Puebla.- Cuentan que en el mejor momento del presidencialismo hegemónico mexicano un extranjero le preguntó a un político mexicano si realmente el presidente de México era tan poderoso como se decía.
El político reflexionó y respondió: “para hacer el mal, es muy poderoso; para hacer el bien es casi impotente”. La frase se puede aplicar no solo a nuestro país o a ese momento. Como pregunta es válida para cualquier lugar y época. Se ha aplicado ya al actual gobierno federal. Puede y debe aplicarse también a los gobiernos estatales y municipales. Los gobiernos destruyen por varias razones. Dos grupos de ellas: la ineptitud y el interés personal.
Los problemas públicos suelen ser más complejos de lo que imaginamos. Ya sé que es políticamente incorrecto, pero hay que reconocer que la mayor parte de ellos requieren de expertos. Por expertos no entiendo gente con doctorados en el extranjero. Entiendo gente que sepa del problema, que tenga conocimientos teóricos y experiencia práctica en el mismo.
Es obvio que no cualquiera puede ser secretario de Hacienda, sin correr el riesgo de generar graves problemas para el país. Pero cuestiones que no pensábamos que fueran problemáticas, como el abasto de medicinas, se han mostrado sumamente complejas. No se trata de ir a comprarlas a la farmacia más cercana. Hay que planear, cotizar, encargar, con meses de anticipación en algunos casos y en farmacéuticas de varios países. La ineptitud en algo aparentemente simple cuesta vidas.
Además de la ineptitud, está el problema de siempre: la contradicción entre el interés personal del político y el interés público. No es fácil llegar a ser legislador o alcalde. No se diga gobernador o presidente de la República. Quien lo logra, puede sentir que merece ser recompensado. Que tanto esfuerzo, o tan buena suerte, debe traducirse en bienes tangibles. Riqueza para uno y la familia, y para varias generaciones.
Tecleo “gobernadores mexicanos en la cárcel” en un buscador de internet y me da 460 mil resultados. La mayoría de los casos, o todos, por enriquecimiento ilícito. No todos los políticos culpables de esta falta fueron políticos destructivos. Pero es probable que la mayoría de ellos sí: se concentraron en su interés personal, pasando por encima del interés público.
Sería interesante un análisis no solo de qué tanto se enriquecieron, sino de qué tanto destruyeron.
* Profesor de la UDLAP