A veces la muerte es un espectáculo más. En vez de despedida de quien parte los funerales se convierten en “grandes eventos”. Y en parteaguas de la historia. La verdad no sé si con tantas luces, tanto ruido y tanta loa desmedida alguien puede realmente descansar en paz.
Funeral hecho canto, lo llamen tristeza, júbilo o último adiós.
En el adiós a Vicente Fernández los adjetivos se quedan cortos: titán, rey, charro de oro, héroe nacional.
La pandemia puede esperar. Los sucesos del mundo se congelan para dar paso a lo simultáneo, el instante único en el que la eternidad coincide con el día de la virgen de Guadalupe. Doble motivo para el adjetivo: madre de México.
El domingo es largo, la noche más. Las letras del ídolo convocadas una y otra vez. La patria se llama ahora ley del monte, amor apasionado, amorcito santo, caballo blanco. El éxito lo mide la fama.
El machismo se viste de charro, canto y macho bravío. Lo femenino en la marcha fúnebre del espectáculo de la muerte, entre Jesucristo y la virgen de Guadalupe, se llama sumisión.
Familia y valores a partir de la mirada patriarcal. ¿Cuál misoginia? El macho cabrío se debe a su público, lo demás son habladurías de la gente. “Si tienes hambre y se te atraviesa un bistec ¿a poco lo vas a despreciar?” O algo así dijo alguna vez don Chente.
Fábrica de pensamientos de superación. De tal forma que, cómo dijo un conductor: “no todo de aprende de los libros”, y se soltó un choro mareador de frases letalmente exitosas salidas de boca del domador, en sus buenos tiempos. También fue posible apreciar a una alelada Verónica Castro mientras Chente se desgañitaba a moco tendido con los versos de El brindis del bohemio.
Me quedo con la voz y unas cuantas rolas. Y deseo que descanse en paz, a pesar del ruido