Es evidente que el encono contra Moreno tiene su origen en la votación de su partido contra la reforma eléctrica propuesta por el Ejecutivo. No hay la intención de aplicar la ley, sino de tomar venganza contra alguien que no hizo lo que se quería que hiciera.
No solo el origen del caso se aleja de los principios jurídicos. En lugar de proceder “conforme a derecho”, han hecho escarnio público de su adversario priista. Mediante grabaciones conseguidas ilegalmente y hechas públicas con un escarnio alejado de toda civilidad política.
Una de sus residencias fue, en los hechos, allanada. Se hicieron públicos videos sobre los lujos de la misma. ¿Es el único político con esos lujos? Quienes han dirigido su encono hacia él, ¿en qué tipo de vivienda viven?
El desprestigio de Moreno es claro y al parecer irremediable. Corre el riesgo de hundir con él a su partido, ya de por sí deprestigiado. Pero la imagen pública de sus acusadores también resulta dañada.
Y dañada también resulta la política mexicana. ¿Es ingenuo pretender una política de mayor altura? ¿Estamos condenados a esas prácticas políticas para siempre?
El asunto no es solo de formas (que en política siempre son más que formas). Refleja que nuestros políticos están más preocupados en alcanzar el poder y mantenerlo que en gobernar.
En lugar de concentrarse en generar bienes públicos, en resolver nuestros numerosos y críticos problemas públicos, se concentran en llegar al poder, aprovecharse de él, debilitar a quienes amenazan su permanencia en los cargos públicos. No es raro que nuestros problemas permanezcan y se agraven.
Alejandro Moreno y su partido son los principales perdedores de este lamentable espectáculo. No son los únicos. Sus victimarios también pierden. Y la sociedad también. Seguimos en un país en el que no se castiga a los corruptos, sino a los adversarios.