Pasa lo mismo en política. No es válido el dilema que obliga a elegir entre lealtad y experiencia. Esas dos cualidades no se dividen en porcentajes que deben sumar cien. Debemos exigir en nuestros políticos y en nuestros funcionarios públicos niveles adecuados, óptimos si se puede, de ambas cualidades.
¿Leal a quién o a qué? Lo que distingue a una democracia de una tiranía es a qué se es leal. En la primera se debe ser leal a las instituciones. De eso se trata el juramente de “cumplir y hacer cumplir la ley”. En la tiranía la lealtad es personal, hacia el tirano.
La cuestión es ciertamente más compleja, pero en general la lealtad política en una democracia es clara: el interés público tal como se expresa en las leyes y las instituciones. En su letra, y también en su espíritu.
Por eso preocupa la renuncia del ministro Arturo Zaldívar a la Suprema Corte. No tiene fundamento legal. Es claro que no existe la “causa grave” que señala la ley para aceptar una renuncia de este tipo.
Y esta cláusula legal tiene su razón de ser. Es grave incumplirla.
Es una cuestión de lealtades. El asunto de Zaldívar es que su lealtad va hacia “un proyecto”, el de la 4T. Ya la historia registrará la auto ironía de esta denominación. Un proyecto claramente encabezado por una persona.
No había habido en México, hasta donde recuerdo, un caso tan claro y tan grave de deslealtad hacia una de las instituciones más relevantes de nuestro país, la Suprema Corte de Justicia. No es un hecho aislado, es parte de los muchos intentos para debilitar a nuestras instituciones.
Zaldívar deja abierta la puerta para que el presidente pueda nombrar a una magistrada leal a él. ¿Qué importa que tenga cero por ciento de experiencia y de lealtad a la institución?