Mérida.- En México, son dos los criterios fundamentales que privan en la sociedad: el que sustentan quienes sostienen que estaba mejor el país cuando gobernaba el Prian, y el que sustentan quienes decimos que es ahora, con los gobiernos de la Cuarta Transformación, cuando México ha comenzado a dejar atrás el lastre de los gobiernos corruptos y buenos para nada que empobrecieron al país y enriquecieron a una minoría, y empezado a avanzar hacia estadios en los que la riqueza estará mejor repartida.
La participación en la vida pública de los primeros es tan minoritaria que, con los instrumentos de medición que hay para saber de qué tamaño es su presencia puede concluirse que es de un poco más de una tercera parte de la población. En las elecciones, mientras por un lado, Claudia Sheinbaum obtuvo 35 millones 923 mil votos (el 61 por ciento de los que se emitieron), por el otro, Xóchitl Gálvez obtuvo 16 millones 502 mil (el 28 por ciento) y Álvarez Máynez, 6 millones, 204 mil (el 10 por ciento).
Y si se pone sobre el tapete la discusión acerca de cómo les fue a ambas fuerzas en las elecciones de diputados y senadores encontraremos que fue de tal tamaño la paliza que le dieron a la derecha que si no fuera por el reparto de los plurinominales hubiera quedado más noqueada que como la dejaron. En la de diputados federales, por ejemplo, de 300 distritos de mayoría, Morena y sus aliados la derrotaron en 256 (el 85 por ciento); la derecha sólo ganó en 44 (14 por ciento del total pues uno fue para un candidato independiente). Y en la contienda por el senado, le pasó la misma aplanadora. La derecha perdió en 30 de las 32 entidades federativas que tiene el país, esto es, en el 93.75 de ellas.
En lo que a gubernaturas se refiere, la humillación fue también descomunal: de 9 en disputa, perdió en 7, ganó en 1, Guanajuato, porque la otra, Jalisco, donde el candidato fue de Movimiento Ciudadano, está en litigio, debido a que el impresentable gobernador de la entidad, Enrique Alfaro, hizo trampa. Y si hablamos de legislaturas estatales la derecha está en la lona. Esto quedó demostrado recientemente con la aprobación del decreto de Reforma del Poder Judicial por 25 legislaturas locales contra 7 que no lo hicieron.
Otro terreno donde la derecha llora es el de la aprobación del presidente. En la historia política de México no hay uno que haya terminado con una aprobación tan alta como la de Andrés Manuel López Obrador. Los números, según las encuestadoras van de 65 a 76 por ciento de refrendo a su persona por todo lo que ha hecho en beneficio de los mexicanos y el país. Por donde quiera que va las multitudes salen a saludarlo y a desearle toda suerte de parabienes ante la proximidad del fin de su periodo.
Ante este panorama suenan a chiste los amagos de la derecha que atrincherada, sobre todo, en medios de difusión no sólo descalifica a quienes le quitaron el gobierno federal, las legislaturas y los gobiernos estatales que se han mencionado en el corto lapso de unos años, sino amenaza con los mayores males del mundo al país si no se hace lo que ella dicta. Es ridícula. Jamás había probado el acíbar de una derrota de las dimensiones actuales.
Les ha dolido sobremanera la aprobación, en el Congreso de la Unión y luego en las más de las 17 legislaturas estatales que se requerían, de la Reforma al Poder Judicial. Se revuelcan en su lodo gruñendo descalificaciones contra diputados y senadores que la aprobaron como si los panistas, priistas y movimientistas que quisieron evitarla fueran los hombres y mujeres más perfectos del mundo. Para los columnistas de la derecha, el confeso corrupto Marko Cortés nunca firmó un convenio con su par Alito para repartirse notarías, oficinas públicas de cobranzas, magistraturas, etcétera, como jugoso botín una vez obtenido el gobierno de Coahuila.
Para ellos, los perversos, los inmorales son quienes votaron a favor de que se aprobara la reforma. Si el senador Yunes hubiera permanecido en las filas del PAN sería un héroe; como las abandonó para votar por ella es un villano. Para esos comentaristas de la derecha, los ex priistas que se pasaron a alguno de los partidos de la Coalición Juntos Haremos Historia que tuvo como leitmotiv de su campaña el Plan C, que incluye la reforma antes dicha, deben ser puestos en la picota; pero los panistas y priistas que se mantuvieron en su estercolero deben ser vitoreados como héroes aunque sean impresentables.
Pero de aquí no puede pasar esa derecha dolida y, como nunca antes en la historia de nuestro país, puesta en el lugar que merece por ser antinacional, progolpista, corrupta y simuladora. Su esperanza son los poderes de fuera. No tienen empacho, sus diferentes componentes, en llamar en su auxilio a fuerzas de fuera; por eso recurren a la OEA, a sus aliados gringos, a asociaciones fácticos del extranjero, como la que le sirvió a Olga Piña para llorar a moco tendido ante el aplauso de un público de fuera.
Muy minimizada, la derecha no está en condiciones de intentar echar para atrás el reloj de la historia. En otros países, se confabulan con las fuerzas armadas de ello y dan golpes de estado; pero en México esa posibilidad está descartada, no sólo por el carácter institucional de Ejército y Marina, sino porque el gobierno de la 4T les ha asignado un honroso papel de coadyuvantes en el desarrollo nacional, con el que ellas mismas han manifestado estar a gusto, que les ha permitido poner sus diversificados conocimientos y talentos al servicio de la patria, sin descuidar su papel fundamental de garantes de nuestra soberanía nacional.
Como dice AMLO, estamos viviendo momentos estelares en la historia de México. Como nunca antes vivimos en plena democracia, porque hoy más que nunca es el pueblo el que dice la última palabra, tanto en la elección de los gobernantes como en el señalamiento del camino que estos deben seguir para alcanzar los objetivos que el mismo pueblo les marque.