Monterrey.- El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, se ha posicionado como una jornada mundial que reivindica la lucha histórica de las mujeres en aras de alcanzar la igualdad, la equidad, la justicia, la democracia y la paz.
Desde una mirada al tiempo, recordamos a las mujeres parisinas en 1789, que junto con los hombres libraron cruentas luchas al grito de las proclamas de ¡libertad, igualdad y fraternidad! en las calles y las barricadas, logrando el triunfo de la Revolución Francesa y con ella la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano.
Al excluirse a las mujeres en esta Declaración, Olimpia de Gouges presentó en 1791 la Declaración de los Derechos de la Mujer y la Ciudadana, ‘afrenta’ que pagó con la guillotina.
En Estados Unidos, inspiradas en la Declaración de Independencia, Lucretia Mott y Elizabeth Cady publican la Declaración de Sentimientos en Seneca Falls (1848), buscando la ciudadanía civil para las mujeres. Esta iniciativa se considera la primera expresión de feminismo moderno.
El proceso de lucha femenino siguió su curso, tomando fuerza contra el sometimiento a la ideología machista, gestando la rebeldía en cada vez más mujeres, que se manifestaban contra la discriminación, la exclusión, la explotación laboral y por derechos civiles.
Clara Zetkin, maestra alemana y activista socialista, funda el periódico feminista La Campana, utilizándolo como medio para propagar las demandas vindicativas de las mujeres, difundiendo la exigencia de voto femenino, el cual no era bien visto entre los partidos socialistas.
Fue en 1910 cuando la maestra revolucionaria, defendiendo los derechos laborales de las trabajadoras, presentó en la Segunda Internacional Socialista la propuesta para que cada 8 de marzo se conmemorara el Día Internacional de la Mujer, en memoria de las obreras calcinadas en la fábrica textil Cotton de Nueva York, encerradas por el patrón al exigirle mejores condiciones laborales y más salarios.
La condición biológica de la mujer ha ‘atado’ a la mitad de la población mundial en concepciones patriarcales de exclusión, subordinación y marginación, paradigma que se rompió tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial, cuando las mujeres se incorporaron al mercado laboral para salvar la economía y sustituir la mano de obra de los hombres que murieron en las trincheras defendiendo privilegios de aquellos que los mandaron a la guerra.
El valor social de la mujer en los movimientos independentistas y revolucionarios se redimensiona al ser parte del equilibrio económico y social, mas no político. Esta zanja hoy se encuentra en la dialéctica del cambio.
¡No más subordinación! Las mujeres han demostrado sus fortalezas en todos los campos, no sólo en el hogar. Intelectualmente las mujeres destacan al igual que los hombres en cualquier ámbito.
La paridad de género es hoy uno de los retos por alcanzar. Mientras exista la marcada disparidad económica, política, jurídica y social hay que hacer valer las luchas. Por mencionar un ejemplo, las mujeres siguen ganando un 24 por ciento menos que los hombres en trabajos iguales, pese a que nuestra Constitución establece que a trabajo igual corresponde salario igual, sin considerar condición social o estado civil.
La violencia contra las mujeres niñas, jóvenes y adultas es otra herencia que se arrastra del sistema patriarcal. Esta lucha es una de las banderas de mayor fuerza, pues cualquier mujer violentada somos todas, cualquier feminicida o agresor debe castigarse, cualquier violencia política, sexual, patrimonial, física, psicológica y social no debe quedar impune.
Si las propias mujeres hemos avanzado en nuestros derechos en los marcos legales y en acciones afirmativas de género, todavía nos falta sacudirnos el monstruo neoliberal, autoritario, vertical, represivo y excluyente.
El proceso del actual gobierno de AMLO por democratizar el régimen político, abre la esperanza para que la Cuarta Transformación abandere y legitime las históricas demandas de las mujeres por la igualdad, la equidad, la justicia, la democracia, la paz y por el respeto irrestricto de todos los derechos.
Irredentas e irreverentes, ¡continuemos en pie de lucha!