Es un hombre noble, que carga desde hace tiempo un cáncer con dignidad y pese a lo significa para su cuerpo y familia va por la vida, con sus lealtades y convicciones para ayudar a los más desprotegidos y en específico a sus compañeros de la UAS.
Sí, apoya la causa de aquellos profesores que por alguna o varias razones salieron de la institución rosalina y empezaron juicios por sus despidos a juicio de ellos injustificados, y para su desgracia sus demandas duermen el sueño de los justos en las Juntas de Conciliación y Arbitraje.
Pero eso que sin duda es penoso, porque les impone un estilo de vida en precariedad, es más grave cuando los acompaña una vejez prematura, y los males que se aceleran por sus malas condiciones de existencia con sus carencias, frustraciones e impotencia.
Castillo asume su activismo en clave de solidaridad con todos estos compañeros que desean llegar a un acuerdo con las autoridades universitarias, para recuperar lo que se pueda recuperar de sus vidas marcadas por el desasosiego.
Lo hace seguramente al ver su condición de enfermo y la de sus compañeros de lucha, que no ven por dónde puedan mejorar su existencia.
Me escribe diciendo:
“Muchos maestros que ya fallecieron y nunca se les hizo justicia, además, por la edad muchos compañeros sufren enfermedades crónica degenerativas, al grado que hoy están postrados en una cama sin ninguna atención médica, porque carecen del IMSS y no perciben salario”; y continúa: “el olvido, la desgracia de las vidas miserables de los compañeros, son sesgos inhumanos del racismo”.
Más adelante señala con desesperación e impotencia: “Ayer hice un recorrido visitando a los compañeros que ya no tienen movilidad; sorpresa: existen seis compañeros postrados en una cama, con enfermedades crónico-degenerativas… y sus condiciones son miserables, sin servicios médicos, no tienen IMSS y no perciben salario… Razón, con o sin justificación, escribí estás líneas como un grito de auxilio. Pero reconozco que es nuestra persecución legítima y es desde nuestra óptica, mucha semejanza con mi condición”.
Visto en perspectiva el gran debate que ha suscitado la relación conflictiva de los poderes del Estado contra las autoridades de la UAS, a raíz de la armonización de la Ley General de Educación Superior en Sinaloa, los problemas “menores” corren con desesperada tranquilidad en los tribunales de justicia laboral del estado, cuando deberían estar en el centro de preocupación cuanto tienen que ver con el bienestar de los universitarios que han servido a las mejores causas de la casa rosalina y que por alguna razón fueron despedidos.
Para superar el interregno en que se encuentran estos casos, el profesor Castillo propone “la búsqueda de un enfoque propositivo y congruente. Sin lastimar susceptibilidades de ninguna índole. Y solo buscar el diálogo para llegar a una posición civilizada en busca de soluciones”; además, llama a integrar una comisión de “connotados sinaloenses, para que sean mediadores ante las autoridades involucradas con un sentido humanitario y, por los derechos humanos de estos compañeros universitarios… y lograr que lleven una vida digna en el último tramo de sus existencias, es decir, resarcir con justicia sus derechos”.
En definitiva, la lucha que ha emprendido Inocencio, repito con la carga de un cáncer que reclama atención y tranquilidad, es un acto de solidaridad de dimensiones mayúsculas y debería tener una respuesta eficaz en nuestra casa de estudios.
Por lo pronto, va mi solidaridad con Inocencio y los compañeros que desde la desesperación reclaman la urgente intervención de las autoridades universitarias para poner punto final a esta situación que lastima, sin duda, la imagen humanista de la UAS.
Que así sea.