Monterrey.- Desde tiempos ancestrales la censura moral ejercida por la iglesia católica, los gobiernos no democráticos, y la sociedad mediatizada por intereses diversos, han emitido juicios de valor francamente bipolares que oscilan entre una moral de puerta adentro y otra vivida en lo oscurito, esto es conocido como la “doble moral”. Uno de los ámbitos en que más se ha cebado la censura es la cultura: publicaciones, cine, teatro, arte, canciones, etc., como ejemplo inicial cito la revista “Examen” que en 1930 sufrió los embates del gobierno y de los políticos de “derecha” por contener “groserías”.
Mundialmente la iglesia católica condenó a la hoguera muchas obras. Esta acción incendiaria dio tema para películas como Farenheit 451 (de Ray Bradbury, 1953. Temperatura a la que arde el papel) o “El libro de Eli” (protagonizada por Denzel Washington).
La iglesia católica mantuvo por muchos años el Índex, que era un listado de libros prohibidos. Hacia 1930 el cine norteamericano enfrentaba el Código Hays (por Will Hays, censor del cine, que llegó a ese puesto impulsado por la “Liga de la decencia” que pronto exportó una filial a México.
Entre 1930 y 1960 esta Liga publicaba semanalmente un boletín que clasificaba las películas en lícitas e ilícitas; además sus miembros se situaban en la entrada de los cines y teatros que presentaban películas u obras no autorizadas y se ponían a regañar a los asistentes o de plano a gritarles “ya te vi fulano, le vamos a decir a tu esposa”; el teatro pronto respondió a las beatas con obras desacralizadoras como aquella divertidísima cinta de Joaquín Pardavé que de plano hizo polvo la censura con los ritmos y movimientos de caderas de las bailarinas que excitaban al son del mambo de Pérez Prado.
En algunos casos la censura “se pasaba de lanza” como decimos hoy, por ejemplo cuando modificó la letra de la canción “Palabras de mujer” de Agustín Lara que decía “Aunque no quiera Dios/ ni quieras tu / ni quiera yo /Hasta la eternidad te seguirá mi amor” y en su lugar quedó “Aunque no quieras tú, ni quiera yo, lo quiso Dios.”
Lo mismo ocurrió con la canción “La gloria eres tú” del cubano José Antonio Méndez, que decía “Desmiento a Dios / porque al tenerte yo en vida/ no necesito ir al cielo tisú/ si alma mía, la gloria eres tú.” La Liga de la Decencia cambió los versos por “Bendito Dios / porque al tenerte yo en vida/ no necesito ir al cielo tisú…”
Es larga la lista de películas que fueron mutiladas, enlatadas o retiradas de las carteleras por la censura eclesiástica o gubernamental, entre otras: “Rebelde sin causa” (de James Dean), “El Rey criollo” (de Elvis Presley), “Te y simpatía”, “La Rosa Blanca”, “La sombra del caudillo”, “Rojo amanecer”.
Autores como Alejandro Jodrowsky, Nancy Cárdenas y el propio Pérez Prado sufrieron la censura o la expulsión del país como fue el caso del cubano acusado de haber adaptado el Himno Nacional a ritmo de mambo.
Hoy ¿cómo anda la censura? No lo sé, pero si estoy enterado de que hay alguien a quien no le gusta la música clásica que tocaba Opus 102.1 en Nuevo León y la trasladó al 1510 de AM, que trasmite con pésima calidad tan lejos como un teléfono hecho con botes de “Rexal”.