Monterrey.- Intenté conseguir su autógrafo, en mi ejemplar de su libro Gracias.
Me apretujé entre la multitud que se arremolinaba al borde de las vallas, todos queriendo saludarlo, o pedirle una selfie o una firma (o ambos).
Al aparecer en escena el presidente, justo para abordar su camioneta y partir, hombres grandes, gordos, altos que estaban detrás de mí, se me encimaron a zancadas para quitarme el lugar junto a la valla y ponerse ellos más cerca. Yo me rendí, asustada por el avasallamiento y me alejé un poco hacia atrás, con la esperanza perdida.
Pero mi amiga persiste y ella no suelta su lugar sobre la valla. Aguanta y aguanta esperando que el presidente se acerque. A señas ella me pide mi libro, se lo paso. Ella lo agita para que la vean. Yo me mortifico porque lo agita de cabeza.
En eso, sale de entre la multitud arremolinada en la valla un “fanático”, nos presume a todos la firma, se toma selfie con su libro abierto para lucir la firma, le ruego que me preste su pluma, se la arrebato, se la paso a mi amiga: “¡Ya tenemos pluma!”
Por fin un asistente del presidente se le acerca a mi amiga, toma mi libro de sus manos, se lo lleva. El apretujamiento sigue, se ven algunas selfies de otras personas, se ven algunas otras firmas. Mi libro tarda un rato en regresar; por fin el asistente se lo devuelve a mi amiga. Mi amiga se retira de la valla para festejar el logro. Ella y yo delirantes.
Con ansiedad, abrimos el libro para ver la firma.
Busca, busca, ¡está adelante! No.
¡Está atrás! Nos dice un mirón. No.
¡Está entre las páginas! No.
¡Está en la página donde está mi separador! No.
¡Te darían el libro equivocado!, exclamo yo.
¡No! Sí es mi libro, porque tiene el separador que compré en la Gandhi.
Es mi libro. ¡Es mi libro! Mi libro no tiene firma. Mi libro regresó sin su firma.
Esa noche soñé que al leerlo, encontraba su firma escondida en una página. Pero los sueños, sueños son.
* Fotografía: Rogelio (Foko) Ojeda.