PEREZ17102022

La guerra, 1
Carmen S. Carvayo

Monterrey.- Era un lunes de asamblea, después de los honores. Había un montón de niños parados en hilera al frente de la cancha, representando cada uno un país distinto, tomados de la mano, hablando de la ONU y la paz.

Eran los noventas estaba en primaria, en mi burbuja regia, donde todo mal parecía lejano. Desconocía por completo que del otro lado del mundo aún ocurrían genocidios, y que existían lugares que luchaban por su independencia, o su autonomía. Pensaba que vivía en un mundo donde la guerra era cosa del pasado.

Pero así se nos habría explicado, que tras terminar la segunda guerra mundial, la ONU había sido creada en un pacto de buena voluntad internacional, y que desde entonces los países nos habíamos hermanado y hecho el trato de vivir en paz, dejando los conflictos bélicos en el sucio pasado. Tenía la ilusión inocente (que me crearon) de que habíamos alcanzado un estado de bienestar, y que volver a la guerra era una idea muy tonta para todos.

Creo que a veces cometemos el error de infantilizar a los niños y niñas, quienes son completamente capaces de comprender ideas más complejas, y quienes están ávidos de conocimiento para entender la realidad, misma que se aleja del mundo amable que les inculcan. Claro que tampoco hablo de deprimirles con pesimismo y crudeza, pero los niños y niñas pueden entender muchas situaciones de la realidad que solemos maquillar para ellos.

Para mí la guerra era cosa del pasado, pero el conflicto (y la violencia) sí sucedían en el presente. Recuerdo el primer conflicto que me tocó mediar. Estaba en segundo o tercero de primaria. Mi grupito de amigas tuvo una pelea. En una discusión entre dos de mis amigas, cada una dio su versión de la historia. Y yo no sabía qué hacer: sentía que ambas tenían razón, según su propio discurso. Las reglas y la lógica que operaba en su realidad, el actuar de cada una, había sido correcto. No recuerdo por qué peleaban, pero se habían dejado de hablar, y ambas acusaban a la otra de algún infortunio que, a ojos de quien lo había cometido, estaba justificado. Lo que cada una quería era que las demás tomaran su defensa, pronunciándose por ellas. Y yo estaba vuelta nudos en mi cabeza, viendo que ambas estaban erradas y también ambas tenían razón; y que ambas debían disculparse. Pero lo que ambas querían era ganar la disputa. No recuerdo cómo solucionamos ese problema, pero el tiempo pasó y así como nos reconciliamos en ese momento, también nos alejamos con el tiempo, como es normal. Los conflictos son naturales, forman parte del proceso de convivencia y son agentes de cambio, que pueden aprovecharse para una transformación social positiva. Muy diferente a lo que implica una guerra.

Sería en secundaria cuando vi en vivo caer una de las torres gemelas, mientras en las noticias se anunciaba la suspensión de clases, por la intensa lluvia de septiembre. Todos sabemos lo que pasó después de esto. La guerra en Afganistan, donde los talibanes serían los culpables y Osama Bin Laden el nuevo malvado. Fue la primera vez que escuché la palabra “terrorista”.

Pero también por algún lado habré escuchado alguna inquietud sobre la postura gringa, alguna teoría de conspiración, donde ponían en cuestión el origen del ataque. Y esas ideas sembraron en mí una duda que quedaría anclada sobre las versiones oficiales en situaciones como ésta. De las “verdades históricas” siempre debemos dudar. Y sería en ese momento también cuando entendería que la historia (bélica) se seguía escribiendo. Sentí el peso de que éramos testigos, y algunos partícipes, del terror que implica para los pueblos estar bajo la guerra.

Continuará…