Una respuesta a la primera pregunta la da lo asentado por Luis Medina Peña: mientras las revoluciones rusa y china tuvieron un partido y un programa años antes de tomar el poder, la mexicana formó a su partido 19 años después de iniciada. ¿Y el programa? ¿Hubo un programa de la revolución mexicana?
El programa maderista, el sufragio efectivo, se cumplió 86 años después, con la ciudadanización del IFE en 1996. La no reelección del presidente sí tuvo vigencia, después del asesinato de Obregón.
Pero, fuera de eso, no puede hablarse en general de un programa de la revolución, como en el caso de las revoluciones en Rusia, China, o Francia. Más sensato es verla como un conjunto de rebeliones y revueltas. La de Madero poco o nada tuvo que ver con la de Zapata. Las que siguieron al asesinato del presidente en febrero de 1913 fueron de carácter muy distinto a las dos anteriores.
Después de la caída de Huerta, los ejércitos triunfantes se enfrentaron entre sí. Aunque había perspectivas políticas distintas entre esas facciones, no puede hablarse de proyectos de nación claramente planteados.
Los enfrentamientos armados continuaron en los años veinte: en cada elección presidencial hubo una rebelión militar. Todas con el carácter de una lucha de facciones, nada que ver con la idea de revolución o con un proyecto de nación.
Ciertamente, en algunas rebeliones hay valores recuperables. Las reivindicaciones sociales de zapatistas y villistas, y otras menos visibles, como las del movimiento obrero.
Lo que no parece sostenerse es la idea oficial de la revolución. Una idea que dio legitimidad al sistema hegemónico. Legitimidad que se erosionó con los primeros estudios serios sobre la desigualdad en México, hechos en los años sesenta: mostraban que, pese a la retórica revolucionaria, nuestro país estaba entre los más desiguales del mundo.
A algunos sudamericanos que conocían México en ese tiempo les llamaba la atención la pobreza en el país. ¿Qué no hubo en México una revolución?, preguntaban.
Es atendible la idea de Paco Calderón: otros países no festejan sus guerras civiles. Las ven como episodios lamentables que costaron vidas y sufrimientos. Aunque haya habido algo de positivo en ellos.
* Profesor de la UDLAP.