GOMEZ12102020

La ciencia en el aula
José Ángel Pérez

Monterrey.- Si abres un libro de física para alumnos de secundaria, por lo general, el texto presenta a esta asignatura como un todo organizado y acabado. Conforme avanzas en la lectura empiezas a notar que no se deja espacio al sentido común, ya no se atiende más a las preguntas del lector; por el contrario, se le hace una advertencia tácita: ¡Atención, alumno, el libro plantea sus propias preguntas, el libro manda!

Desde mediados del siglo pasado, el filósofo, físico y poeta Gastón Bachelard escribía lo siguiente: Los profesores de ciencias se imaginan que el espíritu comienza como una lección, que siempre puede rehacerse una cultura perezosa repitiendo una clase, que puede hacerse comprender una demostración repitiéndola punto por punto. No han reflexionado sobre el hecho de que el adolescente llega al curso de Física con conocimientos empíricos ya constituidos; no se trata, pues, de adquirir una cultura experimental, sino de cambiar una cultura experimental, de derribar los obstáculos amontonados por la vida cotidiana.

En nuestra época de estudiantes de física aprendimos de Bachelard, que el propósito general de la educación científica básica es la formación de un “espíritu científico” en nuestros estudiantes. El espíritu científico nos impide tener opinión sobre cuestiones que no comprendemos, sobre cuestiones que no sabemos formular claramente. Es necesario enseñarles a plantear problemas y es la habilidad para saber plantear problemas lo que distingue a un espíritu vulgar de un espíritu científico. Para un espíritu científico todo conocimiento es una respuesta a una pregunta. Si no hubo pregunta, no puede haber conocimiento científico. Nada es espontáneo. Nada está dado. Todo se construye.

Tratar de enseñar ciencias sólo con videos, cápsulas o textos científicos donde el camino ya está trazado es correr el riesgo de inducir al estudiante a memorizar las respuestas, más que a construir las preguntas, a aprehender un resultado final, soslayando la manera en que estos conocimientos ya logrados por los científicos, se conectan con las evidencias del mundo de los fenómenos. El docente de ciencias, y más en estos tiempos de aislamiento, muchas veces, le cuenta al alumno “cómo es la realidad”, soslayando la fuente que nos revela esa realidad como la observación, el experimento, la indagación. Y al final de todo, la autoridad es el docente, el libro de texto o algún video o texto compartido en Internet.

Una conversación con mi nieto que se encontraba de visita en un “Mundo Alterno” de Mind Craft tocamos el concepto energía, entonces me pregunta: - Abuelo, ¿cuántos tipos de energía existen? La charla se tornó interesante ya que hablamos de la energía química que proporcionan los alimentos misma que se transforma en mecánica, en calorífica y en eléctrica y de muchos aspectos de la vida en los que ésta interviene. Entonces Noé Sebastián abre Google y teclea: “energía”, apareciendo al instante ¡319 millones de resultados! Enseguida selecciona el cuadro “videos”, y se muestran de inmediato 62 millones de resultados. Hace pocos años, en la última década del siglo veinte, buscar información acerca de “energía” nos llevaba un buen tiempo investigando en alguna enciclopedia o libro de física y los resultados no eran tan ricos como el logrado por mi nieto quien apenas cursa el Tercero de Primaria pero que tan bien se mueve en espacios digitales.

Las respuestas a todas las preguntas no sólo de ciencias, sino acerca de diversos temas como los últimos juegos virtuales o juguetes de los cuales mi nieto es un experto, están en fracciones de segundo en la “punta de los dedos”. Cabe entonces el siguiente comentario: ¿Se resuelve el problema educativo regalando computadoras y conectividad? Las computadoras dan respuestas, no hacen preguntas, las preguntas las hacemos nosotros. La computadora no discriminan, eso lo hacemos los humanos. Es importante no enseñar sólo contenidos, esos están en las bases de datos accesibles con solo teclear, hay que enseñar a discriminar información valiosa de la irrelevante, enseñar a nuestros estudiantes a formular preguntas importantes, relevantes, pertinentes, generadoras… provocadoras.

Hace más de dos milenios Sócrates propuso el método orientado al “saber preguntar bien”. Durante los siglos dieciocho y diecinueve, Rousseau, Pestalozi, Claparede, John Dewei y Bachelard continuaron enriqueciendo la pedagogía con este pensamiento. Enseñar a los educandos a formular preguntas valiosas es una necesidad en los tiempos presentes donde la tecnología ha invadido todos los espacios. A esto contribuye la filosofía, la historia, las humanidades, las artes y la ciencia. Soslayar esto sería condenar a nuestros estudiantes, y a nuestros nietos a ser dóciles ciudadanos dependientes de las máquinas, y más peligroso aún, dependientes de quienes son dueños y controladores de las máquinas.