Quien ha transgredido la ley sigue siendo un ser humano con derechos. Pero ciertas transgresiones merecen sanciones, como la pérdida de la libertad. Lo que sin duda es cruel, inhumano en algún sentido, pero necesario para evitar males mayores.
Señaló el presidente que las personas somos buenas por naturaleza, que es el medio ambiente lo que nos puede impulsar a la maldad. Aceptemos en principio, para no entrar en los recovecos de tan complejo tema. Si no se aplica la ley, si se permite la existencia de territorios donde los delincuentes hacen y deshacen, estamos creando ambientes que convierten a personas buenas en principio, en seres capaces de dañar a otros, en seres malvados.
Ver a delincuentes persiguiendo y retando a miembros del Ejército Mexicano lastima a una de nuestras instituciones más reconocidas. Expresa un rasgo de Estado fallido: la imposibilidad de ejercer el monopolio de la violencia legítima en un territorio.
Pero tiene muchas otras consecuencias negativas. Crea territorios donde la extorsiones, secuestros, violaciones, asesinatos, se cometen impunemente. Crean ambientes del mal, que convierten a las personas buenas por naturaleza en seres capaces de generar sufrimientos, a veces terribles, a sus semejantes.
La aplicación de la ley, el Estado de Derecho, tiene un sentido. No es ideología, ni capricho de abogados para poder ejercer su profesión. Es el núcleo del pacto social.
La aplicación de la ley significa en ocasiones ejercer la violencia: privar a alguien de su libertad porque ha cometido delitos graves. Ciertamente las cárceles son algo tan cruel que uno preferiría que no existieran. Pero la solución no es dejar a los delincuentes en libertad.
La solución es, juguemos un poco con el lenguaje, “el modelo nórdico”. Hace unos años se publicó que en Dinamarca estaban cerrando reclusorios: no tenían a quien encarcelar. No había delitos que perseguir. Ese es el modelo ideal. No cerrar lo ojos ante la delincuencia, sino crear las condiciones para que nadie delinca.