Sucede en todos los partidos. Lo acabamos de ver en las elecciones internas de Morena, en las que algunas prácticas de sus dirigentes y militantes dañaron seriamente la imagen del partido. Lo vemos en el PRI, donde el interés personal de su dirigente nacional, aferrarse al cargo, está erosionando la legitimidad de ese partido.
El PAN y el PRD casi no se ven. ¿Será porque sus dirigentes temen dañar su imagen personal y prefieren llevársela tranquilos? Concentrados, quizá, en los generosos recursos públicos que reciben y que algún beneficio personal les dejan.
La historia da muchos ejemplos de los males que puede traer esta actitud. Y de los beneficios de los políticos que ven más allá de sus intereses particulares. En su libro Cómo mueren las democracias, Levitzki y Ziblatt destacan cómo la actitud de los partidos políticos en Bélgica y Finlandia pudieron contener al fascismo. Muestran también los errores de la clase política en Alemania e Italia, que le abrieron las puertas a ese régimen.
No hay receta fácil contra este mal. Ayuda mucho una opinión publicada libre, informada, razonable, que señale los errores de la clase política y sus posibles consecuencias. Ayuda una institucionalización sana de nuestra vida pública: reglas del juego que orienten la acción de los políticos hacia los intereses de la sociedad.
Si los medios hacen público lo relevante de las actitudes de nuestros partidos, tenemos un primer paso en la necesaria transparencia y rendición de cuentas.
Primer paso insuficiente, como es claro: hay políticos con la piel muy gruesa. O con altas dosis de cinismo: si sus finanzas personales van bien, ¿para qué preocuparse por el rumbo del país?
Si la información pasa de la opinión publicada a la pública, el efecto aumenta exponencialmente: puede traducirse en votos. Y puede que los políticos se sensibilicen: afecta a su interés personal.
Pero puede que aun esto sea insuficiente. Si no hay políticos sensibles, responsables, inteligentes, nada será suficiente.
* Profesor de la UDLAP.