El calibre de los ataques daba para pensar que había llegado el momento de inflexión de ese poder incrustado y era el momento, de tomar asiento en primera fila, para ser testigos de una debacle largamente esperada y que habría de provocar satisfacción en algunos, ya no sé si por convicción, o un resentimiento largamente acumulado.
Pero, como sabemos hoy, aquel ensueño redentor, no se cumplió y volvió a todos ellos a la triste sensación de abandono y una nueva derrota de su esperanza.
Entonces, en su crisis despotricaron en su fuero interno contra Rocha Moya y Cuén Ojeda, a los que vieron nuevamente en un reencuentro que deja a la UAS como está en lo políticamente correcto, es decir, en esa estampa donde los exrectores pasistas (Cuén, Corrales, Guerra) no ocuparon sus asientos privilegiados y el rector Jesús Madueña y el gobernador Rubén Rocha fueron los personajes centrales, en un escenario donde ambos se ofrecieron mutuas cortesías, sellando así el conflicto mediático.
Y otros, especialmente los incrustados en el morenismo, buscaron a quién cobrársela y fueron por quien escribe, a quien a través de un escrito largo y anónimo lo acusaron de todo, con el fin de descargar su frustración.
No quieren ver que el problema no es el mensajero, o los mensajeros, sino Rocha Moya, que dio un paso atrás. Quizá por una necesidad mediática o atizado por aquello de que aun siendo gobernador no se manda solo y tiene que atender a lo que percibe la élite de Morena, a la que hoy le importa solo el 2024 y sus eventuales aliados políticos.
Habrá que esperar a que llegue un nuevo gobernador capaz de cumplirle sueños a quienes lloran la nueva derrota que esta vez le ha infringido uno de los suyos o, mejor, los suyos que coexisten en Morena.
Hay veces que es necesario reflexionar sobre las ataduras de quienes siguen viendo la política como nostalgia a la Joaquín Sabina, cuando afirma en una letra triste y premonitoria, afirma Con la Frente Marchita: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”.
Las instituciones públicas de educación superior están cambiando silenciosamente por el relevo generacional y la carga, que traen cada uno de los que en ella están, porque no podrá haber otro cambio si no es por la vía de las instituciones mismas y la capacidad de esa nueva generación de universitarios.
O, también, por la tensión que se genera en situaciones como la vivida en la UAS, que el cambio lo promueva la propia elite universitaria, liberalizándola como un acto de sobrevivencia para seguir administrándola y esa vía puede llevar a otro tipo de relaciones.
No hay espacios para las revoluciones en las universidades y menos en aquellas donde existen estructuras que le dan un carácter todavía más complejo y difícil de erradicar, en especial en instituciones con un alto componente político-partidario, como son los casos emblemáticos de la UAS y la UdeG.
Ahí, la historia institucional nos muestra que es otra cosa y los actores político-institucionales hacen lo que saben hacer y es establecer puentes y negociar con los poderes establecidos.
El problema es que esto que es una dinámica de poder, muchos críticos lo que quieren es resolver con un manotazo, o el deber ser de una Universidad y eso, está muy bien, pero es absolutamente inviable a la hora de promover cambios institucionales.
Hace falta una reflexión a fondo sobre la naturaleza de estas universidades y los antídotos para superar el estado de cosas que permitan civilizadamente lograr transitar a un sistema de relaciones, no en clave solo del deber ser, sino de lo realmente existente.
Entonces, lo ocurrido en estas semanas representa una nueva frustración de aquellos que por décadas hemos querido cambiar nuestra alma mater a golpe de denuncias e iniciativas que cruzan el arco del poder, olvidando que la política siempre estará marcada por la realidad y sus actores.
Sé que esto no gusta, pero no veo otro camino para provocar los cambios necesarios en nuestra casa de estudios.
Al tiempo.