Y sacó su mejor arsenal de calificativos cuando acusó: "Estoy, por ejemplo, constatando una campaña que acaban de echar a andar; muy irresponsable, perversa, de malas entrañas y riesgosísima. Están difundiendo que, si le pasa algo a un periodista, a un aspirante a la Presidencia, va a ser culpa mía"… “cómo se les está cayendo [Xóchilt Gálvez], pues ahora estoy viendo, estoy sintiendo una campaña muy sucia, muy perversa, muy inhumana, muy autoritaria, fascista, de mucha maldad”.
El planteamiento de Rivapalacio dio donde quería: la dimensión emocional del presidente. Y obtuvo lo que quería. Que se le viera molesto y preocupado. Y ya tenía la siguiente colaboración que publicó al día siguiente: Cómo descarrilar a Xóchilt, donde el analista da un paso atrás, o mejor al lado, y recomienda al residente de Palacio: “El gatillo de López Obrador debe ser político y jurídico, donde tiene todas las de ganar”.
Es decir, el periodista dejó la pega, si le pasa algo a Xóchilt Gálvez será a tu cuenta política, aunque digas que no, que no hay manera de que no se te achaque”.
Sin embargo, una cosa es lo que diga el presidente, cómo en su momento, lo hizo el expresidente Carlos Salinas ante el asesinato de Luis Donaldo Colosio, al que nunca le valieron sus auto exculpaciones y, otra, la percepción de la gente luego de su andanada brutal contra la senadora Gálvez.
Nuevamente el presidente al salir al paso a esa “campaña” provocó que la gente se interese en el tema y el personaje aludido. Y que recuerde con malestar lo ocurrido aquel 23 de marzo de 1994 cuando se dio el magnicidio en contra del candidato presidencial Luis Donaldo Colosio.
Le molestó, porque le preocupa el ascenso de Xóchilt, en las preferencias electorales, por lo que podría significar para su proyecto político y, la seguridad para él y los suyos: ¿Cuál será la ruta que siga el presidente ante una Xóchilt impetuosa, respondona, dispuesta a defenderse de cada uno de los ataques por su aspiración legítima?
¿Seguirá la línea de ataque personal contra la aspirante a través de la variante: No lo digo yo o, privilegiará, ¿el descarrilamiento por la vía del desafuero para que la senadora Gálvez enfrente denuncias en su contra por corrupción?
El desafuero de la senadora traería a la memoria el intento fallido del expresidente Vicente Fox en contra del mismo López Obrador.
Es decir, la palabra desafuero político no tiene buena prensa. Remite a un acto vergonzoso, autoritario, vil, antidemocrático, de utilización de las instituciones para descarrilar a un candidato y allanar el de otro u otra.
¿Habrá hecho el presidente el cálculo político de lo que esto podría significar? ¿Tener sujeta a proceso penal a la principal figura de la oposición y, eventualmente, a la candidata presidencial opositora? ¿No será que con ello se reforzaría la campaña de visibilidad que puso en movimiento la candidatura presidencial de Xóchilt Gálvez para finalmente sea la candidata opositora? Incluso, lo que significaría esa mancha en la legitimidad de su sucesor.
No es un momento fácil. Ambos bandos están revisando y afilando sus estrategias. Xóchilt anuncia que ya superó las 150 mil firmas que requiere para estar en la terna del Frente Va por México. Recorre por goteo algunas regiones del país especialmente aquellas con población indígena cómo una manera de ratificar simbólicamente el origen de su candidatura.
Ahora la blinda aquello de que si le pasa algo en sus recorridos será culpa del presidente, aunque el diga que no una y otra vez. No de ella, no de su carácter empresarial, no de sus presuntos cochupos como delegada en la Ciudad de México.
Hay observadores políticos, como Héctor Aguilar Camín, que ya ven en marcha una estrategia de desafuero iniciada en la conferencia mañanera cuando el presidente utilizando información fiscal reservada habló de 1400 millones de ingresos en nueve años en las dos empresas de la senadora.
Y continua con la denuncia ante la Fiscalía de un diputado morenista. Luego las denuncias de un exdelegado de Miguel Hidalgo. Y luego vendría si los juzgan pertinente la “investigación” de la Fiscalía. Más lo que se necesite para descarrilar esa candidatura presidencial.
Aquí el tiempo será determinante para los dos bandos. El plan del presidente López Obrador reclama celeridad de la Fiscalía y capacidad de resolver el asunto lo más pronto posible, lo que significa, que si no se cuidan las formas será insumo para la candidatura de Xóchilt.
Igual, puede ocurrir, que los partidos del Frente decidan lanzar una fuerte campaña en contra del plan del presidente López Obrador y, como último recurso, ante la embestida resolver ipso facto que Xóchilt sea su coordinadora nacional y así, ya no se trataría de descarrilar a una de las aspirantes, sino a la candidata presidencial de la oposición. Y ya se estaría hablando de otra cosa.
El desenlace de estos golpes suaves en América latina es abundante con un final no feliz sino ilegitimo. Y ese, es ya otro tema, lo que tenemos hoy es que López Obrador al final de su mandato se encuentre con los fantasmas del pasado, aquellos que le quitaron la calma, que juró nunca practicar en contra de un adversario político y que en la soledad de Palacio Nacional deberá valorar el uso recurso del desafuero para el paso a la historia.
En definitiva, el presidente López Obrador, esta semana mostró no la preocupación por los argumentos duros de Rivapalacio, y los comentarios igualmente duros de Joaquín López Dóriga y Beatriz Pagés, sino probablemente por el subsuelo del crimen organizado que se manda solo y está presente mirando la dinámica y calculando sus pasos, y es que no se necesita ser muy perspicaz, para concluir rápidamente que a sus líderes no les gustan los cambios de mando cuando el existente, como lo fue antes con el PRI, es funcional a sus intereses.