Monterrey.- En uno de sus actos patéticos más recientes, a los restos de ese grupo, que se consideró en el siglo XX como la intelligentsia mexicana, se los vio chapalear en la llamada marea rosa organizada por la oposición de la derecha partidaria.
Con la muerte de Octavio Paz se empezó a desgranar esa intelligentsia a la que sus malquerientes motejaron como la mafia. La desaparición de Carlos Monsiváis, Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y también, desde un estrado distinto, Fernando del Paso y José Agustín, fue el anuncio de despedida de ese grupo, que empezó a sonar hueco. Sus pocos supervivientes ya no respondían con igual fuerza de obra y posición política de las figuras cuya autoridad en el mundo de la cultura se engastaba en un bagaje moral.
La intelligentsia supone un reducto cultural donde anidan una conciencia vigilante y una mirada crítica. En países como México, cierto antimperialismo cuya horma es un acendrado nacionalismo. Esto último empezó a desleírse cuando Octavio Paz, el brillante poeta y ensayista, con un pie en la izquierda según el capítulo “Nuestro tiempo” (El laberinto de la soledad), sintonizó su voz con el imperialismo estadunidense en apoyo a la contra, que combatía al ejército sandinista en Nicaragua.
Evidenciado el operativo Irán-contras como otra de las intervenciones de Washington en países que se rebelan a su sujeción, Paz no se atrevió a ser autocrítico y digno. Ya se dejaba cachondear por Televisa, una de las extremidades del Príncipe (del que demandaba mantenerse a distancia). Uno de sus epígonos salido de la izquierda definida comunista perdió la brújula ideológica y en el curso de estas elecciones lo hemos visto convertido en simple matraquero de la candidata de la derecha.
Otro, que pretende la cobija de Clío y es su oficio el de hacer trajes a la medida (me consta) y exaltar mediocridades, define a Estados Unidos como una “democracia ejemplar”: sin duda por el trato que antes y ahora ha dado a migrantes, estudiantes universitarios, negros y otras minorías, y el trato opuesto que brinda a financistas, fabricantes de armas, halcones, neocons y otros artífices de la guerra y la represión.
Los restos de la intelligentsia, ya en la oposición, se lanzaron a construir otro pastiche (femenino en este caso) semejante al que resultó del Grupo San Ángel. Pronto le descubrieron parecidas virtudes a la que uno de ellos decía del primero: “es que viene de otro mundo”. Sí, del mundo de la Coca-Cola, por lo cual puso en Conagua a uno de sus ex colegas: causa vigente, aun con la 4T, de que el agua le sea arrebatada al consumo humano en numerosas comunidades del país. Del segundo pastiche han hablado de frescura y conexión espontánea con la gente. Frescura y conexión publicitarias; cayo y turbiedad empresarial efectivos.
Los restos, que demandan libertad y democracia a grito herido, obedecen a una fracción de la oligarquía nacional cuyo líder, Claudio X. González, y principal difusor mileisiano, Ricardo Salinas Pliego, son ejemplo de negocios oscuros con cargo a las arcas públicas. Uno ha figurado como destacado asesor de los oligarcas de mayor acometida.
Se asumen defensores de la democracia. ¿De cuál? ¿De la priísta del 68, de la guerra sucia, de las “medidas dolorosas, pero necesarias”; de la autoprivatización de grandes empresas nacionales; de la del Fobaproa; de la de la venta de la banca a extranjeros; de la del Congreso comprado para aprobar la reforma energética que permitió más privatizaciones? O bien, ¿de la democracia entreguista y autocolonizadora y la violación al entonces IFE, defendido con los dientes por quien llegó a presidirlo, para dar paso al fraude en 2006? ¿De la de la guerra contra civiles a pretexto de combatir al narco mientras se encubría el operativo Rápido y Furioso para proveerlo de armamento sofisticado?
La libertad que defienden es, por una parte, la de las empresas informativas cuya larga tradición de chantaje y servicios de publicidad sobrefacturados y sus agentes chayoteros investidos periodistas, misma que fue disminuida en un drástico porcentaje por el gobierno lópezobradorista; por otra, el trato privilegiado, también con sobrefactura al calce, de sus revistas y servicios especiales.
Atrás quedó ostentarse como los depositarios del neocardenismo, que luego cambiaron por la modernidad salinista. Atrás sus otras galas: las del nacionalismo. Fortísimo ha sido su silencio en torno a las demandas intervencionistas de su coalición partidaria ante Washington, España y el Vaticano vía sus jerarcas para debilitar al partido en el gobierno. Atrás también, como apoderados de una izquierda descafeinada, su eurocomunismo y su identificación con el movimiento obrero.
Si intentaran definir democracia, que hasta ahora reducen a elecciones periódicas y la lucha desnuda por el poder, no dudo que terminaran políticamente suicidados. Por eso no ven hacia atrás. El presente, afirman, es una mierda. Así que sólo pueden ofrecer un futuro cuya matriz fue definida por oh, Mario Vargas Llosa, como la dictadura perfecta.
La propaganda hará que un sector –minoritario– vote por la pastiche de la intelligentsia vacante. Nunca falta el voto masoquista. El futuro de ese espectro es el que Monsiváis comentó, con su proverbial laconismo, a mi crítica sobre sus correligionarios: “Están perdiendo lectores”. Y todavía no eran las sombras pugnaces que hoy son.