre el riesgo de incendios en bibliotecas, y se distorsionó deliberadamente la información sobre la durabilidad de los libros en papel, con la finalidad de justificar el gasto en tecnologías novedosas, un acto impulsado en buena medida por una campaña de la desinformación que además declaraba que los libros y las publicaciones periódicas en papel estorbaban y ocupaban espacio, lo que desató una biblioclastia tecnificada que condenó inútilmente a cientos de libros y publicaciones periódicas a la trituradora de papel; en Double fold. Libraries and the assault on paper, Baker observó que la lectura en microfilmes en el archivo documental de Ontario, Canadá, obligaba usar bolsas (para respirar y aliviar otras necesidades estomacales) debido a un tipo de mareo que afectaba a algunos usuarios, ocasionado quizás por la dificultad de seguir visualmente en el aparato lector el deslizamiento del microfilme; y según E. E. Duncan, en Microform Review (de 1973), lo inadecuado de usar esta tecnología desalentaba que la gente hojeara libros y publicaciones microfilmados. Esta locura de solucionismo tecnológico de la información es una tendencia ya antigua de implantar un cambio inútil y dispendioso solamente para aplicar una tecnología, donde lo importante es el cambio ciego por el cambio mismo y las pretensiones comerciales de los productores de nuevas tecnologías; un siglo antes Mark Twain comparó a esta clase de solucionismo con la situación de aquel hombre que llevaba un martillo en la mano y que solo por eso creía que todo era un clavo.

Robert Hayes realizó un análisis de costes y beneficios y descubrió que la microfilmación de una obra ocasionaba un efecto biblioclasta en Estados Unidos: si una biblioteca en un afán informatizador elaboraba o compraba un libro microfilmado de otra biblioteca o compañía que microfilmaba para sustituir un libro de papel, ocasionaba la eliminación de éste y de sus copias en su propio acervo, quizás bajo la creencia de que el microfilme estaría siempre disponible y bajo la esperanza infundada de que florecería una nueva industria tecnológica o nuevo modelo de comercio y lectura; entre 1988 y 1993 el 50% de estos microfilmes generó en promedio tres o más desapariciones físicas de un ejemplar en este país: cuando menos uno en la biblioteca que microfilmó y dos duplicados en otras bibliotecas, algo que por lo común ocurría a espaldas de la opinión pública, confiada y malinformada respecto a que la simple aplicación de una tecnología resolvería los problemas de administración y convivencia humanas para mejorar la lectura y el acceso a la información: en suma, se hizo creer que los nuevos avances harían evolucionar el aprendizaje, muy en contra de las por ese entonces ya desacreditadas teorías tecnoeducativas de B.F. Skinner, por la famosa polémica iniciada por Noam Chomsky en su libro Proceso contra Skinner.

Hoy el microfilme es una tecnología obsoleta y olvidada, cuyo empleo nunca cumplió las expectativas publicitarias, jamás probó ser un medio confiable de almacenamiento mejor que el papel, pues es de empleo más delicado, requiere mayores cuidados para su conservación, y estaba sujeto a un mayor grado de deterioro, lo mismo que todavía ocurre con todo formato de almacenamiento digital y electrónico. Para que un libro físico se deteriore irreparablemente debe ocurrir una acción de daño extremo o debe estar fabricado con los materiales más baratos y efímeros, lo que bajo una política de desarrollo de colecciones bibliográficas le vuelve en su mayor parte inaceptable en toda biblioteca bien administrada; en la conversión de libros de papel a formato digital ocurre un dispendio de recursos al duplicar el proceso de digitalización de un ejemplar de la misma o de otras bibliotecas que ya han realizado el mismo proceso, o cuando se trata de un libro disponible en el circuito comercial, o sin trascendencia cultural o literaria; se sabe que en México algunas bibliotecas universitarias han mandado a la trituradora lotes completos en sus afanes de informatización bibliográfica, que han quedado como verdaderas muestras de resultadismo tecnológico, donde lo importante es demostrar implementaciones tecnológicas, no mejorar la calidad educativa ni de acceso a la información. A los dirigentes de bibliotecas estadounidenses promotores de la microfilmación se les llegó a conocer como “carniceros de libros”. La microfilmación siempre fue un proceso y medio tecnológico más costoso que la conservación tradicional del libro en papel.

Hoy día podemos leer aún la Biblia en latín de Gutenberg de mediados del siglo XV y las primeras ediciones del Quijote del siglo XVII, sin que se desintegren, mientras que los primeros readers o aparatos electrónicos para leer libros informatizados de la primera década del siglo XXI están en su gran mayoría irreparablemente inutilizables y obsoletos.


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