Monterrey.- Las finanzas son lo suyo. Lo reconocen a nivel mundial. Desregularizo muchas de las leyes obsoletas de la nación. Le permitió la apertura a inversionistas extranjeros en las áreas estratégicas, como el petróleo y el uso de las tecnologías.
Eso lo convirtió en el primer candidato externo, sin militancia política, ciudadano, en competir por el partido hegemónico por setenta años. Sirvió a distintos amos. Sin distingo de colores.
Su problema de pigmentación de la piel logró empatizar con muchos de los electores. Dotes de gran estadista, neoliberal con posibilidades de negociación con las potencias del G8 y para firmar tratados de dudoso beneficio, salvo para sus donadores.
El aparato de estado a su favor, en cada una de sus giras, lo llenaron de aplausos. Disimularon las entregas de despensas, la compra de votos y el acarreo en el día cero. Sus dos cercanos competidores reconocieron la derrota y la asumieron con dignidad.
Uno se fue a rumiar el último intento presidencial a Palenque. Al otro, un joven altanero y bravucón, le permitió dirigir el Servicio Exterior. Sus dotes de orador sumiso a la voluntad del nuevo patrón le valieron una vida acomodada.
Al asumir la presidencia, la banda tricolor en su pecho, lo convirtió en el primer ciudadano sin militancia partidista tomando el poder.
El gran tlatoani de las finanzas saboreo un refresco embotellado de dieta y se sentó a comer con su mentor. El emperador de las profundas modificaciones financieras, junto con su hermano, tendrían una segunda oportunidad. Reivindicarse es fruto del esfuerzo personal. Sin duda.